![Voluntarios para fortalecer la buena vecindad: «La soledad no es buena»](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/04/08/Buena-vecindad-valladolid-k6XG-U1909965404757GD-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Parece que no me pasa nada, pero me pasa mucho». Con esta frase resume Elvira Vivas su realidad actual, que le ha llevado a vivir sola, cuando siempre ha estado acostumbrada a estar rodeada de personas. «Ahora las horas son interminables porque se piensa más ... de lo debido. La soledad no es buena. Al menos para mí, que he vivido siempre en una casa con jaleo. Éramos cuatro y además venían familiares todos los días», recuerda esta vecina de Las Delicias, que es una de las 602 personas de 87 años que viven solas en la ciudad de Valladolid.
El marido de Elvira falleció hace cinco años. «Ahí es cuando me he visto sola», asegura esta mujer, que tiene dos hijos, aunque reconoce con pesar que es como si tuviera «sólo uno por situaciones que pasan». Y ese hijo que Elvira asegura tener vive en Menorca por motivos laborales, así que el teléfono se convierte en el medio de interacción diaria con él, en una ventana que le ayuda a huir de la soledad a golpe de videollamada. Pero el móvil no es lo único que le permite evadirse de la soledad. También está Charo, una voluntaria del programa 'Buena Vecindad', que lleva a cabo el Ayuntamiento de Valladolid en colaboración con la Federación de Asociaciones de Vecinos Antonio Machado. Charo García es una de las 38 voluntarias que participan de esta iniciativa, que se puso en marcha en 2018, y su labor desinteresada permite a Elvira ir acompañada al médico, dar un paseo o simplemente hablar. «Para mí es como un familiar muy allegado. Todo lo que he necesitado, lo he tenido con ella. ¿Qué más puedo pedir?», se pregunta Elvira para que Charo señale después que el vínculo que se ha generado entre ambas hace que la balanza que podría dictaminar quién gana más con esta relación esté nivelada. «A mí emocionalmente me aporta muchísimo. Yo soy de pueblo y las relaciones vecinales de los pueblos son distintas a las de las ciudades. Echaba en falta esa cercanía y con el programa la he encontrado. Además, Elvira es la mejor contadora de historia que he conocido. Es un placer escucharla», señala Charo.
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Los usuarios del programa son, como Elvira, personas mayores en situación de soledad a las que se les proporciona acompañamiento a través de una bolsa de voluntariado. Los acompañamientos consisten en visitar a estas personas de forma permanente o puntual mediante actividades como salir a pasear, acompañamiento a gestiones y llamadas telefónicas, aunque esta labor depende mucho de las necesidades del usuario y de las cualidades del voluntario, tal y como explica la voluntaria Cristina Pérez, una mujer con problemas de visión que acompaña a una de las usuarias, Carmina, y a la que no le echan atrás sus limitaciones. «Carmina no es muy habladora. A ella lo que le gusta es jugar a la brisca y yo no veo muy bien las cartas. Así que lo que hago es usar unas cartas mucho más grandes de lo normal y así pasamos el rato», explica esta mujer, para la que sus problemas de vista no han supuesto un freno en sus ganas de ayudar a los demás.
Encontrar voluntarios implicados con el proyecto no es una tarea fácil, pero resulta paradójico que lo más complicado sea dar con personas que reconozcan que este programa les puede ayudar. La búsqueda de los usuarios se lleva a cabo a través de los CEAS, las parroquias, los centros de salud y las asociaciones vecinales. Una vez detectada la necesidad, se mantiene un primer contacto telefónico para después quedar presencialmente con el futuro usuario en una reunión a tres con la voluntaria y la técnica del programa. Así es como se inicia una relación de confianza en la que lo más difícil es que la persona que precisa ayuda esté dispuesta a que se le ofrezca. «Solo tenemos veinte usuarios. Nos llama muy poquita gente. Es muy difícil encontrar personas que quieran que se les ayude porque la soledad es muy aislante. Hay que ir muy poco a poco, ya que la gente se encierra y es complicado acercarse. Yo no puedo presentarme en casa de nadie sin su consentimiento, aunque sea para ayudarle», explica la técnico del programa, Noelia Palmero.
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Carmina Gómez, de 72 años, logró superar esas reticencias iniciales y lleva un mes conociendo a la voluntaria Marilia Aguilera. Quedan cada miércoles para ir conociéndose. «Es una manera de intercambio. Yo le ayudo a ella, pero ella también a mí porque ella sabe muchas cosas de Valladolid que yo no sé y que estoy aprendiendo», explica Marilia mientras Carmina asiente para apostillar al final que «el programa tiene que seguir. Es lo mejor que me ha pasado en la vida porque yo ahora sola no puedo ir a ningún sitio y tener al lado a alguien es fundamental para mí», sentencia Carmina para poner de manifiesto que para ella este modelo le está ayudando a afrontar un día a día cada vez más complejo para ella.
¿Y cómo hemos llegado a una situación social como esta? La voluntaria del programa Inés Portillo hace este diagnóstico: «Cuando las mujeres se han incorporado al mercado de trabajo, todo el mundo está muy liado atendiendo a la propia familia. Muchas veces no se puede atender a los hijos y se hace muy complicado ayudar a tu propio padre o tu propia madre. El día tiene 24 horas y no se da más de sí», explica Inés, que está jubilada y puede dedicar su tiempo a ayudar a personas que no son de su familia y que ya ha prestado su apoyo a ocho usuarios desde que el programa se puso en marcha.
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Y de esta manera, el programa 'Buena vecindad' sigue creando lazos entre vecinos, ayudando a los mayores a no sentirse solos y mostrando a los más jóvenes que la experiencia vital es una cualidad de la que se puede aprender mucho. «Pasear por el centro con Elvira es como hacer una visita guiada. Ella me va contando cómo era el Valladolid de antes, los recuerdos que ella tiene, y es muy enriquecedor», explica Charo García para que Elvira cierre estas líneas con una reflexión. «Las personas nos hemos hecho tan insociables... Son pocos, muy pocos, los que te dan la debida confianza que antes había entre las personas de tu entorno», concluye esta mujer de 86 años que añora los tiempos pasados, esos en los que todos sus vecinos sabían su nombre y las conversaciones en la escalera se despachaban con algo más que un frío 'buenos días'.
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