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La idea de que la lluvia se podía provocar surgió en Estados Unidos a mediados de los años cuarenta del siglo XX, cuando el meteorólogo Bernard Vonnegut, bautizado como 'el padre de la lluvia artificial' descubrió, en noviembre de 1946, que el yoduro de plata se podría usar de manera efectiva en la 'siembra de nubes' para producir nieve y lluvia. A partir de ese momento muchos han sido los países que han reconocido haber llevado a cabo la 'siembra' de yoduro de plata en nubes. ¿El último? La República de Corea, que informó que el pasado 25 de enero un avión de la Administración Meteorológica de Corea (KMA), sobrevolando el Mar Amarillo, lanzó 24 ráfagas de yoduro de plata por encima de las nubes con el propósito de desatar un aguacero. El resultado no fue el esperado. La propia KMA admitió que tan solo detectaron «una lluvia débil y brumosa durante varios minutos, no la precipitación significativa que buscábamos».
Cuarenta años antes el mundo entero se puso de acuerdo, por primera vez en la Historia, para intentar producir lluvia artificial de manera conjunta. Valladolid fue la ciudad elegida por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) como sede mundial para llevar a cabo el experimento de mayor envergadura científica realizado en el tema de la producción de lluvia artificial, bautizado como Proyecto de Intensificación de la Precipitación (PIP), iniciativa enmarcada en el Programa sobre Modificación Artificial del Tiempo de la OMM.
En octubre de 1975 la Organización Meteorológica Mundial (OMM) hizo un llamamiento a los estados miembros para que ofrecieran zonas para la realización del experimento. España ofreció el área vallisoletana de la cuenca hidrográfica del Duero. En 1976 la OMM informó a España de que la zona propuesta estaba retenida como uno de los seis lugares seleccionados entre todos los países. El proceso de selección se prolongó hasta 1978 cuando la OMM recomendó dos posibles emplazamientos, uno en Australia y otro el de España. «La decisión final recayó sobre España, entre otras razones, porque su situación geográfica era muy ventajosa para la participación de la mayoría de los países que deseaban tomar parte en el proyecto», recuerda Ángel María Rivera Pérez, meteorólogo jubilado del Instituto Nacional de Meteorología, actual Agencia Estatal de Meteorología (Aemet).
El principal centro de operaciones del experimento se estableció en un hangar de la Base Aérea de Villanubla, cedido por el Ministerio de Defensa. Allí se instalaron las 52 personas, procedentes de siete países, seleccionadas para trabajar en la primera fase del proyecto, cuya duración total prevista iba a ser de unos ocho años; entre enero de 1979 y mayo de 1987. Finalmente el programa no arrancó hasta el mes de marzo de 1979, hace hoy cuarenta años. Junto a los recursos humanos llegaron los primeros medios técnicos: dos aviones con sofisticados sistemas para medidas en el interior de las nubes; un equipo de radiosondeo montado sobre un autobús y un receptor de datos del satélite Meteosat; un captador de gotas de lluvia; distintos dispositivos para la recogida de muestras de núcleos de condensación de las nubes y una importante red de pluviógrafos.
Tras las primeras mediciones y observaciones que fueron interpretadas como positivas para el desarrollo del experimento en fases sucesivas, en enero de 1980 arrancó la segunda etapa de este proyecto que había despertado expectación en el mundo entero por ser la primera vez que se llevaba a cabo una empresa internacional de tal naturaleza. En esta segunda fase, concebida como de exploración del lugar desde el punto de vista climatológico y que duró hasta el mes de mayo del mismo año, intervinieron un total de 69 técnicos. A los medios técnicos se sumaron un radar meteorológico, un digitalizador conectado con el radar, equipos de radiosondeo y una estación receptora de satélites, un aparato medidor del diámetro de gotas de nube y aviones-laboratorio.
La tercera campaña dio comienzo en 1981. Al equipo técnico se le unió, en esta última fase, un radar doppler para medir las velocidades verticales de la precipitación. Pero no hubo suerte. A pesar de los esfuerzos humanos, técnicos y económicos los resultados no fueron los esperados. El principal problema fue que el tipo de nubes que se formaban en esta zona geográfica no eran idóneas para la 'siembra' así que, después de estas tres primeras campañas, la OMM decidió no seguir adelante con el Proyecto de Intensificación de la Precipitación (PIP). «De haber triunfado se podría haber modificado entre un 10% y un 20% la intensificación de las precipitaciones», recordaba el por aquel entonces director general del Instituto Nacional de Meteorología, Ángel Gonzalez Rivero, en una de sus intervenciones públicas.
Cuarenta años después, y tras muchas 'siembras de nubes' con yoduro de plata en distintos puntos del planeta, la pregunta sigue sin respuesta. '¿Hasta que punto el hombre es capaz de manipular la Naturaleza con la 'inseminación' artificial de nubes para producir lluvias de una abundancia y duración programadas racionalmente?'. 'The Washington Post' publicó en 2001 que un experimento de lluvia artificial realizado en México había mejorado entre un 30% y un 50% los resultados de cualquier investigación anterior en 'siembra' de nubes. Numerosos investigadores están convencidos de que la tecnología para provocar lluvia de un modo eficaz nunca será posible. De momento, habrá que seguir esperando a que llueva... cuando tenga que llover.
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Jon Garay e Isabel Toledo
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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