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La ciudad cambia tan despacio que resulta imperceptible. Parece inmutable, una postal fija que solo se mueve cuando, por circunstancias de la vida, uno la abandona para regresar al cabo de un cierto tiempo. Es entonces cuando se repara en ese comercio que ya no está, en esa calle que ahora es peatonal o en que la plaza tiene ahora unos columpios modernos, de los de suelo acolchado, que ya hubieran querido tus rodillas cuando eras chaval.
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Y sin embargo, se mueve, que diría un heliocentrista.
Si no lo creen, miren ese estadio Zorrilla que preside la información, con la nada a su alrededor, y echen un vistazo a este frondoso entorno que lo acoge ahora, ni siquiera cuatro décadas después:
Quizá piensen que toda esa zona es nueva, que así cualquiera. Pero que en realidad Valladolid siempre ha sido más o menos así. Seguro que muchos de los que hicieron la mili en Valladolid, que fueron miles, podrían contarles un recuerdo mucho más amargo, más en blanco y negro. Como ese Paseo de Zorrilla que parecía un despoblado:
O cuando La Victoria, entre el Canal de Castilla y el río Pisuerga, apenas dejaba resquicio a algún arbolito suelto, mientras la Rondilla, al otro lado del cauce, parecía sedienta.
El contraste es mayor en aquellas zonas que han servido como ensanche de la ciudad cuando la población se ha incrementado. La foto en blanco y negro (esta, literalmente) de los terrenos del Jardín Botánico, en el año 1998, daba paso apenas diez años más tarde a una imagen mucho más bucólica.
Valladolid apenas tenía 100.000 habitantes a mediados del siglo pasado. Los doscientos mil que ha crecido desde entonces, con vaivenes en el padrón, supusieron que se construyeran barrios enteros. Y eso que no se alcanzaron nunca las previsiones más optimistas del Plan General de 1984, que creía que se llegaría a 332.000 en el año 2001. Se quedó en 318.000. La Huerta del Rey quebró definitivamente el Pisuerga como frontera.
A veces no es necesario construir un barrio entero para 'verdear' un espacio urbano. Basta, simplemente, con eliminar el hormigón para colocar un poco de césped y algún árbol que conecte con el entorno natural más cercano. Un ejemplo de eso fue la conocida como Plaza del Milenio o, antaño, de Usos Múltiples.
Pajarillos era otro de esos barrios obreros que reclamaron servicios necesarios para abastecer a toda la población que empezaba a ensanchar la ciudad a medida que esta se industrializaba. La actuación en Canterac, junto a otras que se han hecho posteriormente, han servido para paliar lo que en un primer momento era un déficit tremendo de zonas verdes y espacios de recreo.
El nuevo Plan General de la ciudad mira ahora hacia el alfoz. Hacia las localidades que acogen los ríos Duero y Esgueva, hacia ese anillo exterior natural que podría conformarse si todas las administraciones se pusieran de acuerdo. En Arroyo, el Parque del Socayo ya es una realidad al borde de Pisuerga. Y entronca con Arturo Eyries por la misma ribera y con la zona sur de Valladolid por la otra. Nada que ver con lo que ese lugar era antes de ayer, como quien dice.
Hoy, cuarenta años después de que Valladolid decidiera apostar por los espacios naturales, la estampa de aquella ciudad destinada a crecer se ha convertido en una realidad verde incontestable.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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