Ahora que son conscientes de lo que han vivido, que recuerdan lo que han hecho, ahora que han descansado «algo» tras tres días luchando contra un devastador fuego que avanzaba con una velocidad inédita, caen en una triste realidad. «Si no estamos nosotros se nos ... quema el pueblo». Santi Bernardo es uno de los catorce jóvenes de Tábara que han impedido que las llamas arrasaran zonas de la localidad que se han visto cara a cara con el dañino fuego de Losacio, como el barrio de San Lorenzo o la zona de la gasolinera.
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«Con medios se podría haber salvado mucho más». Desde el minuto uno han luchado contra un gigante de fuego con sus propias manos y lo poco que tenían. «Unos batefuegos, varias mangueras y un traje ignífugo que tenía de cuando trabajé en la cuadrilla de extinción durante 14 años», explica José Barahona, un vecino agricultor de Tábara de 37 años que dejó hace tiempo la dura labor de brigadista.
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Esos pocos medios han servido para que, junto a otros trece jóvenes que se quedaron en el pueblo -pese a la insistencia de la Guardia Civil para que desalojasen la localidad- hayan salvado a su pueblo como ellos mismos aseguran. «Tuvimos que escondernos para quedarnos en Tábara, si nos vamos ¿quién va a proteger el pueblo?», señala Barahona.
Está indignado como lo están sus jóvenes vecinos con los que comenta en el bar Palacios de la Plaza Mayor del pueblo todo lo vivido.
«Esto ha sido una locura, no hay otra palabra. Y no es lo mismo contarlo que vivirlo», dice Santi Bernardo, uno de los 'héroes de Tábara' que luchó con Jose para salvar «las cuatro cosas por las que has luchado toda la vida».
Eso hicieron durante tres días, luchar. Luchar para poner a salvo los caballos y llevarlos a la otra punta del pueblo, luchar para que no se quemaran las mil colmenas de la empresa familiar de miel en la que trabaja Santi.
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Luchar para salvar las casas de San Lorenzo, y el taller de neumáticos, también el de chapa y pintura. Luchar para que las llamas no alcanzasen la gasolinera. Luchar para no perderlo todo.
No han sido conscientes hasta ahora. «Hemos estado dos días sin dormir porque hay casas al lado de zarzales, urces, jaras y pinos y son las casas de los tuyos», explica Jose.
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La rabia aumenta cuando le preguntas por los medios y la coordinación en este incendio, el segundo en un mes y que se ha llevado por delante en tres días más de 27.000 hectáreas.
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«¿Los medios oficiales? Mira, si quieres te los enseño», y saca su móvil para mostrar un vídeo con una hilera de siete autobombas paradas en el arcén. «Y esto mientras nosotros estábamos sin descanso», añade.
«Que sí que la gente tiene que descansar pero tiene que haber relevos y las máquinas tenían que haber funcionado sin descanso, joder, pero parece que no interesa», dice Jose.
Al igual que Santi, al igual que el resto de los catorce jóvenes que se quedaron para librar una batalla contra llamas descontroladas empiezan a ser conscientes del desolador panorama que ha cambiado el entorno de su pueblo en apenas tres días.
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Agradecen la labor de los agricultores de Tábara y de pueblos cercanos y están muy pendientes de la evolución de Ángel Martín, el hombre que estuvo a punto de perder la vida devorado por las llamas. «Nos han dicho que le han trasladado a Madrid con el 80% del cuerpo quemado», lamentan ambos.
Si les preguntas en qué piensa uno cuando está cara a cara con un incendio que arrasa con todo lo que encuentra a su paso, dicen: «La angustia de saber que los recuerdos y los pocos bienes por los que tus padres han trabajado toda la vida vayan a desaparecer y por los de tus vecinos a los que conoces de siempre. Así que luchas, luchas para apagarlo como sea», dice Santi con una rabia contenida, la que solo entiende quien se ha visto «solo» ante una catástrofe similar.
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Más sobre el incendio
«Es que es así, veías a personal de la Junta parado mientras el fuego pasaba de un lado a otro de la carretera, de los de la UME mejor ni hablamos», añade Jose. La única explicación que encuentran a una catástrofe que ha abrasado 57.000 hectáreas en dos incendios en solo un mes es «que no aprendemos, todo es la falta de dinero que se destina para mantener esto, el tener que pedir permiso hasta para cortar una rama de tu terreno, el no cuidar los montes, el no dejar pastar al ganado, el recortar en los sueldos y en las cuadrillas que hace años desbrozábamos en invierno y ahora las mandan para casa. Por eso me marché, por la temporalidad de trabajar unos meses al año y luego qué. Eso no lo aguanta nadie», relata Jose a las puertas del bar Palacios, desde donde llevan dos días repartiendo bocadillos para los que aún luchan contra el fuego.
«En el primer incendio los pocos medios que había se fueron para El Casal, la finca que tiene la Junta en la sierra, es allí donde celebran sus merendolas, pero de este incendio ya no se ha librado», comenta el joven vecino que lleva dos días sin ver a su hija pequeña.
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Jose solo se derrumba, se emociona y enmudece cuando le preguntas con qué imagen se queda del incendio. «El ver a mi padre metido conmigo en el fuego, un hombre de 72 años que le echó cojones ¿eh?, para salvar su pueblo». Y ya no puede decir más porque ahora, que ha pasado lo peor, es consciente del drama que han vivido. «Jamás veremos la sierra, el encinar, los castaños y los robles como los hemos visto siempre».
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