«Lo que se ha vivido con este cuadro es una historia de resurrección», dice Miguel Falomir, director del Museo del Prado, en el vestíbulo de las Cortes de Castilla y León. Allí, desde este lunes, puede verse (por primera vez en décadas) una obra ... que nadie había contemplado desde hace 87 años, un lienzo que permanecía enrollado (olvidado casi) en los almacenes de la mayor pinacoteca del país, un óleo que hoy, después de más de un año de restauración, luce un aspecto similar al que pudo tener en 1887, cuando Juan Planella (1850-1910) dio la pincelada final a 'Los comuneros de Castilla salen de Valladolid al mando de don Juan de Padilla y el obispo de Zamora'.
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Este es el nombre del monumental cuadro (453x748 centímetros) que se ha «salvado» del olvido gracias a una compleja labor de recuperación pilotada por la Fundación de Castilla y León y al convenio alcanzado con el Museo del Prado, que cede la obra en depósito para su exhibición en Valladolid. En principio, por cinco años. Prorrogables. La intención, por ambas partes, es que sea con carácter indefinido. «Es difícil que algún día salga de aquí», reconoce Falomir, quien confía en que este depósito en las Cortes sea «para siempre».
Primero, por entender que el lienzo refuerza su significado en el corazón de la comunidad. Segundo, por las dificultades (de mudanza y exhibición) que conlleva un cuadro de esta envergadura. Y tercero, porque su alternativa podría ser el regreso a los depósitos del museo, donde nadie podría verlo, escondido de nuevo, «y eso significa la muerte de una obra de arte».
Antes de destapar el resultado de la restauración (llevada a cabo por la empresa Patrimonio Global, con el apoyo del Museo del Prado), una lona tapaba el cuadro de Planella para mostrar una reproducción del lamentable estado de conservación en el que se encontraba no solo el óleo, sino también las telas del lienzo, muy afectadas por la humedad, como explicó Javier Barón, jefe del área de conservación de pintura del siglo XIX en El Prado, quien calificó esta obra de «espectacular», un cuadro «casi desconocido a pesar de su relevancia».
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«El pintor, posiblemente, lo hizo por bandas (hay seis costuras verticales) en un estudio pequeñísimo. Parece mentira que en esas condiciones consiguiera un resultado así», cuenta Barón, quien recuerda que es la obra de mayor tamaño entre todas las que representan alguno de los asuntos vinculados a los Comuneros. Y enumera lienzos de Antonio Gisbert, de Vicente Borrás y Mompó o de Eugenio Oliva.
El barcelonés Juan Planella (pintor, poeta, filósofo y acuarelista) se había labrado ya un nombre en la vida pictórica del país en el último cuarto del siglo XIX. En 1875, consiguió el premio Fortuny, una beca de dos años (con una aportación de 3.000 pesetas anuales) que le permitió viajar a Italia.
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Fruto de lo aprendido aquellos años es 'La vendimia', una obra de 1881 donde «no refleja el típico costumbrismo que en aquel tiempo se cultivaba en España, sino que estaba más inspirado por la pintura italiana», explica Barón.
Un año después culminaría 'La niña obrera', donde retrata la industrialización catalana con un claro «sentido naturalista». Pero Planella no se evadió de la pintura de historia, «fundamental en el panorama artístico en la segunda mitad del siglo XIX», y firmó este cuadro sobre el movimiento comunero, con el que obtuvo una «mención de segunda clase» en la Exposición Nacional de Bellas Artes, en 1887.
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El Estado adquirió la obra por 4.000 pesetas para que formara parte del patrimonio del Museo del Prado. Una real orden del 14 de noviembre de 1887 autorizaba el pago. Cuatro días después, se aprobaba su traslado a la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, donde permaneció hasta 1906. Después, pasó al Ayuntamiento de la Ciudad Condal y, más tarde, en fecha desconocida, al Museo de Arte de Cataluña.
Allí, seguramente en 1936, se hizo una fotografía (la única que se conservaba hasta ahora) y se enrolló (sin una protección interior) para guardarlo en los almacenes y protegerlo de los posibles ataques durante la Guerra Civil. Desde entonces, nadie había visto el cuadro. Hasta que hace un año se desenrolló para iniciar su restauración. Hasta que, ahora, luce en el vestíbulo de las Cortes.
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«Esa fotografía, hallada en el Archivo Histórico de Barcelona, ha sido clave para la restauración», cuenta Barón quien recuerda que las pérdidas de la pintura eran «horrendas», sobre todo en la parte izquierda del lienzo. Especialmente porque el rulo permaneció durante años en una zona con humedad. El 15 de diciembre de 1986 una orden ministerial levantaba el depósito en Barcelona y el lienzo (enrollado) volvió al Museo del Prado. Hasta que la Fundación de Castilla y León supo de su existencia y solicitó su cesión para, una vez restaurado, exponerlo en Valladolid. Ahora, luce un nuevo bastidor (de madera de pino de Soria sin nudos), un marco elaborado por la Fundación Las Edades del Hombre y una protección en el reverso.
Barón anima a los espectadores a fijarse en varios detalles de la obra. La primera es la atención que el autor puso a la «atmósfera», con una luz que dibuja un día «desapacible», que anticipa la lluvia que se viviría después en el campo de batalla de Villalar el 23 de abril de 1521.
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La escena muestra un «evidente dominio en las cabalgaduras» y la destreza del artista en la sombra del caballo que monta Juan de Padilla, uno de los dos personajes identificados en el cuadro. El otro es (en la imagen central) el obispo Antonio de Acuña.
También es relevante (y habitual en otros cuadros de la época) la composición del hombre que, entre Padilla y Acuña, mira hacia atrás.
Y conviene además detenerse unos instantes en la firma, que aparece por duplicado porque «en algún momento, se dañó la original». Posiblemente, esto se debió a que durante algún tiempo el cuadro estuvo en un marco unos centímetros más estrecho, lo que obligó a reducir el tamaño de la tela, que se dobló en su parte derecha (según la mirada del espectador).
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«El pintor prestó especial atención a la verosimilitud del paisaje, especialmente del camino y de los cielo», explican los expertos del Museo del Prado. La escena recrea el momento en el que las tropas comuneras salen de Valladolid (el perfil de una ciudad puede verse a la derecha en el lienzo) rumbo al campo de batalla. Esta obra «recoge algunas de las principales conquistas que definieron los últimos años de esplendor de este género, cuando los cuadros adquirieron también mayores dimensiones».
Juan Zapatero, director de la Fundación Castilla y León, explica que con la recuperación de este cuadro se recuerda «la batalla, la vida, la honra y la memoria» de los Comuneros de Castilla, protagonistas que encarnan «mucho de lo que somos hoy y de nuestras ideas».
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Durante el acto con el que se oficializó el depósito del cuadro por parte del Museo del Prado se ensalzó la labor de restauración desempeñada por las profesionales de Patrimonio Global, un equipo formado por Ana González Obeso, Diana Álvarez Duplá, Puerto Martín Durán, Cristina Torinos del Bosque, Lorena Fernández Alba y Jimena Calleja García. En este trabajo han contado con la supervisión de Lucía Martínez, restauradora del Museo Nacional del Prado.
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