Anabel Cáceres. Alberto Mingueza

Anabel Cáceres, enferma crónica desde 2020

Covid persistente
«Vivo rodeada de alertas en el móvil y de 'post-it', olvido hasta comer»

Sanidad ·

Esta sanitaria sufre dolor crónico, cansancio y ansiedad tras un covid que, en su momento, fue leve y sin ingreso

Ana Santiago

Valladolid

Sábado, 18 de marzo 2023, 13:28

Un aparentemente simple constipado cambió, en septiembre de 2020, la vida de Anabel, radicalmente, y con la amenaza de ser de por vida. Algo para convivir con ello el resto de sus días. En aquellas fechas, la pandemia ya había hecho estragos y extendido el ... miedo. Anabel trabajaba como técnico auxiliar de enfermería en el Hospital Benito Menni, de noche. Un turno que la aislaba especialmente de contactos con otros compañeros y visitas y en el que «me protegía con unas mascarillas de tela que nos hicieron las monjitas porque entonces no había, ventilábamos mucho, mucha higiene...», recuerda.

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«Era supercuidadosa porque mis padres eran mayores –les dejaba la comida en el felpudo– y mi hija, por entonces de 22 años, vivía entre su habitacicón, incluso para comer, y la universidad. Para no coincidir».

«Un compañero nos dijo un día que no tenía ni gusto ni olfato y que tenía covid. Yo, que andaba con lo que solo parecía un catarro, me dije pues yo también tendré lo mismo y avisé al trabajo y di positivo. Me aislé totalmente en casa y, me coincidió con vacaciones, estuve un mes entero danto positivo». En el caso de Anabel Cáceres, de 55 años, «lo peor era la urticaria, era horroroso. Tenía que dormir al aire libre, en el balcón. Mi médico me dijo que eso no era por el covid. Entonces se sabía muy poco, tenía también afectación neurológica. Yo vívía como encapsulada, como en una irrealidad, era muy extraño. Mucho dolor de garganta, poca fiebre –claro, que tomaba paracetamol– y dolor en el cuerpo, debilidad. Y un día al salir del centro de salud, me caí. Tuve una tendinitis, las rodillas destrozadas... pero convencida de que no era consecuencia del covid y también mi médico, y no al revés como luego supimos que era. Unos dolores tremendos por todo el cuerpo que también achaqué al traumatismo y me mandaron a rehabilitación. Me cambié de médico porque el mío estaba muy perdido y me mandaron a consulta postcovid. Las piernas no respondían, el dolor era permanente, pérdidas de memoria». Anabel nunca volvió a ser la misma. Y así sigue. Con dolor permanente. Con fatiga siempre.

«El sistema nos ha abandonado. Hasta ahora, en esta nueva unidad, por primera vez, te sientes persona, entendida»

Como otros pacientes se siente «abandonada por el sistema, o no saben o no te creen o lo achacan a otras cosas. Ni siquiera está reconocida como causa de incapacidad laboral. Tras un tiempo de baja me obligaron a reincorporarme. En el Benito Menni me trataron muy bien. Yo iba con bastón, me pasaron a la mañana para que, al haber más compañeros, fuera más leve. Me sentía inútil, me siento inútil, soy una carga. Las manos agarrotadas, sin fuerza... ¿cómo cuidar de enfermos así? Terminó por darme un ataque de ansiedad, me atendieron los médicos del Benito Menni y luego sí me dieron la baja pero por trastorno adaptativo, no por secuelas de covid. Como no es visible, hay gente que se burla, que no se lo cree. Nunca he vuelto a trabajar y adoro mi empleo».

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«Es tal la afectación emocional que llevo tiempo con psicólogos y psiquiatras porque estaba muy, pero muy desesperada. Vivir cada día, desde hace dos años y medio con dolores, sin cura ni soluciones, que aprendas a vivir con ello te dicen. De verdad, sufriendo muchísimo y siendo una carga para mi hija y no pudiéndome ocupar ya de mis padres. Tengo tales pérdidas de memoria que vivo con alertas en el móvil y 'post-it' por toda la casa. Me preparado el desayuno y cuando voy a comer descubro que sigue ahí, en la cocina, que me olvidé de tomarlo. No me explico bien, las palabras me bailan, tengo días mejores y peores pero ninguno bueno. Salgo a pasear y, de pronto, en una calle, no sé donde estoy. Vas a coger algo, te da un calambre y lo tiras al suelo. Un día fui con mi hija a sacarme sangre para un análisis, ella me dejó sentada y se tuvo que ir. Luego ya en casa le dije '¡pero si no me he hecho el análisis!'. No tenía el algodoncito y ella no podía creerlo porque me dejó dispuesta para ello, hasta que encontró una pequeña señal del pinchazo. Había olvidado que me pincharon, que volví a casa... todo. Mi hija tiene que estar pendiente de la medicación, vivo intoxicada de tanto fármaco, para dormir, empastillada».

Ahora, desde que he comenzado en la Unidad de Afrontamiento Activo del Dolor veo una esperanza clara. Es la primera vez que me siento entendida, escuchada, que alguien se molesta en buscar una terapia para nosotros, que somos muchos. Hemos llorado mucho, sufrido mucho y el ver a más que están como te ayuda porque compartes experiencias, dudas, ves que cosas que no sabes si son del covid otras personas también las tienen. Por primera vez, me siento apoyada. Por fin, somos alguien».

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