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Decía Antonio Mairena que Zamora es la Andalucía del Norte. Y no lo decía cualquiera porque El Niño de Mairena está considerado una de las figuras más relevantes en la historia del flamenco y, por su contribución al mismo, el cantaor recibió, entre otros reconocimientos, la Medalla de Oro de las Bellas Artes.
Lo cierto es que Zamora tiene conexión directa desde tiempos del Imperio romano con el Sur peninsular a través de la Vía de la Plata, con inicio —o fin— y epicentro en Sevilla. A través de esta calzada romana se especula que es como pudo llegar a Zamora tamaña afición por el flamenco. El Duero y el Guadalquivir, conectados por un hilo de piedras y quejío.
«Mi afición me viene de mi abuelo. Y la abuela decía: «cuando suben los arrieros, tu abuelo desaparece de casa hasta que se marchan, se va a la posada y allí están de cante»», reconoce el vicepresidente del Foro Flamenco de Zamora, Clemente Valle, haciendo alusión a la mucha trashumancia de andaluces hacia el Norte.
El vicepresidente de la peña flamenca zamorana Amigos del Cante, Félix Rodríguez, también achaca la gran afición que se respira en Zamora a esa «emigración endémica» de andaluces que llega a Zamora a lo largo de los siglos XIX y XX, como los trabajadores que llegaron desde el Sur para la construcción de la línea férrea que comunica con Galicia.
Pero Rodríguez también enlaza la afición zamorana al flamenco con «la capacidad de escucha y de intereses musicales» que hay en Zamora. «Tenemos una riqueza musical y folclórica inmensa, aquí todos nacemos escuchando música que nos cantan nuestros padres y abuelos, a todos nos gusta la música de una forma o de otra». Rodríguez afirma que «la música para los zamoranos siempre es algo importante. Fíjate en la Semana Santa, es inconcebible sin la música; también en la provincia».
Tres cunas tiene el flamenco: Jerez, Triana y el barrio de Santa María de Cádiz. «Tiene un origen claro y evidente gitano» que se da «en torno a 20, 25 o 30 familias» que provienen de las gitanerías arraigadas en esos tres lugares y, desde ellos y en su éxodo, empiezan a esparcirlo por la geografía española, haciendo especial parada en Zamora.
De hecho, en la capital del Duero se celebra el festival de flamenco más antiguo de una capital de provincia española «y del mundo», señala Rodríguez . El de Zamora comenzó a celebrarse en 1971 y, salvo los dos años en los que la pandemia del coronavirus lo paralizó todo, ha venido organizándose de manera ininterrumpida desde entonces. Es, incluso, anterior a la fundación de la peña flamenca Amigos del Cante, que data de 1974 y para cuyo 50º aniversario, que tendrá lugar el próximo 2024, sus miembros están preparando un variado programa de actividades que, además de una nueva edición del festival, incluirá exposiciones o un ciclo de flamenco que iba iniciarse, precisamente, el 14 de marzo de 2020 y que ahora quieren relanzar.
Desde una de esas tres cunas del flamenco, la Cátedra de Flamencología de Jerez premia por primera vez en España a una peña flamenca y lo hace a la zamorana Amigos del Cante. Señal de que en Zamora el cante y el arte flamenco están bien cuidados.
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Valle señala en este sentido que cuando cantaores flamencos oriundos de Andalucía recalan en Zamora, destacan que aquí los palos se escuchan de forma diferente a como se hace en Andalucía, «con más respeto». Valle indica que en Zamora hay menos cantidad de eventos y la gente «va a escuchar y a estar pendiente», a la vez que reconoce que a orillas del Duero, «gustan los cantes serios»: las seguiriyas, oír cantar por soleás, por tientos, por tangos... «Los palos básicos».
Y es que el flamenco es tan rico y complejo que a cada uno de sus estilos de cante (y no son pocos) se les conoce como «palos». Cada palo tiene su propio compás, estructura y métrica. Y todos se engloban en un árbol genealógico. La división tradicional distingue entre cantes básicos, fandangos y sus derivados y otros con otras influencias o fusiones.
Pero el flamenco es, a todas luces, —o a todos palos— una historia contada y cantada de transmisión oral. Nadie ha escrito el origen de aquellos.
Quizás, por esta esencia tan particular y compleja, muchos hablan del flamenco y de la fascinación y atracción que produce como «duende» y «embrujo». Una mezcla de lenguaje, pasión y sentimiento que hace brotar a las gargantas y no puede poner freno a manos y pies en una mezcla de compás e improvisación.
«Del Duero hacia abajo, hay más predisposición, gusta más el flamenco que del Duero hacia arriba. Esta zona nuestra está más ligada al flamenco, a los toros,... puede depender de la manera de ser de la gente o de la cultura de muchos años», dice Valle.
Lo cierto es que, a lo largo y ancho de la provincia, se cuentan numerosas peñas y asociaciones amantes de esta música, la más honda; festivales y noches flamencas, cantaores y guitarristas aficionados,... hasta una escuela de flamenco hay en la capital zamorana, la dirigida por la coreógrafa Carmen Ledesma, que abrió sus puertas en 1984 y que sigue formando en tierras zamoranas a los enamorados del embrujo andaluz.
La hija de Carmen, Alicia Almeida Ledesma, ha heredado la pasión de su madre por el flamenco y se dedica profesionalmente a este baile, del que también imparte clases. Otra zamorana, toresana, para más señas, Lucía Martínez Hernández, es alumna actualmente del Real Conservatorio Profesional de Danza Mariemma, en Madrid. Con 17 años, cursa las asignaturas de Clásico, Folklore, Danza Estilizada y Bolera, necesarias para lograr alcanzar su sueño: ser bailarina profesional de flamenco.
Cante y baile, rasgueo y toque, palmas y taconeo… inundan a una provincia, la de Zamora, que podría ser la novena hija andaluza, emigrante, allá, un poco más al Norte, donde las bulerías y volantes hacen hoy, seguro, parada y fonda para celebrar el Día Mundial del Flamenco.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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