![Seis títulos para llevarse firmados a casa en la Feria del Libro de Valladolid](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202206/03/media/cortadas/newspaint-1654185497051-kCkE-U170298771944oED-1248x770@El%20Norte.jpg)
![Seis títulos para llevarse firmados a casa en la Feria del Libro de Valladolid](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202206/03/media/cortadas/newspaint-1654185497051-kCkE-U170298771944oED-1248x770@El%20Norte.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
La Feria de Libro de Valladolid (del 3 al 12 de junio) reunirá en la Plaza Mayor de Valladolid a un importante número de autores que, durante estos días, firmarán sus ejemplares a los lectores vallisoletanos. A continuación, te invitamos a leer los títulos de seis autores, por si te apetece volver a casa con su firma.
«Somos fantasmas en los recuerdos de otros; figuras que aparecerán alguna vez en sus sueños mucho después de que hayamos muerto» (150)
«Quería fijarme», dice Antonio Muñoz Molina, casi nada más comenzar el libro (página 25) «en lo específico de este tiempo nuevo, lo concreto, lo que se olvida porque nadie le da importancia, lo que no aparece en los libros de historia, lo que no puede recordar más que quien lo ha vivido». Y así se construye este texto de recuerdos de una pandemia y un tiempo que ya no volverá.
Muñoz Molina cuenta su experiencia durante la pandemia: los primeros signos, el confinamiento, la desescalada. Y su prosa sirve (observa, sin teorías) para recordar el miedo de salir al súper, las horas largas de lectura y música encerrado en casa, el aplauso de las ocho, el silencio en la calle, los guantes, las mascarillas, la extrañeza del primer paseo, las salidas por horarios. Cómo ese sentimiento de unidad se rompe cuando la trifulca (el ruido) lo emponzoña todo: las caceroladas. No contarlo (sobre todo los detalles) puede ser olvidarlo. Y Muñoz Molina cuenta también, tan bien, «el modo en que las cosas eran percibidas mientras sucedían» (38).
Pero, entreverado, incluye recuerdos de su infancia, de su familia, de sus padres, sus abuelos y sus tíos. Son estampas que, de no haber plasmado en un papel, se perderán cuando ya no esté. Es emocionante cómo su madre, después de enterrar su marido, siente sus pasos en el piso de arriba (página 197), cómo cada vez se hace más torpe y envejece (189) y ese momento mágico en el que su abuelo ve a Muñoz Molina escribir a máquina (302).
Y habla de sus nietos, de esa generación posterior que creará nuevos recuerdos y tal vez, porque les ha pillado muy pequeños, no tengan recuerdos de esta pandemia. 'Volver a dónde' es un libro sobre lo difícil que es regresar a lo vivido, intentar recobrar un pasado que se pierde en cuanto ya pasó. El recuerdo no nos devuelve físicamente a las personas que amamos. Y el mundo que venga después de la pandemia (al menos, lo que tenemos ahora) no será igual que el anterior. La clave, la p. 326: la desazón de no poder regresar al pasado, a un sitio que ya es distinto a como lo dejaste.
Noticia Relacionada
David Felipe Arranz
«En los espejos del ascensor, sus múltiples reflejos se negaban a mirarla y giraban la cara cada vez que ella volvía a intentarlo» (303)
Todo parece estar en la portada pop de esta novela. Una mujer de varias caras que es siempre la misma. Con sus collares de perlas y su peinado años 50. Con su rostro asombrado/asustado y su reverso tenebroso. Alguien así podría ser, es, la señora March. Es una mujer de la alta sociedad neoyorkina. Su marido, un escritor de éxito, acaba de publicar su última novela, la historia de una prostituta en la que ella teme verse reflejada. Su miedo no es solo haber inspirado un personaje de ficción así, sino el temor de que ese personaje esté más vivo que ella (página 76).
Ella, que está permanentemente influida por el escaparate, que no soporta el qué dirán, que prefiere que le mientan para guardar las apariencias (310) que ha hecho de su vida un escaparate sin trastienda, ¿cómo puede tolerar que haya inspirado a alguien así?
