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Mireia Diez Miguel, de 19 años. Gabriel Villamil

Así es y vive una mujer que solo conoce el siglo XXI

Mireia Diez Miguel, de 19 años, cuenta cómo es la realidad de una joven que acaba de salir del nido familiar y está en plena transición a la edad adulta

Eva Esteban

Valladolid

Domingo, 8 de marzo 2020, 08:12

«Quien no sabe lo que busca, no entiende lo que encuentra. Criminología. Handball». Esta es la carta de presentación –acompañada por sus respectivos emoticonos– de Mireia Diez Miguel en sus redes sociales. Es natural de Guardo, en Palencia, tiene 19 años y una alegría contagiosa. Dice ser una chica «normal», como cualquier otra mecida en la montaña palentina. «Alegre, simpática» y con la mochila cargada de sueños por cumplir. Es de esas que llevan los tobillos al aire y se suben al barco de las modas cuando pasan por su puerto. Pero su mirada, escondida tras unos cristales redondeados que le acompañan desde «pequeñita», desvelan timidez. La suya es la historia de una mujer que «ayer, como quien dice», se sumergió en la vida adulta. De una joven que forma parte de la denominada 'Generación Z' ('envuelve' a los nacidos entre 1994 y 2010), que incorpora el término «puto» como prefijo intensificador de cualquier palabra y expresa sus emociones a través de emojis.

Nacida el 21 de junio del 2000 y consciente de la eclosión del movimiento feminista, esta joven presta su mirada para analizar cómo es y cómo vive una mujer que solo conoce el siglo XXI. Su entorno, además, muestra su visión sobre cómo ve a la protagonista en la carrera de fondo hacia la edad adulta. Hace tan solo un año, Mireia Diez abandonó el hogar familiar. Pero aún no se ha despegado de los 'tupper' de comida casera. Tampoco de las llamadas y los WhatsApp rutinarios de sus padres para comprobar que todo está bien. Su madre, Yolanda Miguel, asegura que los 161 kilómetros que les separan de su única hija (tienen tres hijos varones, dos menores y uno mayor) no son obstáculo para sentir que sigue siendo su «niña».

Los testimonios

«Al principio le costó, pero pronto demostró que es una gran jugadora»
Gregorio Casado, primer entrenador

«Al principio le costó, pero pronto demostró que es una gran jugadora»

Si hay una persona que ha dejado huella en la vida de Mireia Diez es Gregorio Casado, su entrenador hasta que fichó por el Balonmano Zamora a los dieciocho años. El técnico, vecino de Guardo, cuenta que las primeras semanas de entrenamiento de esta pivote –aunque también jugó de lateral– fueron «algo raras».

«Es una chica muy alegre y colaboradora; siempre está con una sonrisa en la cara»
Yolanda Miguel, madre

«Es una chica muy alegre y colaboradora; siempre está con una sonrisa en la cara»

Con pocos años, Mireia fue consciente del trabajo «tan sacrificado» que tenía su padre y asumió el rol de hermana mayor. «Siempre ha sido muy colaboradora; es lo que ha aprendido en casa, cada uno hacíamos una tarea», indica su madre.

«De pequeña le gustaba ayudarme con el rebaño y guiarlo por el campo»
Lisinio Diez, padre

«De pequeña le gustaba ayudarme con el rebaño y guiarlo por el campo»

«Qué voy a decir de ella; es la niña de mi vida y de mis ojos». Al padre de Mireia Diez, Lisinio Diez, se le dibuja una sonrisa en la cara cuando escucha el nombre de su «pequeña». Dice que «desde siempre» ha sido muy cariñosa con él, algo que «me alegra muchísimo». El progenitor, de 56 años y ganadero de profesión, recuerda el consejo que le dio cuando comenzó a jugar al balonmano: «Te van a partir los brazos y las piernas para nada; de esto no te vas a ganar la vida», asegura.

