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Habéis quedado para comer, a las 14.30 en la puerta del restaurante; van a dar menos veinte... 'pi, pi', un mensaje de whatsapp: «Estoy ya en el metro, llego en diez minutos. Si quieres, vete cogiendo mesa». Algo así le ha pasado alguna vez hasta al más puntual. Lo de llegar tarde, no digamos ya lo de esperar a los tardones... Y los hay de manual: «Tengo una amiga que siempre, por sistema, llega tarde, así que un día le hice esperar a propósito. Crucé la acera y la observé sin que me viese. Quería comprobar cómo reaccionaba al no verme ya allí. Llegó y dejé que pasaran diez minutos, mientras ella miraba distraída unos escaparates. Entonces aparecí corriendo: 'Lo siento, me he retrasado'. ¿Estaría molesta por mi tardanza, que es lo que me pasa a mí cuando me tiene esperando media hora? '¡Tranquila mujer! No pasa nada'. No le dio la menor importancia y me dí cuenta de que mi amiga no llegaba tarde por fastidiarme». Diferencia Elisa Sánchez, psicóloga que imparte cursos de gestión del tiempo, entre personas que viven el tiempo (su amiga) y personas que lo miden (ella). «Las primeras llegan tarde a todas partes y se pierden cosas, pero, a la vez, disfrutan del tiempo».
Ser de uno u otro grupo tiene que ver con la genética, con la cultura... y hasta con la profesión. «Tenía que dar un curso de coaching a pilotos de avión y uno de los asistentes llegó dos minutos tarde. El hombre se empezó a disculpar y yo no entendía ese agobio por dos minutos. Pero es que en el sector aeronaútico los costes de un retraso, aunque sea de dos minutos, pueden suponer mucho dinero y tener repercusiones que afecten a mucha gente. En la aviación el tiempo es oro y esas personas actúan así también en su vida diaria. Te dicen: 'Paso a recogerte a las tres y veinticinco'. Y no es a y media, es a y veinticinco exactamente. En otros sectores, relacionados con la creatividad sobre todo, no se mide el tiempo igual. ¿O acaso hay algún concierto que empiece a la hora?».
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Al margen de que las consecuencias de que un concierto se retrase media hora nada tienen que ver con un vuelo que se demore siquiera cinco minutos, la puntualidad (o la falta de ella) tiene mucho que ver con la personidad de cada uno, sea piloto o vocalista de un grupo de rock. «Hay una parte genética. La cordialidad, la empatía, el tesón, la perseverancia, la precisión, la minuciosidad... Las personas que más puntuan en estos rasgos suelen ser también personas puntuales», explica Enrique García Huete, psicólogo clínico y director de Quality Psicólogos. Y como muchas cuestiones genéticas, el 'ambiente', las influencias externas, puede variar esa predisposición natural, en un sentido o en el contrario. «Aunque todos los niños llegan puntuales al colegio habrá algunos a los que sus padres les dicen siempre: 'Venga, vamos, que llegamos tarde. Apresúrate, que no quiero hacer esperar a tus amigos'. Y otros que, sin embargo, cuando están en casa remolonean, no acaban de sentarse a la hora para cenar... y nadie les apremia».
– ¿El 'tardón' llega tarde siempre o se puede corregir?
– Puedes ser un vago redomado pero seguro que estás a la hora en el médico o en un examen. ¿Por qué? Porque si no lo estás sabes que vas a tener un perjuicio. No vas a poder presentarte a ese examen para el que te has preparado o se te va a pasar la cita del médico. El ser humano se mueve para obtener beneficios o para evitarse problemas o malos ratos. La cita con el doctor es importante, por eso estás a la hora. Pero el amigo, 'bah, que espere, que no es para tanto'. Entonces, ¿qué ocurre? Pues una de estas dos cosas: o el amigo se cansa de esperarte todos los días y acaba no contando contigo para comer, lo que hará cierta mella en tu automatismo de llegar siempre tarde; o termina aceptando que llegues tarde y, al no haber consecuencias negativas, seguirás demorándote.
– ¿Qué 'beneficio' encuentra el puntual al llegar a su hora?