Comienza así a sentir que todas las miradas la juzgan, que todo son cuchicheos y críticas a su alrededor. Esta inseguridad ya estaba ahí, desde su infancia y juventud (se ve muy claro en la fiesta de embarazo, p. 96), cuando de pequeña le diagnosticaron «falta de atención parental» y «escasez de herramientas emocionales para controlar su desbordante imaginación» (106). Esa novela que parecía retrato de la alta sociedad gira así hacia literatura gótica, de terror psicológico (hay un ejemplar de 'Rebeca'), aires de Hitchcock. Como cuando intenta matar una mosca que oye pero no ve (161). Y cuando parece que la historia pierde fuelle, la señora March halla un recorte de prensa entre las cosas de su marido que le hacen pensar que está casada con un asesino. Y entonces llega lo mejor de esta novela sobre los secretos de los otros (y los que nos ocultamos a nosotros mismos).
«Hay otras vidas más allá de la angustia que arrastramos» (275)
Los mimbres de esta novela, a priori, son más que prometedores. Por un lado, está la historia de Inés, una mujer que en los años 90 llegó desde México a España para escribir una tesis doctoral. Aquí hizo amigos, muy buenos amigos. Años más tarde, regresa a España (y vuelve a alojarse en la Residencia de Estudiantes) convertida en una reconocida poeta que viene a presentar su obra. Pero, además, es profesora en una universidad de EE UU donde también trabaja (por recomendación suya) Agapito, uno de esos jóvenes a los que conoció en su primera estancia en Madrid. Creía haber forjado con él una amistad férrea que se diluye cuando Agapito comienza a mostrarse como un trepa capaz incluso de traicionar a su amiga.
Al mismo tiempo, está la historia de la amistad que vivieron Joaquín Amigo y Federico García Lorca, quienes «creían en un mismo proyecto: la humanidad era la clave, la amistad, el entendimiento» (157). Pero ambos, por distintos bandos, fueron asesinados en el inicio de la Guerra Civil. Inés comenzará a investigar la historia de Amigo y García Lorca, al tiempo que se plantea qué ocurrió con aquellas amistades de juventud.
Así, esta novela tiene por un lado esa historia de García Lorca y por otro, una reflexión en torno a la amistad para ensalzar «el tiempo bueno y luminoso que se ha vivido con alguien, lo que significó, tendría qeu seguir siempre detenido» (304).
Noticia Relacionada
«¿Qué mejor momento para cargarse a alguien y ocultarlo que una pandemia con miles de muertos, la policía ocupada en el estado de alarma y las autopsias prohibidas?» (50)
La pandemia ha entrado ya en la novela. Se ha convertido en un tiempo histórico que hay que contar también desde la ficción. En este caso, una novela negra, un caso de asesinatos que tienen lugar en mayo de 2020, cuando todavía están recientes los efectos del confinamiento y España comienza una lenta desescalada. En ese momento, en el Palacio de Hielo de Madrid (convertido en morgue para víctimas de la covid), se destapa una serie de asesinatos que parecen cometidos por la misma persona.
Pero, lo más interesante no es solo que la covid se convierta en escenario, sino que la propia pandemia es también clave en los motivos por los que han tenido lugar estos asesinatos (vinculados con un popular juego de mesa). La precariedad de los servicios sanitarios, la presión en la UCI, la desatención en las residencias, que se fijaran criterios sobre quién debía ocupar una cama de hospital y quién no cuando no había espacio para todos, se ha convertido también en material literario.
Las páginas 368 y 369 son un claro ejemplo sobre esto. Si la novela negra explora la realidad social, la pandemia nos ha dado mucho material para explorarlo desde la ficción. Esto es, sin duda, lo mejor de libro que, a pesar de todo, repite la estructura habitual en este tipo de novelas: las tramas paralelas en capítulos alternos, los sospechosos que parecen y luego no son, los culpables que aparecen (chas) avanzada la trama...
