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El bloc del cartero

Inteligencias

Lorenzo Silva

Viernes, 12 de Enero 2024, 10:08h

Tiempo de lectura: 6 min

Aporta uno de nuestros lectores una idea interesante para el debate en torno a la inteligencia artificial, que nos guste o no será central en los meses venideros. No hay una sola clase de inteligencia, tampoco existe una sola forma de afrontar desde lo humano las cuestiones existenciales. A las máquinas se las está entrenando no solo con un material humano previo trufado de sesgos, sino que se busca que desarrollen sus destrezas, sobre todo, en ámbitos que a priori aparecen como rentables para las compañías promotoras de la IA, lo que los especialistas llaman 'su función de valor'. Interesa que programen, que piloten, que hagan música o generen imágenes porque todo eso tiene un mercado. Pero no todo lo que explica que aún merezca la pena ser humano es siempre rentable. Véase la piedad. La dignidad. O la solidaridad.



Las cartas de los lectores

No olvidemos la inteligencia natural

Hay una definición muy acertada de la inteligencia humana: «capacidad de las personas para adaptarse a los cambios». La IA, con sus algoritmos, está controlando, cada vez más, nuestras vidas, pero también tiene otra cara: la de que vayamos relajando nuestra inteligencia natural, que es su creadora y controladora. La IA carece de autocrítica, de conciencia de sí misma y de capacidad para desarrollar y atender a otras capacidades humanas no rentables: las personas que tienen 'otras capacidades', y a las que hemos de integrar y ayudar, respetando su inteligencia natural. Pero lo primero que deberemos hacer será desarrollar en nosotros mismos nuevas capacidades para dejar de considerarlos «discapacitados o disminuidos sociales». La inteligencia humana ha de saber adaptarse y no marginar a las inteligencias diferentes. El camino hacia ese incierto destino necesita contar con todas las personas que encontramos en el viaje; y esa es una peculiaridad exclusiva de la inteligencia natural.

Víctor Calvo Luna. Valencia


Una forma de medir la vida

La vida no se mide por la fama de tu familia, el dinero que tienes, tu marca de coche, el lugar donde estudias o trabajas, lo guapo o feo que eres, la ropa que llevas o el tipo de música que te gusta. La vida se mide según a quien amas o a quien dañas; según la felicidad o tristeza que proporcionas a otros, los compromisos que cumples y las confianzas que traicionas; se trata también de la amistad, que puede usarse como algo sagrado o un arma; de si usas la vida para alimentar el corazón de otros. Solo tú escoges la manera en la que afectas a otros. Decía Albert Schweitzer: «Lo único importante que quedará cuando nos vayamos serán las huellas de amor que hayamos dejado».

 Francisco Javier Sotés Gil. Valencia


Un dato más

Estima un lector de Álava que los padres no quieren ver la verdad de un modelo escolar producto de las «esperpénticas razones del oficialismo vasco», culpable, dice, de los malos resultados del informe PISA. Quienes nos movemos en el ámbito de la enseñanza de las lenguas, aunque conscientes de la necesidad de mejorar en nuestra labor, estamos cansados de que la mala de la película sea siempre la lengua «impuesta» por ese nacionalismo oficial. Dos cosas: la primera es que el consenso en torno a recuperar la lengua vasca es mayoritario en una sociedad que, lejos de ser «esclerotizada», es una de las más dinámicas. Lo segundo es que PISA es un dato a tener en cuenta, pero no lo único que importa. Y, claro, siempre queda aludir a los padres presionados por el «oficialismo vasco» que tragan con lo que no desean para sus hijos. Según parece, el autor no conoce, o no quiere mencionar, los miles de familias que desean tomar parte en la riqueza del acervo cultural de otra lengua.

 Jose Mari Goienola Montoia. Bilbao


Los necesarios límites

En las últimas semanas ha surgido entre la opinión pública el debate sobre la conveniencia, entre la población infantil y adolescente, del uso de la tecnología digital. Al final el debate se ha centrado sobre si hay que 'prohibir' su uso entre esta población o, por el contrario, 'prohibir su prohibición'. Construyendo este tipo de dilemas, se termina incurriendo en un simplismo grosero. La solución pasa, una vez más, por una educación digital que contemple no solo ni principalmente habilidades tecnológicas, sino, sobre todo, valores sociales y de responsabilidad donde estos jóvenes entiendan las consecuencias que un uso inadecuado de esta tecnología puede acarrear. Una educación que, además, tiene que marcar límites a su uso, ¡por supuesto!, pero no solo a los jóvenes: hay que marcar límites, y de forma urgente y severa, a las grandes tecnológicas que diseñan sus productos, pensando en su cuenta de resultados, sin tener en cuenta que muchos de ellos, sean adecuados o no, son usados por estos adolescentes.

