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Lo que queda después de un incendio catastrófico como el que ha abrasado la mitad del corazón de la Sierra de la Culebra no son solo cenizas, ni las pequeñas columnas de humo que aún se mantienen a ambos lados de la carretera, no ... es solo el intenso y desagradable olor a quemado, ni los troncos y ramas convertidas en tiznón.
No es solo el silencio agónico donde no se escucha ni el piar de los pájaros. Lo que queda después de un incendio como este es desesperación, rabia, impotencia y miedo al futuro que se antoja incierto para los que viven, vivían de su sierra. Los vecinos de más de una veintena de pueblos afectados se hacen la misma pregunta y ninguno tiene la respuesta: «¿Y ahora qué?»
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Ahora miran a su sierra con los ojos tristes y empañados y preguntan señalando donde ya no queda nada. «¿Quién va a venir aquí después de esto?», dice Isaac Crespo pisando por la tierra que aún está caliente cerca de Cional, donde tiene sus colmenas. «He venido a verlas», dice cabizbajo uno de los pastores de la localidad que ha perdido un pinar de su propiedad. También diez de las doce colmenas en las que empleaba el tiempo libre. Sus 280 ovejas han quedado a salvo, pero no alivia el sentimiento de dolor. «Aquí han jodido todo, lo han dejado quemar. Nos hemos quedado sin nada, cómo vamos a estar», dice apesadumbrado.
ISAAC CRESPO
Vecino de Cional
«Era donde más andaba el lobo -esta reserva natural acogía hasta el miércoles la mayor densidad de ejemplares de toda Europa occidental-, aquí criaban y ahora se han marchado y ya no les veremos volver». dice Isaac. Le tiembla la voz y mira al suelo la mayor parte del tiempo. No quiere ver el panorama que ha dejado a las puertas de su pueblo el peor incendio de la historia de Castilla y León.
«Nos desalojaron pero yo no me marché. Yo y otros dos más que se quedaron para que no se les prendiera la nave con el ganado. No se tenían que haber ido -dice refiriéndose a los vecinos-, al menos la gente más joven, podían haber ayudado. Nosotros estuvimos frenando que entrase en un pinar, hasta que llegó la mañana. Y gracias a eso no entró el fuego por ese lado», dice el hombre, de 60 años.
vecinos de cional
Mientras retira con sus manos cientos de abejas muertas de una de sus colmenas repite varias veces con una mezcla de tristeza y rabia, «qué más da, si ya está todo perdido».
Al drama natural, sin precedentes en la región, le sigue otro drama, igual o peor, el humano. Siguiendo el camino, con la sierra negra, abrasada y silenciosa porque ya no hay vida, los pueblos se encadenan uno junto a otro, pero en todos habita el mismo sentimiento. «Si esto se hubiera gestionado bien se habría evitado esta catástrofe. ¿Ahora qué? Los fuegos se apagan en invierno para que esto no pase en verano», dicen.
En Ferreras de Arriba, un pueblo de 300 vecinos, hablan en la calle Felipa y Victoria. «Esto es una ruina, una desgracia, ha sido vivir entre el fuego», afirma esta última, de 80 años.
«Hemos perdido los castaños centenarios que heredamos de nuestros abuelos, era nuestra riqueza y más que eso, nuestro recuerdo. Ahí ya no queda nada», y eso lo dice Felipa, una mujer de 84 años con el azadón en una mano y un cubo azul de plástico en otra. «Cuando quisieron darse cuenta, el fuego fue el amo. ¿Y ahora qué? pues a ver qué pasa ahora, porque nosotros también pagamos nuestros impuestos, como los de la capital», finaliza Felipa antes de ir a su huerto.
A pocos metros vienen de hacer la compra dos mujeres de mediana edad, no quieren dar su nombre, pero dicen clara su opinión. «Ver cómo ha quedado esto ha sido traumático. Estos castaños, la Lleira -dice señalando donde ya no queda nada-, eran nuestro medio de vida. Generaban unos ingresos de 200.000 euros al año, eran el medio de vida del pueblo, al igual que el boletus, ¿y ahora qué?, le dice la una a la otra.
«Dímelo a mí, que yo vivo de ambas cosas» dice la mujer. «Y ahora pues nada, a abrir la boca al cielo y que se nos llene el estómago de aire», contesta con ironía. «Nos dejarán abandonados como han hecho siempre y nos terminarán echando para que nos busquemos la vida», sentencia y recoge las bolsas de compra para seguir su camino.
JOSÉ VILLAR
Vecino de Cional
En una de las tranquilas calles espera José Villar, un apicultor de la localidad que vive, vivía de sus 490 colmenas. «He perdido 30, pero ya este año, bueno ni los siguientes, darán miel, porque necesitan los robles, los brezos y los castaños, pero aquí no hay nada», comenta.
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«No te puedo explicar cómo me siento y me espera un futuro muy incierto. No soy apicultor trashumante, no sé qué voy a hacer», dice este autónomo que coincide con todos los vecinos en que «los medios de extinción aéreos pasaban de largo el segundo día del incendio y dieron prioridad en salvar El Casal, una gran finca aledaña. Se podía haber hecho mucho mejor y ahora no tendríamos la sierra quemada en una zona donde los pueblos viven de su naturaleza», asegura.
Para ellos, lo peor del incendio que ha arrasado aproximadamente 31.000 hectáreas en el corazón de la Sierra de la Culebra está por llegar, «pediremos que se declare zona catastrófica, pero sabemos que las ayudas o tardarán o jamás llegarán, ¿y ahora qué? Ahora nada», sentencia el vecino.
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