Secciones
Servicios
Destacamos
El COVID-19 no solo fue una infección por un virus que afectaba más a unas personas que a otras, sino que la pandemia trajo ... consigo la pérdida de muchos puestos de trabajo y una importante crisis económica «y esto afecta y mucho a la vida de la gente», confiesa Vicente Molina, jefe de Psiquiatría del Hospital Clínico Universitario de Valladolid. Aunque parece que fue ayer, han pasado 5 años de la declaración del estado de alarma en España y aquella situación de emergencia sanitaria aún tiene consecuencias, desde el punto de vista psicológico y psiquiátrico, en la actualidad y aunque «muchas de ellas son anteriores a la pandemia», otras «llegaron para quedarse a raíz del COVID-19».
El término salud mental empezó a acuñarse «para no hablar de enfermedad mental porque tenía cierto estigma» y posteriormente «se ha ido ampliando hasta incluir muchos de los malestares emocionales que forman parte de la vida cotidiana. Es decir, nuestra cultura ha ido asumiendo que cualquier situación de malestar emocional sostenido, independientemente de su causa, es en la práctica una enfermedad», confiesa Vicente Molina, quien añade que «en función de si nos referimos a salud mental como enfermedad o como situación de malestar las consecuencias de la epidemia son unas u otras».
Sobre la salud mental entendida como una enfermedad mental «no ha habido una incidencia demasiado marcada». «Diversos estudios muestran que la población con trastornos mentales graves ni ha aumentado ni ha disminuido, sino que desde un tiempo ya pues más prolongado seguramente gracias a las mejoras en la atención, la incidencia y la gravedad de estos trastornos realmente ha disminuido», señala el jefe de Psiquiatría. Si por el contrario hablamos de salud mental como malestar emocional las consecuencias cambian. «Tristeza, ansiedad, dificultades para dormir, experiencias de cansancio, fatiga claro que hubo durante este tiempo y y un poco después un cierto agravamiento de una tendencia que ya venía desde bastante más atrás: la tendencia a considerar la ansiedad como enfermedad», señala.
La tendencia de «una patologización de la ansiedad normal» -es decir, considerar la ansiedad cotidiana, y no crónica o severa, como una enfermedad- durante la pandemia ha sido un problema que todavía se traduce en consulta. «Si hablamos de que alguien tiene síntomas de ansiedad es que estamos dando por hecho que la ansiedad es una enfermedad porque lo que tiene síntomas son las enfermedades. Y la ansiedad realmente es una experiencia de que las cosas van a ir mal en el en el futuro», puntualiza Vicente Molina.
«Ciertamente hay depresiones graves y cuadros de ansiedad patológicos, pero el problema es que con con esta tendencia estamos dando por hecho que cualquier experiencia de tristeza o de ansiedad es patológica y no es así. No puede ser así, porque además en el sistema sanitario no tenemos los medios para favorecer el bienestar emocional de las personas», afirma Vicente Molina, que recibe en su despacho ubicado en la plata 11 a El Norte de Castilla.
Dar por hecho que esa ansiedad que forma parte de la vida es patológica «ha llevado a mucha gente a considerar que cualquier experiencia ansiosa requería tratamiento» y nada más lejos de la realidad de que lo que requiere es «aprender de esas circunstancias». Alba Vera, psicóloga sanitaria con su propio gabinete, confiesa que «el confinamiento, el aislamiento social y la incertidumbre vivida en la pandemia tuvieron un impacto significativo en la salud mental, aumentando los niveles de estrés, ansiedad y depresión en la población general. Esto generó un empeoramiento en las personas que ya cursaban algún problema de salud mental previo a la pandemia, y también fue un detonante para que apareciese sintomatología en personas que hasta el momento no la habían manifestado».
Como psicóloga voluntaria del Equipo de Intervención de apoyo en crisis COVID- 19, Alba Vera, de 34 años, recuerda su desempeño altruista y online en ese grupo de psicólogos voluntarios creado por EMDR España. «Intervinimos durante los meses de abril a mayo de 2020 y centramos nuestro trabajo en los profesionales que estaban interviniendo el primera línea de la pandemia con el objetivo de manejar las consecuencias el estrés aguado, la descarga emocional y aumentar su resiliencia y funcionamiento saludable», recuerda la joven.