«Siempre que puede viene a Tarragona para estar con nosotros; es un amor de niña»
Felipa Bartolomé, abuela materna

«Siempre que puede viene a Tarragona para estar con nosotros; es un amor de niña»

La abuela materna de la protagonista de esta historia, Felipa Bartolomé, solo tiene «buenas palabras» para ella. Dice que no puede decir «nada malo» porque «nunca se ha salido del tiesto». A pesar de la distancia que les separa, Mireia Diez «siempre ha estado muy encima» de sus familiares.

Es, en definitiva, una chica del siglo XXI. Aunque nació tan solo seis meses y medio después de la entrada en el 2000, la centuria anterior le suena antigua. «Si es que hablamos de 1999 y me suena lejísimos, como si hubiera ocurrido hace más tiempo», reconoce con una media sonrisa nerviosa que se dibuja en su cara.

Vive a caballo entre su Guardo natal (allí reside su familia), Salamanca, donde cursa segundo año del grado de Criminología en la USAL y, desde enero, en Valladolid. Allí aterrizó hace tan solo un mes, a finales de enero, para fichar por el Balonmano Aula Alimentos de Valladolid. Este 'romance' a tres bandas le roba el «poco» tiempo libre del que dispone. Sigue una meticulosa rutina a la que, explica, no le «ha costado» adaptarse. Recurre al refranero para justificar la «intensa vida» que lleva con tan solo 19 años: «Sarna con gusto no pica». «Los viajes me consumen todo el tiempo que tengo; al final, el principal damnificado es el pueblo. Como hay muy malas comunicaciones, no puedo ir siempre que quiero porque tengo que hacer transbordos entre autobús y tren. Si a eso añadimos que los fines de semana estoy con el balonmano...», desliza Diez.

«Cada vez que veo las noticias me dan ganas de llorar; pienso que a veces, hasta cierto punto, vivir en la ignorancia está bien»

Exhibe una madurez impropia de su edad. El hecho de rodearse de gente mayor que ella (como en el Balonmano Aula) le hace afrontar su día a día «de otra manera». Pero el vocabulario que emplea, su forma de expresarse, demuestra que tiene 19 años. En tan solo unos segundos, en una sola frase, expone un amplio abanico de palabras más propias de un diccionario 'centennial' que de la RAE. Por ejemplo, tilda de «random» (algo fortuito, aleatorio) su fichaje por el club vallisoletano. También cuenta que, cuando llegó a sus oídos que este equipo estaba interesado en su incorporación, lo primero que se le pasó por la cabeza es que le estaban «troleando». «Recibí la llamada de sorpresa, no me lo esperaba. Sí que hubo muchos rumores pero yo no sabía nada; fue un poco raro porque parecía que me estaban troleando», apostilla.

Los testimonios

«No recuerdo decir a su madre que hubiera preparado alguna; siempre ha sido muy buena»
Araceli Álvarez, vecina

«No recuerdo decir a su madre que hubiera preparado alguna; siempre ha sido muy buena»

Araceli Álvarez es la «tía postiza» de Mireia Diez. El hecho de que su casa estuviese situada «a escasos metros» de la suya, en la misma calle de Guardo, implicaba que estuviera «toda la tarde metida con nosotros». «Decía a su madre:'quiero ir con Araceli', y se pasaba la tarde enterita conmigo; merendábamos juntas, veíamos la tele... Éramos como dos amigas que se sacan treinta años», sostiene.

«Es una de esas alumnas que dejan huella; le dije que iba a llegar donde quisiera»
Ana Hinojal, profesora en el instituto

«Es una de esas alumnas que dejan huella; le dije que iba a llegar donde quisiera»

Cuando Ana Hinojal se cruzó por primera vez con Mireia Diez por los pasillos del Instituto de Educación Secundaria (IES) Claudio Prieto de Guardo, esta última tenía tan solo trece años. Apenas intercambiaron unas palabras, pero supo que «era especial y diferente». ¿El motivo? Su alegría. A esta profesora de Matemáticas le llamó la atención que «estuviera siempre con una sonrisa en la cara».

