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Vivir en clave de Sol, hablar a través de un violín, y agradecer con una sonrisa cada moneda que le permita acercarse más a cumplir su sueño. Así podría resumirse la filosofía de vida de Diego Moyano (Valladolid, 1997), un joven violinista de Las Delicias ... que desde hace cuatro años es un fijo en las esquinas del centro de la ciudad. Con el 'alma' de su inseparable compañero de cuatro cuerdas entre las manos, Moyano personifica dos caras antagónicas unidas por el amor a la música: la pompa de tocar vestido de gala junto a una orquesta y los conciertos a pie de calle para deleitar al viandante y poder costearse los estudios.
-¿Se define más como músico profesional o de calle?
-No creo que sean cosas separadas. Yo soy músico, y para dedicarse a esto a veces hay que pasar por diferentes circunstancias. En este caso ha tocado ser músico de calle y la verdad es que estoy muy agradecido con la situación. La gente es amable, es divertido hacerlo y con el buen tiempo que hace ahora en esta época, da gusto estar aquí.
-¿Cómo surgió la idea de ponerse a tocar en la calle?
Ya lo dicen los carteles, fue para pagarme los estudios y no es mentira. Mi madre, la persona que más admiro, se dedica a la limpieza. Para costear los estudios de música, del conservatorio y todo lo que eso conlleva, como irse a estudiar fuera, tenía que trabajar. Y qué mejor forma que, si tengo estos conocimientos y estas habilidades, llevarlo a la calle y ver cómo la gente lo valora.
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-¿Cuántos años lleva haciéndolo?
Toco el violín desde los 13 años y en la calle llevo los últimos cuatro. Más o menos lo que llevo en la carrera, mis último años de formación. Me lancé a tocar en la calle cuando empecé para poder costeármela.
-¿Compagina el estudio y estos conciertos callejeros con otros trabajos o actividades?
-Siempre que puedo lo compagino con dar algunas clases, que es algo que me gusta mucho. Si me llaman de alguna orquesta, de alguna formación, también intento asistir siempre. Dedicarme a lo que me gusta es una suerte que tengo.
-En estos cuatro años seguro que han pasado cosas buenas y no tan buenas... ¿con cuáles se queda?
-Prefiero quedarme con lo bueno, aunque es verdad que lo malo, por pocas ocasiones que sean, tienen mucho peso y se pasan malos ratos. Siempre hay gente que no aprecia tanto tu arte, pero es algo con lo que hay que lidiar. Me quedo con lo bueno, con la gente agradecida. Lo que merece la pena es la gente. Yo lo hago por la música y al final le dedicas muchas horas en las que estás solo muchísimo rato. Por eso salir aquí y ver tanta gente, tocar para ellos y que alguien se pare emocionado con lágrimas en los ojos por lo que tú acabas de tocar, es súper gratificante. O como me pasó una vez, que de repente vengan encantados unos padres con un niño pequeño a decirte que es la primera vez que escucha un violín y que se ha puesto a bailar mientras tocas.
-A nivel climatológico, aquí tenemos los dos extremos en invierno y en verano... ¿cómo es tocar en las dos estaciones que tiene Valladolid?
-En invierno me asusta un poco más, tanto muscularmente para tocar como por el instrumento, que sufre mucho la madera. En verano, sudando como se puede sudar en otro trabajo. Mucho agua, un poco de paciencia y echar horas.
-¿Cualquiera puede hacerlo o se necesita licencia o permiso?
-Esto, como muchas otras cosas, es un poco burocrático. Pero no es complicado. Simplemente tienes que solicitar permiso en el ayuntamiento, en la sección de medioambiente. En Valladolid es gratuito y se concede por tres meses. Entre el ayuntamiento y el músico se acuerda la calle en la que se puede poner, que es única Durante ese tiempo y acotando las horas entre las 10 y las 14 por la mañana y las 17 y las 20 por la tarde, puedes salir a voluntad.
-Imagino que al principio le daría un poco de vergüenza... ¿es igual a tocar en casa o en un escenario?
-Los primeros días son los que más corte da. Cuando al final el mayor crítico de tu música eres tú mismo y los demonios los tienes detrás. En general la gente es agradecida. Se trata de coger un poco de confianza y soltura, sobre todo por el ambiente, porque hay muchos más estímulos que en un escenario o en casa estudiando no hay. Toda la gente hablando, pasando, diciendo cosas, coches, tráfico... pero en cuanto lo aprendes a llevar, no hay problema.
-¿Te han ofrecido conciertos, bolos o participaciones escuchándote en la calle?
-Sí, sí que me han salido bolos gracias a esto y la verdad que ha complementado bastante las ganancias para seguir costeándome mis estudios en Zaragoza. Me han contactado de varias asociaciones y fundaciones que trabajan en Valladolid para tocar en diferentes conciertos, eventos, también en restaurantes y en otros locales. Así que también ha sido una oportunidad de negocio para abrir mi música a otros lugares.
-La última también es obligada... ¿te alcanza el dinero que obtienes en la calle para poder costear tus estudios?
-Sí, esto al final se ha convertido en la base de mi sustento. Luego lo complemento con las clases, orquestas, formaciones o algún bolo que sale en bodas y eventos. Como durante el curso estudio en Zaragoza, el poder estar allí es lo que más suma a todo el precio, que ya no es solo la matrícula del Conservatorio Superior, que puede ser más alta o más baja. También sube el pagar un alquiler y un transporte entre Valladolid y Zaragoza. Y a ellos se suma el mantenimiento del instrumento, que en el caso del violín no es demasiado, pero siempre tienes que andar cambiando cuerdas y cada juego, por barato que sea, te puede costar otros cincuenta euros ya. No sabría decirte una cantidad de lo que gasto, pero hay que echarle pelas [ríe].
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