Así es la vida en las viejas casas de la línea ferroviaria Valladolid-Ariza
Hijos de ferroviarios, empleados de Adif y varios okupas tienen su hogar en estos antiguos inmuebles junto a la vía férrea
Recuerda cuando, desde la ventana de la cocina, veía a lo lejos a su padre montado en la bicicleta, por el caminito que discurría pegado ... a las vías, de regreso del otro puesto, más allá de Argales. Corría hacia él y volvían juntos hasta la casa, la niña jubilosa subida al sillín. Y cuando le acompañaba a la caseta que estaba frente colegio de San Agustín y ella se quedaba jugando en los columpios. Todos los recuerdos de su infancia, los mejores, dice, están asociados a esa vía, a esos días de verano cuando los empleados de mantenimiento de los raíles se paraban en su jardín, bajo los lilos, para beber un poco de agua, pasar un rato de descanso y charla con su padre, Esteban de Ávila, el guardabarreras. Ella es una de sus dos hijas, Mercedes de Ávila Fernández, de 47 años quien, junto con su madre Luisa, de 90 años, la viuda del ferroviario, son de las pocas personas que todavía residen junto a la línea Ariza-Valladolid. Este canal ferroviario se eliminará cuando la factoría de Renault se conecte a la variante de trenes de mercancías por la que discurrirán los convoyes de carga. El objetivo de esta actuación es eliminar este tráfico de la Estación de Campo Grande.
«Mucha gente se asoma con curiosidad para para ver quien vive aquí. Antes venían compañeros de mi padre que conocieron esto antaño, ferroviarios. Ahora mantengo cerrada la cancela, porque hay quien nos quita las lilas», se queja Mercedes quien, salvo durante un paréntesis de independencia juvenil, ha vivido toda su vida en la casilla ubicada junto a las vías, que discurren en paralelo a la concurrida avenida de Madrid. Cuenta que su padre era de Viana de Cega y que en 1972 se empadronó en Valladolid para trabajar de guarda-agujas. Hasta entonces solo había habitado allí otra familia. «A mi padre no le sacabas de aquí ni a rastras. Le encantaba este lugar. Otros compañeros suyos se fueron mudando con sus familias a pisos, pero él se quedó aquí hasta su muerte«. La función de Esteban, que desde que se jubiló el operario está automatizada, era tan simple como importante: la de levantar la barrera y procurar que no hubiera accidentes, en una época en la que eran muchos menos los vehículos que accedían al polígono y había mucho más tráfico ferroviario de mercancías. Ahora la línea solo la usan los convoyes de Renault y la previsión es que, en pocos años, dejen de hacerlo y se trasladen a la nueva variante.
Futuro incierto
A Mercedes, cuidadora principal de su madre, que apenas puede levantarse de la cama por su osteoporosis, le gustaría «arreglar un poco» la vivienda, que la tienen alquilada a Renfe. La compañía, cuando falleció el último guardabarreras, permitió que su viuda siga viviendo en ella como arrendataria y, cuando ella falte, su hija seguirá optando a dicho alquiler. Junto a la verja de entrada, tiene varios sacos de cemento y otros materiales de construcción. Sueña con poder «arreglar un poco» la casa, donde lo más moderno que tienen es la cocina de gas butano y la calefacción que va con leña. La rehabilitación corre de su cuenta y hay una cláusula en el contrato por la que Renfe puede reclamarle la propiedad, al término del mismo, «en las mismas condiciones que estaba», así que no se atreve a afrontar una reforma que traiga su casa de principios del XX al siglo XXI. Por el contrario, el adecentamiento del entorno de las vías, completamente lleno de maleza, está sujeto a que pase alguna de las cuadrillas. «Me asusté mucho una vez que levantaron las vías, pensé que nos echaban de aquí, pero después las repusieron», confiesa Mercedes, quien señala que no sabe «qué va a pasar con la casa en los próximos años, porque dijeron hace mucho que estaba para tirarla». Lo que más deteriorado está del conjunto, que es patrimonio de Adif, es la cabina desde donde el ferroviario controlaba el paso de los trenes, actualmente llena de pintadas y cochambre.

Siguiendo la vía en dirección a Arco de Ladrillo, se avista la joya de la mítica Valladolid-Ariza, la estación de La Esperanza. El blanco edificio, que está protegido por Patrimonio y deja ver algún destello del pasado esplendor, también tiene algunos singulares inquilinos. En el piso de arriba, se asoma un jefe de estación, hijo de ferroviario, que vive feliz sin televisión, con un dormitorio con el techo en que lucen frescos pintados por él mismo, un corral con tres gallinas y un impoluto huerto con tomates de los que saben a tomate. Reacio a las entrevistas, con más cuarenta años de profesión vinculados a los trenes, prefiere mostrar sus dotes de chamarilero presumiendo de sus dos motos de los setenta a que le roben el alma con unas fotografías. «La Esperanza era la cabecera de la línea Valladolid-Ariza», explica, mientras señala hacia un letrero: es el «kilómetro 0,558,95».
Tiene de vecinos en el edificio a los Amigos del Ferrocarril, que han establecido allí su sede desde hace algunos años y cuyas exposiciones han tenido un parón de dos años por la pandemia. En ese momento pasa por la estación de La Esperanza un tren. «De todo lo que había, solo queda lo de Renault. Antes, alrededor de la infraestructura del ferrocarril se levantaban dos silos de cereal, funcionaba la fábrica azucarera de Santa Victoria, la carbonera, el economato...», resume el inquilino, que se ofrece de improvisado cicerone para avanzar en otro punto de la línea: la siguiente caseta de guarda-agujas, muy deteriorada, en la que viven varios okupas y, un poco más allá, unas edificaciones de los años setenta, en la que residen las familias del equipo que se ocupa de la línea electrificada de Valladolid.

No hay previsión para la demolición de estas infraestructuras ante la construcción y puesta en marcha de la nueva variante de mercancías, señalan desde Adif. Esto es un balón de oxígeno para los inquilinos que residen en las antiguas casillas de piedra del guardabarreras de los pasos a nivel de la línea cerrada Valladolid-Ariza. Las dos que hay en la estación de Valladolid-La Esperanza, en principio, seguirán alquiladas, una como vivienda y la otra como merendero. Muchas otras, fuera de la capital, también están alquiladas a lo largo de la línea y «normalmente para uso de vivienda de temporada, que son las que mejor se conservan», explican desde la compañía propietaria de los inmuebles. Las casas que están vacías se pueden arrendar, aunque suelen estar en mal estado y algunas son ruinas. Por si algún apasionado de los trenes está interesado en arrendar alguna para vivir con vistas a la mítica línea vallisoletana, la Delegación de Patrimonio de Adif facilita los números de teléfono 983 368 195 y 983 368 119, donde le indicarán las condiciones de estos singulares arriendos.
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