En el caso concreto de Alba Vera intervino a profesionales que trabajaban en una residencia de ancianos de la provincia y «estaban desbordados tanto física como mentalmente». Los pacientes presentaban un «alto grado de ansiedad, alimentación y sueño alterados, pensamientos intrusivos constantes sobre su lugar de trabajo y sentimientos de culpabilidad por si podrían contagiar a alguien».
Las consecuencias actuales tras 5 años
Si ha algo ha contribuido la pandemia desde el punto de vista de la salud mental y la psicología es «a concienciar acerca de la necesidad de atender y cuidar nuestra mente. Se visibilizó y normalizó aún más la importancia del apoyo psicológico y se desestigmatizó la búsqueda de la ayuda profesional», reflexiona Alba Vera. Una consecuencia positiva que debe su desarrollo al auge en redes sociales de información sobre psicología. Vicente Molina, asegura que «la información sobre temas psicológicos es buena, pero no debe sustituir de ninguna de las maneras a lo que es mucho más necesario, que es decir, que es el contacto personal, el contacto entre iguales y el contacto en las familias o con los amigos o con los compañeros de trabajo».
En cuanto a las secuelas psicológicas, Alba Vera considera que «las personas mayores, y especialmente las que están en residencias, han sufrido consecuencias irreparables. Numerosas pérdidas, aislamiento restricción de actividades y visitas de familiares, aumento de los niveles de estrés y de tristeza, y aceleramiento de su deterioro cognitivo y físico». Pero no son los únicos que sufren las consecuencias, niños y jóvenes también se han visto afectados. «Especialmente aquellos que estaban desarrollando habilidades sociales y construyendo su identidad durante la pandemia son los que más sufren consecuencias. Además, el aislamiento social y el uso excesivo de dispositivos electrónicos han contribuido a problemas de socialización y adicciones digitales», puntualiza la joven experta en psicología infantojuvenil.
Precisamente a raíz del uso excesivo de dispositivos electrónicos durante el COVID-19 y el auge de las redes sociales, Vicente Molina alude a una tendencia creciente, «que aunque no se relaciona de manera directa con la pandemia, se ha acrecentado notablemente», de problemas en la conducta alimenticia post-pandemia. «Esto tiene que ver con los culturales de hiperdelgadez, que vienen de los modelos o las deportistas con esa admiración, probablemente excesiva, por la delgadez. Esto hace que las dificultades de identidad que tienen muchos adolescentes de no saber a dónde tiene que ir uno en la vida sea admirada por lo delgado que estoy», esboza el psiquiatra, quien añade: «Las redes sociales multiplican esta admiración cuando eres tú quien se muestra como muy delgada o muy delgado, porque ahora mismo también hay bastante chico en esta situación. Hay una admiración virtual que refuerza esas conductas».
La pandemia en datos
Aunque la planta 11 de Psiquiatría del Hospital Clínico Universitario de Valladolid se trasladó al Benito Menni y las consultas se realizaran por vía telemática en la mayoría de casos, Vicente Molina ofrece una visión general de lo que ha sido la pandemia en datos desde el punto de vista psiquiátrico y psicológico. «Los índices de visitas a urgencias crecieron sobre todo en niños que que son llevados por los padres. El número de visitas a urgencias por trastornos mentales no aumentó ni ha aumentado después de la pandemia», explica el jefe de Psiquiatría.
Más información
Uno de los datos que más llamaba la atención durante la pandemia era el repunte en el número de suicidios. «Hubo un pequeño repunte en los años posteriores, es decir, el 2022 y 2023. En general estamos siempre en en torno al 8% en nuestro país desde principios desde principios de este siglo. Llegamos al 8,8%, pero hay que tener en cuenta que en el 2020 era 8,6% y luego ha vuelto a disminuir», puntualiza.
En los grandes números tampoco se ha visto «un repunte de alteraciones mentales especialmente graves con una excepción en la población infantil o infantojuvenil». Cuanto más jóvenes somos más sensibles somos a la influencia del entorno. «Por eso aprendemos a hablar fácilmente cuando somos niños y luego tenemos que estudiar años para aprender otro idioma. Entonces, las circunstancias más marcadas aislamiento crean más malestar y más trastorno de conducta entre los niños», señala Vicente Molina, quien finaliza: «Somos seres sociales y necesitamos el contacto con otros, pero no el contacto virtual, necesitamos el contacto real. Cuanto más jóvenes somos, más nos influye negativamente las alteraciones en ese contacto social y en los niños esto ha sido dramático».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Favoritos de los suscriptores
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.