Día de Castilla y León
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La campa de Villalar mantuvo el pulso frente a la dispersión festivaEligió Yesca la 'Gran Vía' de Villalar –el camino que lleva del monolito a la campa y viceversa– para colocar una de sus pancartas. «Ni Carlos V, ni Felipe VI», rezaba el mensaje, acorde con el ideario republicano que defiende la juventud de Izquierda Castellana. ... Y allí Esteban y Cristina se sacaban una foto de recuerdo. «Lo del primero vale, pero el de ahora no molesta mucho y parece más serio que el padre», acotaba el matrimonio entre las risas de los amigos que los acompañaban.
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Antonio G. Encinas
Como ellos, miles de castellanos (y leoneses), en su inmensa mayoría zurdos de pensamiento, se congregaron este martes en el municipio vallisoletano para conmemorar el Día de la Comunidad. Ni el frío «ártico» que se había anunciado y que finalmente se olvidó de visitar el pueblo, ni que fuera un martes ideal para cogerse un sabroso puente desanimó a los incondicionales a esta cita, que se celebró, como viene siendo habitual, en un ambiente tranquilo y festivo.
Porque en Villalar, por lo general, hay buen rollo. Lo confirmaba Feliciano Rodríguez, un clásico de este evento al que llegó de soltero, hace ya más de cuarenta años, y que no lo ha abandonado nunca, excepto «cuando lo de la pandemia». «No es solo la celebración, es una oportunidad para reivindicar lo nuestro y los problemas que sufrimos en Castilla y León; mientras pueda no dejaré de venir nunca», subrayaba este salmantino de nacimiento y residente de Ávila mientras apuraba una caña bajo la carpa de la UGT.
En esta fiesta la diversión está en deambular. Es lo fetén de la romería. Ir de aquí para allá. Monolito-campa, campa-monolito y así en una especie de bucle sin fin. Parar. Echar un vino o untar unos churros en chocolate. Acercarse a un puesto de artesanía para curiosear. Firmar una petición en defensa de las mujeres maltratadas o de apoyo al pueblo palestino. Echar otra caña. Saludar a las viejas glorias de un sindicato. Intercambiar una parrafada con un viejo compañero de la Fasa que lleva jubilado ni se sabe. Oír un rato, un rato solo, a los políticos decir lo de casi siempre en la ofrenda, aunque ahora con más ímpetu por eso de que Vox está en la Junta. Y comerse luego un bocadillo de panceta o una ración de paella. Siete euros con bebida la de Laguna de Duero. Todo un clásico del 23 de abril, como lo acreditaba, pasadas las 13:30 horas, una larga cola a la espera de su plato.
Los hay más entregados. Sí. Esos valientes que hacen noche sobre el páramo. Como Carlos, Henar, Paula y Laura. Directamente desde Arévalo para disfrutarlo al completo. «Yo ya venía de pequeña con mis padres y la verdad es que nos gusta este ambiente castellano, es nuestra tierra», decía convencida con el asentimiento unánime de sus compañeros de tienda de campaña. A las once, esta cuadrilla desayunaba unos cruasanes rellenos de chocolate. La cornada de la resaca no había sido profunda, según aseguraban, y les esperaba una mañana animada.
Para esa hora ya estaban dos ministros y una exministra danzando por allí. Cual estrellas recorrían la 'Gran Vía' de Villalar bien arropados por sus acólitos. Sin duda, era Óscar Puente, el afilado azote de la 'fachosfera', el que levantaba más pasiones, aunque también la malograda Irene Montero arrastraba a su clá. «¡Irene Valiente, aquí está tu gente!», le coreaban por encima de la música de la dulzaina y el tamboril, la eterna banda sonora de esta fiesta popular y folclórica.
Es escenario esta campa de problemas diversos. Cecilio Vadillo llevaba a los suyos hasta allí para reivindicar el soterramiento, «el verdadero proyecto de justicia social para Valladolid», recalcaba. Noventa mil vecinos al lado este de las vías son demasiados, decía, y destacaba que no van a parar en su petición.
En la otra franja de carpas, la pelea era diferente. Allí sí van a soterrarles al completo si nadie lo remedia. Almudena García y Patricia Díez se afanaban en explicar al que quisiera conocerla la amenaza que se cierne sobre los pueblos del nordeste de Segovia con la excavación de 2.200 hectáreas para una mina de cuarzo. «¿Tu sabes lo que eso supone para unos municipios que viven del turismo rural y la naturaleza? Pues la muerte», subrayan mientras aportaban oscuros datos sobre una empresa noruega, que a su vez depende de capital chino, y que está empeñada en este proyecto para alimentar con el sílice del mineral baterías de coches, paneles solares y otros productos de muy variadas gamas.
En este puzzle reivindicativo, al que no faltó Amnistía Internacional, esta vez con su apoyo a un sistema sanitario público y de calidad, se estrenaba Fademur, la Federación de Mujeres Rurales. Su portavoz, Yolanda Martínez, aprovechaba la participación en esta cita para incidir en el mensaje de la igualdad y contra la violencia de género en un mundo, el de los pueblos, envejecido y educado en unos valores muy rígidos que cuesta traer al siglo XXI. «Hay una tendencia a mantener situaciones de desigualdad y lo que intentamos transmitir es que cuanto mejor estemos todas y todos mejor irán nuestras comunidades», subrayaba. Y también abría su espacio en Villalar la Federación Síndrome de Down para clamar contra la paupérrima integración laboral de estas personas y solicitar a todos los agentes que se impliquen en esta lucha. «Trabajamos allí donde nos ofrecen trabajo, pero no queremos trabajar en Centros Especiales de Empleo, sino en empresas ordinarias, con trabajos ordinarios, con compañeros y compañeras como los demás. El futuro es inclusivo, el futuro debe ser inclusivo», subrayaban en su manifiesto.
Mientras unos reivindicaban al tiempo que echaban los obligatorios tragos bajo el plástico de las carpas, otros curraban a destajo. Era el caso de Nacho Fernández, propietario del puesto Picopulpo, con tres lustros de presencia en la campa. «La verdad es que aquí se trabaja bien y hoy el tiempo va a acompañar», aventuraba este hostelero de Lugo mientras cargaba hasta arriba una ración de lacón a la gallega.
Y su pronóstico se cumplió. A la hora de comer sobraban las chaquetas, el sol apretaba, un grupo interpretaba el 'I want to break free' de los Queen y la era se llenaba de fieles a una cita que mantuvo alto su pulso a pesar de la dispersión festiva que se había programado. Vamos, que Villalar resistió. Y bastante bien. Pasada la hora de comer, llegaba la modorra y comenzaba el éxodo en la campa en víspera de la vuelta a la rutina.
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