Modesto Martín Cebrián indaga en los mundos interiores de la vida en 'La edad del sueño'

«La novela trata del descubrimiento de un mundo lleno de calor afectivo, familiar y memoria, a través de las historias que se escuchan, que se viven y que se esconden en la memoria», explica el autor. Ambientada en los años sesenta y protagonizada por David, «un niño inquieto, imaginativo e incomprendido», la creatividad y la fantasía se entremezclan con aquellas vivencias que se evocan de la infancia en una novela que se vertebra en diez partes (ocho más un prólogo y un epílogo) y que habla de herencias, desconfianzas, desapariciones, sueños frustrados o problemas para la comunicación, entre otros temas.

La primera parte, explica su autor, «habla de llegar a la vida como todo ser humano, con el azar de todo lo que se nos da allá donde y cuando nacemos». El personaje principal es superviviente de una estirpe de vencidos de la Guerra Civil en Plena Tierra de Campos. Del nacer, o el llegar, se pasa a la segunda parte; el hogar, «lugar de paz, refugio y descanso, donde se dormita, se sueña y se juega con la imaginación».

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Las miserias humanas y la necesidad de crecerse ante ella forman parte de esta parte y la siguiente, en torno a la familia, donde se recibe el afecto. La primera mitad del libro se cierra en la escuela, no solo primer templo de conocimientos e instrucción para enfrentar al mundo, también lugar de conflicto para el protagonista por los castigos que recibe ante sus dificultades comunicativas, las primeras peleas, los novillos y, también, las amistades.

La segunda mitad de 'La edad del sueño' ya parece tornarse un tanto más oscura. Su quinto episodio se vertebra en torno a la iglesia, las catequesis y todo cuanto impregna el pecado. El sexto es el sufrimiento; el séptimo, el miedo como elemento que «nos mantiene esclavos y sin poder enfrentarnos a los interrogantes de la vida. El último, claro, es la muerte.

«Se han escrito muchas novelas sobre el mundo rural, pero yo he querido dar una visión no tanto de este escenario en el que viven ciertos tipos de personas, sino contemplar que en ellas hay a su vez un inmenso mundo interior, lleno de fantasías, al que apenas se alude en otros libros». El autor, con todo, reconoce y valora aquellos referentes rurales inesquivables, con Delibes, Luis Mateo Díez, el propio Martín Garzo, Avelino Hernández, Ignacio Sanz o Julio Llamazares, entre otros.