Viernes, 30 de Agosto 2024, 08:39h
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El odio viaja bien, prende deprisa, y una vez encendido se sostiene como ninguna otra hoguera de las que inflaman el corazón humano. Tiene, además, la virtud de retroalimentarse a sí mismo. La respuesta más probable a un atropello inducido por el odio es otro atropello, que a su vez provocará otro más. Buena prueba de esta mecánica infernal la tenemos en Oriente Medio, donde desde hace más de un siglo las partes enfrentadas no dirimen sus diferencias, sino que las enturbian y pudren cada vez más con el recurso reiterado a la muerte dictada por el rencor. Cuesta en unos y otros ver ya más horizonte que la supresión del otro: el genocidio que más de una vez la Historia ha deparado como apoteosis del aborrecer. Y más si todo lo que reciben son ánimos –y armas– para odiarse y matarse con más ahínco.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
Futuras despedidas
Hoy te miré y, por primera vez, comprendí que no estarías conmigo para siempre. No sé si fue un titubeo al andar; esa nota discordante en la voz, más ronca y con un eco de melancolía que antes no estaba; o un cansancio en la mirada, que navegaba perdida entre ese cielo ocre que derramaba lágrimas de cobre sobre la ventana. La certeza me sacudió como si hubiese estado siguiéndome desde hacía tiempo, como si se hubiese sentido ignorada pese a la progresividad con la que se presentaba cada día. Sabía y no quería saber que ese destino te alcanzaría antes que a mí, que sería yo quien te llorase y treparía por esa memoria que compartimos cuando la soledad llamase a mi desvelo. No me sirven los consuelos baratos que edulcoran las despedidas, la pervivencia de la persona mientras la recuerdas y demás historias inventadas para sobrellevar el duelo. Sé que añoraré tu compañía y que dejarás un vacío insondable, que sonreiré cuando te recuerde pese a que se desprenda una parte de mi alma. Vivimos en una época de mantequilla y nos ocultan que el dolor forma parte de la vida, moldeando nuestro carácter con estocadas tan profundas que nunca cicatrizarán. No somos inmortales, y quizá por eso, porque tu falta dolerá, sé que es real y que nada importante puede marcharse sin dejar huella.
Rubén González González. Correo electrónico
Genocidio consentido
Hace ya demasiados meses del comienzo de un conflicto que Oriente Próximo viene sufriendo desde que se decidiera que los judíos se establecieran allí. Hace ya unos meses que a diario nos despertamos con la noticia de que los israelíes han matado a otros cientos de palestinos y ya no nos hace mella, de la misma manera que ya ni nos acordamos de que existe otra guerra en Ucrania; aunque, nunca mejor dicho, esa es otra guerra. Cuando Rusia invadió Ucrania, todos los países de la OTAN se plantaron contra Putin, al igual que se hizo contra Hitler. Por qué ahora no hacemos lo mismo contra Israel; cómo se puede ser tan hipócrita, cómo es posible que, si no la OTAN, la Unión Europea no haga nada contra ese genocidio orquestado por la avidez territorial israelí, que no va a saciar hasta que ya no queden palestinos en Gaza, o porque estén muertos o los hayan echado de su propio país. Este genocidio consentido tiene que parar y para ello no debemos olvidarlo como estamos haciendo con Ucrania.
Luis Felipe Muñoz de la Calle. Segovia
Abandono escolar real
Al señor Manolo Díaz, que escribe una carta con la estadística de abandono escolar en Suiza: 4 por ciento; Suecia, 5; Francia, 10, y España, 31. Circulan estos datos por las redes y no son reales. El último dato de abandono escolar en España es 13,1 por ciento. No hay más que hacer una consulta en Internet.
