Viernes, 05 de Enero 2024, 09:35h
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Coinciden otra semana los lectores en poner su atención en la educación de los más jóvenes, y en especial en el impacto que los teléfonos móviles, ventana primera de la digitalización en sus vidas, provocan en su proceso de aprendizaje. Colea aún el informe PISA, y sobre la mesa está la propuesta, que tanto han tardado en considerar nuestras distraídas autoridades, sobre la posible limitación del uso de los teléfonos móviles y el acceso a contenidos para los menores. Hay quien dice que prohibir no es el camino; que antes hay que responsabilizar a los hijos y han de responsabilizarse los padres. El problema es que el gran negocio subyacente, que no lo hacen ni los chavales ni sus padres, lo lleva gente que sabe todo de nosotros, pero alega no poder saber la edad del usuario. Es su irresponsabilidad la que nos ha traído aquí.
Las cartas de los lectores
El móvil
Escucho, leo y veo en los medios, a todas horas, opinar a psicólogos, psiquiatras, periodistas, policías, padres, profesores, sobre a qué edad deben tener móvil los niños. Tras escuchar sesudos razonamientos de todo tipo, aún no he escuchado a nadie defender esta opinión con la que quiero contribuir. Creo que los hijos deben tener móvil cuando: 1. Ganen dinero; 2. Compren su móvil; 3. Tengan una cuenta corriente; 4. Se den de alta en una compañía telefónica que les pase los recibos a su cuenta. Creo que, así, sobrarían todos los debates. Vamos, lo que nos enseñaron de pequeños cuando teníamos cualquier delirio de grandeza económico.
Alfonso Uruñuela de la Rica. Avilés
Carencias y excesos en secundaria
Preguntan en Diario Vasco al experto Jorge Flórez: «¿Nos estamos pasando con un exceso de digitalización? De Suecia a Estados Unidos, hay movimientos que replantean el abuso juvenil de la tecnología». Y contesta: «Sí. Hasta ahora hemos sido llevados por la inercia y la novedad. Es hora de medir qué ganamos y perdemos». En lo más visible de lo perdido: retraso cognitivo, de comprensión lectora y de adquisición oral. Lo 'ganado': niños dispersos y entretenidos por la avalancha de pornografía e imágenes de alta 'gama' en móviles de escolares, conocido en secundaria de Gipuzkoa. Cataluña y Euskadi, autotitulados 'vanguardia hispana' y a la cabeza del fracaso educativo en España, engreídas y con la altivez del necio, aún evitan mirarse en el espejo de la sencillez de la meseta castellana. Punteras en economía y tecnología, ya intuyen encabezar el fracaso de la transindustrialización, para ir compensando con ese faraonismo turístico, gastronómico y cultural… de clase. Recobrar viejos valores y compartir, sin competir, nuevos trazos exploradores ayudarían a abrir ese camino de reencuentro con la inocencia que hoy se ve perdida en nuestros niños.
Iulen Lizaso Aldalur. Hernani (Gipuzkoa)
Móviles: no os quedéis cortos
En Silicon Valley, meca tecnológica, saben que las pantallas distraen, limitan las habilidades motoras y la capacidad de concentración a la vez que provocan insomnio y pérdida de memoria. Los creadores de tan avanzada tecnología buscan, alarmados, no menguar la creatividad ni la interacción humana de sus vástagos; por eso vetan en sus colegios tabletas y ordenadores. Hasta sus niñeras ven vetado, por contrato, el uso del móvil. Es bueno que España legisle para prohibirlo en primaria y secundaria. Pero ¿y fuera del cole? Igual que los menores no pueden fumar ni beber dentro ni fuera de las escuelas, debería ampliarse la restricción a toda hora hasta los 16 años: si otros compañeros tienen móvil en la calle, será difícil que los padres no cedan para
no condenar a sus propios hijos al vacío.
Miguel Fernández-Palacios Gordon. Madrid
Deseos, anhelos, certezas
Me enseñasteis lo mejor que supisteis a tomar decisiones, a ser buena persona y a mirar hacia delante superando y afrontando las dificultades. No siempre os hice caso. Me enseñasteis con vuestros últimos hálitos lecciones de vida que aún estoy intentando interiorizar. Y me guiais con vuestra luz en el camino que sigo recorriendo. Aunque a veces la luz la tapo con mi mano. Os echo tanto de menos, os necesito tanto. Aprendí que hay que esforzarse. Pero no siempre el esfuerzo da recompensa. Y aprendí a dar las gracias. Me faltó, sin embargo, aprender a pedir ayuda, a no ser orgulloso o a comunicar mis miedos. No aprendí a estar con quien necesita que esté ni, en ocasiones, a dejar que las cosas sucedan y tan solo escuchar. La vida es un aprendizaje continuo, nuestros actos son la escuela de quienes tenemos alrededor, sobre todo de quienes tenemos detrás. Tengo tanto que aprender. Tanto que mejorar. Ojalá todos seamos capaces de escuchar más, de dejarnos guiar, de colaborar, de compartir, de amar.
Javier Goya Santesteban. Pamplona (Navarra)
Por qué la he premiado… Porque un año nuevo es una invitación a recordar que el aprendizaje no acaba nunca.
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