Horacio Torvisco. Alcobendas (Madrid)


El mensaje de nuestros ancestros

Habían puesto Rosalía. Estaba atardeciendo cuando me desperté de la siesta en la furgoneta. Habíamos salido hacía cosa de dos horas. El ruido del aire atravesando las dehiscencias del vidrio y el marco de la ventanilla habían entonado una nana que, junto al mecer de las piedras de la carretera de Guadalajara, me habían hecho encontrarme con mi REM más absoluto. Abro los ojos, miro por la ventanilla y veo unos rayos de luz penetrando el rosetón de una pequeña ermita. Piedra sobre piedra en construcción de cuatro muros y un altar como retazo de la existencia de unos pocos que decidieron construir un lugar de encuentro y recogimiento con su Señor. Decidí transportarme con la mente a ese lugar tan misterioso para mí. ¿A quién se le habría ocurrido hacer tal cosa? ¿Qué les motivó?  Pienso que es importante pensar acerca de la arquitectura que nuestros ancestros crearon: cada obra tiene un significado y un mensaje para cada uno. Hemos de dejarnos sorprender.

 José-Otto Stein González. Madrid


La sabiduría de Cervantes

La sabiduría de Cervantes nos marca pautas de vida. Don Miguel fue un hombre muy desgraciado y la desgracia hace sabios, aparte de que leía, como él mismo confiesa, hasta los papeles que se encontraba en la calle. «No desees y serás el hombre más rico del mundo». En la realidad y aparte del dinero, somos todos muy pobres; seguro que Cervantes también, porque todos nos pasamos la vida deseando y esperanzados siempre en algo, todo aquello que normalmente nunca llega. «No hay libro tan malo que no tenga algo bueno». En lo de los libros fue muy generoso Cervantes, ya que hay algunos que sólo tienen de bueno el papel, la impresión y los colorines. «No hay más alta virtud que la prudencia». La prudencia es una alta virtud, pero escasa, porque, ya se sabe, que el hombre es el único animal que tropieza dos veces, o más, en la misma piedra. «No hay memoria a quien el tiempo no acabe, ni dolor que la muerte no consuma». El tiempo es la gran medicina del alma y del cuerpo, ya que hasta la juventud se cura con el paso del tiempo. La muerte es la gran niveladora, la que borra todas las diferencias. Y, para terminar, una gran sentencia quijotesca: «No huye el que se retira». Esto último no se puede aplicar a los políticos españoles, los cuales no huyen porque nunca se retiran. Quizás se les pueda aplicar mejor estas palabras de Samaniego: «A un panal de rica miel dos mil moscas acudieron que por golosas murieron presas de patas en él… Así, si bien se examina, los humanos corazones, perecen en las prisiones del vicio que los domina». Cervantes, el gran bálsamo en tiempos de desgracias.

José Fuentes Miranda. Ávila


Hace unas semanas subí al paso de San Adrián, en Guipúzcoa, cerca del límite con Álava. A mitad del camino me topé con un anciano que descansaba en su silla de mimbre, en el pórtico de un caserío. Me saludó amablemente y comenzamos a hablar. Me comentó que tenía 82 años, de los que casi 60 había pasado trabajando en su caserío. Me dijo que siempre le había gustado charlar con desconocidos. Sin embargo, me confesó que llevaba un tiempo triste porque los caminantes que pasan cerca de su caserío parecen andar con prisa y nunca se detienen. Decía que algunos, incluso, no le habían devuelto el saludo. Estuve un rato con él y, al terminar de hablar, me agradeció que lo hubiese escuchado y estrechó mi mano con firmeza. Continué la marcha, con una sensación incómoda. Quizá sin ser consciente, yo mismo había actuado alguna vez como los que no se paran a saludar. La conversación, además de removerme la conciencia, me enseñó lo poco que cuesta dar una alegría a los demás. Basta dedicarles un poco de nuestro tiempo.

 Zigor Eguia Lejardi. Elgoibar (Guipúzcoa)


Por qué la he premiado… Porque no está de más detenerse a escuchar, de vez en cuando, a quienes aún escuchan.


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