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«Sé que me lo tengo que hacer mirar –confiesta Reyes Calderón (Valladolid, 1961)– pero, cuando escribo sobre asesinos en serie, en algún caso he dormido con un cuchillo en la mesilla».
–¿Y eso?
–Miedo. El miedo es libre. Durante ese proceso de ... escritura, estás obligada a meterte de lleno en el papel, rodeada de libros de psiquiatría, de casos reales... Esa introspección para convertirte en un asesino no es fácil, es amarga. Pero hay que hacerla.
En ocasiones, todo lo leído sobre el horror se lleva a la almohada. «Así que, yo tengo un cuchillo en la mesilla, por si acaso».
Sí, el filo ha estado ahí en alguna noche de los últimos meses, mientras la economista y escritora urdía la trama y perfilaba los protagonistas (criminales incluidos)de 'El juego de los crímenes perfectos', novela editada por Planeta con la que llega ahora a las librerías y que está ambientada en la primavera de 2020, cuando España se despedía del férreo confinamiento y comenzaba la desescalada.
«¿Qué mejor momento para cargarse a alguien y ocultarlo que una pandemia con miles de muertos, la polícia ocupada en el estado de alarma y las autopsias prohibidas?». Esta pregunta se lanza en la página 50 del libro y fue el hilo sobre el que se empezó a hilvanar la historia. «Me enteré de que durante esas semanas no se podían hacer autopsias –por el miedo al contagio de un virus tan desconocido entonces– y pensé que, cuando tantas personas morían por una causa (la covid)y no había forma de comprobar el motivo real, podía ser un buen momento para cometer un crimen».
Ya había punto de partida. «Y luego llegó esa imagen tan terrible de los ataúdes en el Palacio de Hielo de Madrid», convertido durante la pandemia en una gigantesca morgue para las víctimas del coronarivus. La novela comienza ahí, en ese escenario, y en el momento en el que las instalaciones se preparan para su clausura, una vez que lo peor parecía haber pasado. Pero, allí, en aquel espacio que durante tanto tiempo dio cobijo a la muerte, queda un féretro sin reclamar.
Parece, por los registros, el cadáver de una anciana. Pero cuando jueces y policías intentan averiguar la identidad de aquel cuerpo abandonado, descubren que, en realidad, es el de un hombre, con un Rolex de oro en la muñeca y una ropa cuya talla no le corresponde.A partir de ahí, una cadena de muertos sacude a los investigadores, en una trama con ramificiaciones en elhospital Gregorio Marañón.
«Mis editores me decían, cómo se te ocurre tratar un tema así, con todo lo que hemos sufrido durante la pandemia». No lo tenían nada claro. Pero, en cuanto leyeron el primer borrador, se convencieron. Ahí había una historia potente. «Esta crisis, con todos los procesos caóticos que ha supuesto, ha sacado lo mejor y lo peor de nosotros. El blanco se ha hecho más intenso:hemos salido con otra visión de la familia, de los vecinos, con más ganas de disfrutar de las cosas pequeñas de la vida, como dar un paseo, disfrutar con los amigos... Pero, por contraste, también se han hecho más oscuras las partes más negras. Siempre hay alguien que intenta sacar tajada, hacer negocio, aprovecharse de este tipo de situaciones». Puede ser con chanchullos económicos. Como en este caso, cometiendo crímenes. Pero, ojo, porque las víctimas tampoco son tan inocentes como parece.
Las 510 páginas de las novelas están llenas de mascarillas, guantes, personajes que deben guardar la distancia de seguridad, hospitales con las UCI saturadas y largas listas de espera. Calderón, que comenzó su carrera literaria con novela histórica, ha tenido que hacer también aquí una ardua tarea de ambientación para retratar un momento muy concreto que quizá, dentro de unos años, haya generaciones que no recuerden.«Por eso quería introducir estos detalles de forma paulatina, que no resultara extraño para el lector». Y que tampoco condicionara el placer de la lectura.
«Quiero que cuando alguien cierre alguno de mis libros piense: 'Pues he pasado un buen rato'. Y que lo recomiende, lo preste, lo regale...». Que disfrute del paseo por un territorio que Calderón ha diseñado al milímetro antes de ponerse a la tecla. «Yo pinto antes la estructura. No empiezo a escribir si no tengo un mapa. Son tramas complicadas que necesitan un árbol de desarrollo para que no quede ningún cabo suelto». Aunque, una vez embarcada en la aventura, está abierta a la sorpresa, como la de esos personajes que iban a ser colaterales y cobran peso a medida que la novela gana folios. Junto a eso, los detalles.
Aquí hay elementos clave, como famosos juegos de mesa, ratoneras, piezas de ropa interior en armarios abandonados. «Tengo un gran sentido de la observación. Me fijo mucho en los detalles. Por ejemplo, en los zapatos, los calcetines de la persona con la que estoy hablando. Son aspectos cotidianos que me gusta introducir en mis libros».
«He disfrutado mucho escribiendo esta novela», cuenta Calderón.Mientras ahí afuera, en la ficción, durante el confinamiento, alguien ha emprendido una carrera de crímenes, en la realidad, la casa de la escritora se convirtió en un hogar trastocado. «Mi marido y dos de mis hijos son médicos. Durante esas semanas no les vimos ni un solo día. Y todo lo que nos contaban sobre aquellas jornadas me demostró que nuestra magnífica sanidad se sustenta en el trabajo de los profesionales».
A ellos –a quienes iban destinados los aplausos de las ocho– está dedicada esta novela. Pero, la casa familiar sí que fue punto de reunión para otros hijos que estaban fuera del país (Palestina, Dubái, Albania) y que regresaron.Les dije:«No sabemos cuánto va a durar esto, veníos para casa». «Nos tuvimos que organizar (con la escritura, el teletrabajo, los estudios, las restricciones de espacio), pero lo pasamos en familia». Lo más doloroso, recuerda, fue no poder ver a su madre, que reside en Valladolid.
«Yo sentí que algo de normalidad volvía a mi vida cuando pude venir a la ciudad, bajé del tren y fui andando a la casa de mi madre», rememora la escritora que, a veces, duerme con un cuchillo en la mesilla de noche porque, en fin, la ficción es muy poderosa.
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