– No generar molestia al otro también supone un beneficio para muchas personas. Es como el que está en un atasco y avisa por teléfono de que llegará diez minutos tarde a la reunión de trabajo. Esa persona se pone en el lugar del que está esperando. Mientras que otros, en ese mismo atasco, ni mandan un mensaje para advertir de la tardanza.
La impuntualidad en el trabajo, además de estar «muy mal vista», advierte Elisa Sánchez, «es una de las principales fuentes de conflictos laborales. Sobre todo porque muchas veces que tu compañero llegue veinte minutos tarde implica que tú tengas que hacer su trabajo. Además, siempre suele poner excusas: que si el coche, que si los niños, que si la suegra... Eso quema mucho».
La puntualidad, en el trabajo o fuera de él, se va «flexibilizando de norte a sur», advierte Enrique García Huete. Y remite a la cacareada puntualidad británica. «Allí es un valor. Aunque haya británicos tardones, la cultura marca», sostiene. Confirma Rubén, biólogo vasco emigrado hace casi veinte años a Londres. «Hace años estuve de gerente en un café en la City y abríamos a las siete de la mañana. El primer cliente era todos los días el mismo tipo y entraba en cuanto abríamos la puerta. No sólo eso, si abríamos aunque fuese dos minutos tarde se le notaba visiblemente molesto por la falta de puntualidad. Eso sí, nunca nos dijo nada».
– ¿Ni un reproche?
– No porque chocarían dos aspectos muy importantes de la 'psicología' británica. Por un lado, le dan mucha relevancia a la puntualidad pero, por otro, nunca te van a reprochar la impuntualidad para no hacerte sentir vergüenza por llegar tarde. Para el británico medio, no utilizar malas maneras es, probablemente, más importante todavía que ser puntual. Otra cosa es que por dentro estén pensando: 'Estos españoles siempre llegan tarde'. Y a veces, tienen razón.
Vamos más al norte, a Suecia. Porque cuanto más al norte, más puntuales ¿no? Daniel Palomo, ingeniero bilbaíno y residente en Estocolmo desde hace tres años dice que sí, que allí son «super extra puntuales». «A la oficina todos llegan cinco minutos antes y si vas a demorarte, aunque sean dos minutos, llamas para avisar. Y ahora que todo va por Skype es exagerado. Hoy he tenido una reunión a la que me he conectado cuatro minutos antes. Un minuto antes lo ha hecho la organizadora. Un tercero ha llegado dos minutos después y la organizadora ya estaba diciendo que le parecía raro. El otro, por supuesto, ha pedido perdón. Con amigos es menos extremo, pero también está mal visto llegar tarde a una cita, les parece una falta de respeto. Pero como son tan políticamente correctos, aunque les moleste no te lo dirán». Daniel, que antes de mudarse a Suecia vivió unos años en Reino Unido, asegura que en esto de la puntualidad, «los suecos lo son todavía más que los británicos».
Y los españoles, ¿por qué puesto del ranking andamos? Cristobal Torres, catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, sostiene que la impuntualidad que tenemos atribuida «es un estereotipo, igual que cuando decían que en España no se iba a poder dejar de fumar en los bares».
– Entonces, ¿no somos tan impuntuales como nos pintan?
– No. Aunque hay tardones, como en todas partes.
La culpa de nuestra impuntualidad... ¡la tiene el móvil! «La digitalización, la capacidad de trabajo que te da un ordenador, la multitarea del teléfono... se ha traducido en un aumento de nuestros ritmos de vida», advierte el sociólogo Cristobal Torres. Y desarrolla esta hipótesis que se revela más que demostrada. «Hoy hacemos muchas más cosas de las que hacíamos hace cuarenta años, y eso se proyecta en las relaciones sociales. Tenemos que entregar un informe, devolver una llamada, recoger a los niños a las cinco en el colegio, cenar a la hora...». Y con semejante lista de tareas, sostiene el experto, la probabilidad de que lleguemos tarde a alguna se incrementa. «¿Cuántas cosas te permite hacer el móvil?» (incluida la de avisar por WhatsApp de que vas a retrasarte), plantea el sociólogo. Y no solo el móvil: «Te llaman del trabajo y a la vez de la tintorería. Entonces llega un email y lo tienes que responder ya. ¡Y meter la pizza al horno sin que se te queme!».
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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