«¿Cómo vives en silencio todo el ruido que ves?» (168)
Hay un momento de la novela (p. 168) en el que la protagonista reflexiona: «Del pasado se sobrevive, pero del futuro qué, ¿qué hacés sin futuro?». Y en esa encrucijada se encuentra ella, desenraizada, sin saber muy bien no qué puede conseguir de la vida, sino tan solo qué puede esperar de ella. Esta historia comienza con el suicido de un chaval y la enorme responsabilidad que ha asumido su hermana para cuidarlo. La madre de ambos ha emigrado a España para buscar un futuro mejor y allí han quedado ellos, con el peso de la distancia y una cicatriz que cada día se abre un poco más. Porque hay dolores que no proceden de un daño «horroroso, violento y evidente, sino que genera grietas de a poquito» (24).
La primera parte de la novela explora la marcha, la ausencia, esa separación que, sin quererlo, condena al desapego. La segunda, apunta hacia la explotación laboral que sufren las personas llegadas de otros países. Las internas que trabajan sin horarios, sin vacaciones y en negro (49), la camareras de piso que cada vez tienen más habitaciones que limpiar, los mensajeros (70).
Y a partir de ahí, la novela incide en las diferentes manifestaciones de racismo (como el de aeropuerto 138) o el buenismo de pancarta que no hace nada por cambiar la situación, más allá de sacarse fotos en una manifestación (169). La voz migrante de esta novela está aún más desenraizada cuando vuelve a México, su país, y descubre que allí son pocos los lazos que le quedan, que esa sociedad en la que creció le es ajena y que vive ahora entre dos mundos sin que ninguno sea en realidad el suyo.
Y retoma esa reflexión sobre la violencia. La de allí es sin duda más evidente (asesinatos, secuestros, maltratos...), pero hay otros daños profundos que no tienen por qué manifestarse puramente en lo físico. Y, sobre todo: «¿Qué pasa con los sueños postergados, con esos que no llegan porque hay una pesadilla atravesada en tu cerebro que no te deja dormir? ¿Se pudren?» (191). «¿Qué pasa con los sueños que no existen?» (191).
«El mundo aguarda, oculto y acechante, esperando para saltar, y hay momentos en que sin previo aviso notamos en la mejilla un soplo de su voraz aliento« (159)
¡Madre mía! ¡Qué personajazo Caterina Sardo! ¡Qué manera de narrar las sonrisas dobladas, las miradas esquivas, las palabras envenenadas! He disfrutado como niño pequeño, como adolescente que descubre la lectura, con esta novela de Benjamin Black. La trama parece sencilla. Christian Stern llega a Praga en el invierno de 1599 y descubre el cadáver degollado de una joven que se sabrá después que es la amante del emperador Rodolfo II. No será el último cadáver. Caído en gracia, Christian deberá investigar esa muerte. Y antes que al asesino, descubrirá que nada es lo que parece en una Corte en la que «nadie habla con nadie como no sea para conspirar y entrometerse« (133). «Cuando hay bandos, y siempre lo hay, si no escoges, otros escogen por ti«. (146). Y esto lo comprobará no solo en los tejemanejes del poder a pequeña escala, sino también en las grandes alianzas entre poderosos. Esos bandos (que lo mismo valen para el amor que para la guerra) se verán de forma clara en las luchas de religión, entre el catolicismo y el protestantismo. Ese trasfondo religioso está en una novela que utiliza como protagonista y narrador a un ateo. «El mundo, a mi entender, era lo único a lo que podíamos aspirar; aún más: lo era todo« (99).
Así, en un tiempo de aspiración a la eternidad, los mejores personajes del libro son los que prefieren exprimir la vida hasta el último jugo. Y sobre todo, Caterina Sardo. Madre mía, qué personaje. Me flipa no solo su papel en la historia, sino cómo está dibujado a través de pequeños gestos (lenguas que se muerden, bocas que escupen titos de cereza). Qué gozada de novela de misterio que trasciende en filosófica, para contar que no existen los hilos invisibles que manejan el universo, pero tampoco los designios divinos en el poder terrenal (149). Siempre hay alguien que idea, decide... ejecuta.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.