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Mientras mira sus vacas y sus terneros -109 tiene en total- con la sierra de la Culebra calcinada de fondo, Tomás Baladrón, un ganadero vecino de Ferreras de Arriba se derrumba por completo cuando le preguntas de qué forma le ha afectado el incendio ... que ha llegado hasta las puertas de su pueblo.
Rompe a llorar y solo atina a encadenar cuatro palabras que reflejan su realidad: «lo he perdido todo». Su mujer, Ana María Peral le abraza por la espalda para consolarle y ambos miran a la nada, entonces se hace un silencio de varios minutos donde no es necesario hablar para explicar.
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Sofía Fernández
El estado de ánimo de este autónomo de 54 años es un espejo de la realidad de cientos de vecinos. Unos agricultores, otros ganaderos, algunos apicultores, también hosteleros, carpinteros o comerciantes. Suman una larga lista de habitantes de más de veinte pueblos que ahora temen que su medio de vida agonice como lo hace la Sierra de la Culebra.
tomás baladrón
Ganadero de Ferreras de Arriba
Tomás ha ido este lunes a ver cómo habían quedado las fincas de pasto, más de 50 hectáreas, que tiene a las afueras de la localidad. «No he podido ir antes y se me ha caído el alma a los pies. Todo el pasto, el vallado, el pastor eléctrico. No ha quedado nada. No sé qué voy a hacer. Aquí no se puede sembrar porque te comen todo los jabalís y los ciervos y hay una ley de pastos que prohíbe pasar con el ganado en cinco años tras un incendio forestal, igual me toca venderlo todo. Así, de un día para otro», dice él.
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Su mujer le ayuda porque Tomás casi no puede hablar. «Nos hemos ganado la vida de mil maneras y como ganaderos empezamos en 2017, cuando crees que lo tienes todo encarrilado y ahora que las vacas estaban comenzando a dar producción, mira», añade Ana.
Tienen forraje para quince días, «pero después cada camión vale 3.000 euros y seguirá subiendo», dice él. La cooperativa agroganadera Cobadú les ha ofrecido ayuda para alimentar a su ganado, pero tendrá que volver a comprar kilómetros de pastor eléctrico y tendrá que volver a vallar, «con el tiempo y el esfuerzo que me ha costado tenerlo todo así de bien», Tomás se vuelve a emocionar.
Le remueve la conciencia al recordar el momento en el que se marchó de su pueblo sin mirar atrás y vio cómo un pastor vecino suyo se quedaba con sus ovejas. «Te tienes que poner a salvo pero dejarle ahí, aun cuando yo me iba y dejaba mis vacas…te hace sentir muy mal», asegura.
A este panorama se le suma además un obstáculo que, desde el miércoles, no han conseguido solucionar. Algunas torres de telefonía móvil han quedado dañadas dejando a decenas de pueblos sin cobertura de algunas compañías. «A la situación de incendio súmale la de incertidumbre y de nervios al estar incomunicados. Y así seguimos con problemas de cobertura y conexión», explica Ana, que trabaja en un laboratorio de productos dietéticos de Ferreras de Abajo.
Como cada vecino de la zona, se lamenta de las consecuencias de una «mala gestión». Han vivido de cerca cómo la coordinación ha brillado por su ausencia. «Mi hermano es conductor de una carroceta contra incendios, trabajó 24 horas seguidas el primer día, luego le mandaron parar por descanso. Otros, después de firmar el contrato tenían días de vacaciones, y yo pregunto qué hay más grave que esto», dice Tomás, que mira a Ana y ninguno de los dos puede contener las lágrimas cuando asimilan el negro escenario en el que ya no podrán pastar sus 109 vacas.
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