Román Igoa Fránchez. Correo electrónico
A la vuelta del camino
Tenía veinte años. Mi primer destino: una escuela infantil del Bajo Aragón donde los pequeños ponían alas al frío pelón. El carbón por estufa y una gran pizarra que acompasaba los primeros números: «El uno es un soldado haciendo la instrucción...». La cartilla y una libretita constituían con los lápices de colores el equipaje escolar. Aprendí a hacer esquemáticos dibujos acorde a cada letra que ellos aprendían, reinventaban y copiaban. Recuerdo a Miguelico, ante la coma que insinuaba un pequeño pájaro: «Señorita, eso es una flor; y ese garabatico de ahí ¿qué es?». Distintos niveles precedieron una Escuela de Adultos en pleno avance hacia otros modelos educativos que incluían el 'març de la dona', flamente Consellería de la mujer y sus charlas de autoestima. Por supuesto, nada de corte y confección ni admitir la ignominia de ser 'la reina de la casa'. Concha había nacido en Socuéllamos. Rondaba los 50 con buena presencia y aquí se había casado algo tarde con un hombre bueno que la llevaba en palmitas: «¿Que me está diciendo? La de 'corfas' que he comido en la posguerra y ahora, que soy la reina de la casa, ¿me viene usted a decir que es un insulto?». Con la licenciatura, la nueva oposición me llevó a un flamante Instituto de Secundaria, entre mar y montaña. Finales de aquel COU tan atractivo como exigente. Carlos era un chico tan guapote como listo. Un día, se quedó rezagado tras la clase de literatura. No sin cierto reparo, me hizo ver mi error en el epígrafe de un autor que les había fotocopiado. Con la ESO cambiaron los planes de estudio; desde arriba se rebajó el nivel y con ello el interés y la exigencia. Impartía una de mis clases en el ala Este. Los 200 metros de altitud nos permitían en lejanía vislumbrar el mar que aquella mañana se vestía de aurora boreal. «Qué bonito se ve el mar desde esta clase!». Me miraron con extrañeza... «Pero, ¿cómo os ha pasado desapercibido?». «¿Desa-qué?». Recuerdo a una magnífica compañera que ese curso nos vino interina tras su voluntariado en Burkina Faso. No soportaba la vagancia: «No me dais ninguna lástima, tras haber visto a los chicos estudiar a la luz de la farola sin luz eléctrica en sus casas». Ya de vuelta en el camino, pervive en mi memoria el recuerdo de tantos alumnos a los que de verdad quise. De algunos, hoy, aprendo yo de ellos. Y mientras canta mi pizarra «el dos es un patito que está tomando el sol», me alumbra desde lejos otra imagen: la de aquella religiosa, que enseñaba en Mozambique las primeras letras a orillas de la playa donde las tenues olas hacían de borrador.
Mercedes Piñón Cotanda. Onda (Castellón)
Alrededor del fuego
Me he dado cuenta de que hablamos mucho del progreso como un sinónimo de la novedad, de aquello que nunca antes había tenido lugar. Yo, sin embargo, he observado que muchas veces los medios empleados en el pasado pueden llegar a ser valiosas herramientas para los problemas de hoy; este hecho, por desgracia, se ignora, en gran parte por el decadente interés social por las humanidades. Esta distorsión de la realidad relativa al progreso lo vemos materializado, entre otras cosas, en la marginación de las personas mayores. Recuerdo con cariño una escena de la película Apocalypto, de Mel Gibson, en la que se encontraba una tribu sentada alrededor del fuego mientras escuchaba hablar al más anciano. Esta imagen es un contraste con la actualidad. En los países más desarrollados, los jóvenes han adquirido un gran poder mediático, a veces a costa de los mayores. Por desgracia, esta marginación no es meramente intelectual. El acelerado progreso técnico ya lleva un tiempo sometiendo a los mayores a circunstancias de indefensión. Como siempre, ignoramos que el progreso de la comunidad se produce cuando éste se adecúa a los corazones, no cuando los corazones se adecúan a él. Y ya no hablemos de las faltas de respeto. Hemos olvidado lo que implica la palabra 'abuelo', así como la belleza y la profundidad que entraña. El abuelo es aquel que más experiencia posee y, por tanto, el que más sabiduría puede aportar. Como ocurre con todos los sabios, son ultrajados por las masas ignorantes que no comparten su opinión, una opinión forjada en base a su experiencia. Hasta ahora he tenido la dicha de sentarme alrededor del fuego y disfrutar de la infinita sabiduría de mis abuelos. Afortunadamente, no soy el único.
Pablo Careaga Martorell. Valencia
LA CARTA DE LA SEMANA
DE DÍA O DE NOCHE
Con sol o con lluvia, de día o de noche, los repartidores salen a trabajar. Ramón pedalea con tenacidad y determinación. Es un guerrero moderno, un luchador que va en bicicleta: reparte comida a domicilio. En muchas ocasiones soporta comentarios hirientes y miradas despectivas. Sin embargo, cada entrega a tiempo es una pequeña victoria, una demostración de que se puede resistir ante la adversidad. Ramón dice que repartir comida a domicilio te permite conocer la vida de las personas que te rodean: personas solas, familias desestructuradas… y también personas agradecidas, como la jubilada mexicana que, como muestra de agradecimiento, le ofreció una taza de chocolate caliente. Ramón es autónomo. Y como autónomo descansa lo justo. En cuanto termina su jornada cae rendido y duerme a pierna suelta. Mañana le toca turno de noche. Esta carta va dedicada a los repartidores, porque con sol o con lluvia, de día o de noche, los repartidores salen a trabajar.
Javier Guajardo-Fajardo Puente. Mairena del Aljarafe (Sevilla)
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