Meseta

Cuando mi madre quería descansar un poco me mandaba a Barcelona a casa de unos tíos carnales que vivían allí. Con diez años, o menos, me ayudaba a subir al 'changai' que venía de La Coruña, y diecinueve horas después mis parientes me recogían en ... la Estación de Francia. Lo que más me llamaba la atención de aquellas vacaciones forzosas era que la ciudad de destino tenía montones de árboles, algunos rarísimos que los lugareños llamaban palmeras. El contraste entre ambas capitales era brutal porque, a excepción del Campo Grande y poco más, Valladolid era mesetaria a tope, y el que buscaba sombra solo la encontraba bajo los arcos del Puente Mayor. En mi colegio, por ejemplo, el único árbol que recuerdo era un pino que estaba en mitad del patio y que los curas utilizaban para atar en él a los más díscolos.