Esta joven ha nacido y crecido con tecnología. Es nativa digital. No concibe un mundo sin estos aparatos. Aprendió a usarlos cuando tan solo era una niña y, ahora, no se despega de su teléfono móvil –su arma para mantener contacto con la «vida real»–. Tampoco de la tablet. La televisión, sin embargo, la ve «muy poco». De vez en cuando, a la hora de la comida, para nutrirse de su dosis de información diaria, aunque reconoce que «podría vivir» sin ver ni leer las noticias. «Cada vez que lo veo me dan ganas de ponerme a llorar de todo lo que pasa; pienso que a veces, hasta cierto punto, vivir en la ignorancia nos hace bien», apunta.

Su «gran preocupación»

Este domingo, un partido del Aula en Pontevedra le impedirá acudir a una cita que considera «importante». A diferencia de años anteriores, no asistirá a las manifestaciones del 8-M para reivindicar los derechos de las mujeres. Aún así, indica, será un «día especial». Quiere ganar para dedicar la victoria a las «mujeres de mi vida». «Qué mejor forma de celebrar el Día de la Mujer que ganar allí y decir que estamos aquí, que las mujeres están más presentes que nunca en el deporte y que no vamos a parar hasta conseguir la igualdad».

Le gusta asistir con sus amigas a este tipo de actos que pugnan por la igualdad de sexos. Cree que ésta solo se alcanzará «desde el respeto». «No me gustan los actos ultras, ni de un lado de ni de otro; no considero que la violencia sea necesaria para pedir tus cosas», añade.

Asimismo, su forma de combatir el machismo pasa por «tratar a todos por igual», reprochar un comportamiento cuando considera que es inadecuado. «Hay que intentar hablar con esa persona razonablemente y ponernos de acuerdo; antes había ese miedo de que supuestamente te hicieran algo, pero ahora estamos más reforzadas, no nos callamos», remarca.

«Recibí la llamada del Aula de sorpresa, no me lo esperaba. Sí que hubo muchos rumores pero yo no sabía nada»

Mireia Diez lo repite una y otra vez: «Soy una chica del siglo XXI». No conoce nada más allá. Aún no sabe lo que quiere «ser de mayor» –«no sé lo que va a ser de mí mañana como para saber lo que quiero para mi futuro», asevera–, pero si hay algo de lo que está convencida es de que, de una u otra manera, mantendrá el vínculo con el balonmano. «Es mi vida», sentencia. De hecho, a día de hoy, su «única y gran preocupación» pasa por no sufrir una lesión. Le atormenta el hecho de depender de terceros. «En 2017 me rompí el metacarpiano y lo pasé fatal; depender de otra persona era tremendo, sentía que no podía cortar ni un simple filete y se me vino el mundo encima», subraya.

También cree que levantar los pies de la tierra, desmarcarse del pueblo que le ha visto crecer y meter sus primeros goles, sería un «error imperdonable». Allí fue al colegio y cursó la educación secundaria obligatoria y el bachillerato. Por sus calles, además, correteó con sus tres «ángeles de la guarda»: sus hermanos. El mayor, Alejandro, tiene 22 años y compagina los estudios de grado superior con el trabajo en una fábrica de la capital palentina. Los mellizos, Raúl y Óscar, son un año menor; el primero está haciendo una Ingeniería Informática en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona y el segundo está finalizando segundo de bachillerato.

Inicios en la música

Aprendió solfeo en la Escuela Municipal de Música para sacarse la espinita de tocar un instrumento. Optó por el oboe, pero la balanza de hobbies acabó inclinándose hacia el deporte y dejó la música «de lado». Cogió por primera vez un balón de balonmano «mucho antes» de colocar sus labios sobre la caña de este instrumento de viento madera. A los diez años. Desde entonces no se ha separado de él. «No tenía ni fuerza para tirar a portería, pero me encantaba; me llamaba muchísimo la atención porque, además de ser un deporte más en equipo, no individual, mis hermanos eran muy futboleros, era eso y nada más», comenta. No quiere correr, tomar «decisiones precipitadas» de las que pueda arrepentirse en un futuro. Sabe que a su lado tiene un amplio «club de fans», como se refiere a su familia y amigos, que le apoyarán sobre todas las cosas.

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