Valladolid cierra un agosto negro con dos explosiones de gas
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El destino del edificio de la calle Goya, 32 está aún pendiente del informe final de los peritos judiciales sobre causas y dañosLos vecinos del edificio 23 de la calle Juan de Valladolid tienen en su mente las puertas desencajadas de sus pisos por la onda expansiva de la explosión y el olor del humo metido en las fosas nasales, pero no dejan de felicitarse por ... la solidez de sus viviendas y su buena suerte, mientras esperan a que les dejen entrar aunque sea unos minutos para recoger sus cosas imprescindibles. Es el segundo escape de gas que se produce en menos de 30 días en la capital vallisoletana y este, apuntan los bomberos, originado por un escape y una chispa, a falta del informe pericial definitivo que determine las causas. Ahora, Parquesol y el barrio de La Farola tienen en común que podía haber sido mucho peor con todos los vecinos en sus casas en invierno y con todas las calefacciones a tope, comentan los testigos que hoy pueden contarlo. Aunque el refrán castellano «no hay dos sin tres» también sale en sus comentarios.
Este último ha sido a las seis de la mañana, pero el descomunal estallido que invadió la tranquilidad de los hogares de la calle Goya, 32 y se cobró una víctima mortal y una docena de heridos, ocurrió al filo de las once de la noche del primer día de agosto y los vecinos de más edad no pudieron por menos que evocar la explosión de La Rondilla, otra pesadilla producto del gas registrada hace 25 años en una de las barriadas más populosas de la capital. La explosión mortal despertó la desconfianza de los vallisoletanos hacia el combustible más común entonces en los edificios sesenteros, el de las bombonas naranja.
Apenas un mes después, los operarios continúan trabajando desde el exterior del número 32 de la calle Goya con el único objetivo de que la Policía Científica acceda al interior del inmueble, gravemente dañado por la terrible deflagración que acabó con la vida de una mujer y dejó al resto de inquilinos sin su vivienda. El juzgado considera que la explosión fue accidental y probablemente el asunto no tardará en archivarse por la vía penal al descartarse que se haya producido de forma intencionada, con lo que se abriría el paso a las reclamaciones civiles por parte de los inquilinos que se han quedado en la calle y lo han perdido todo.
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El Norte
Las labores en materia urbanística se han centrado en asegurar la zona para de esta forma dar una respuesta definitiva a si finalmente se da una demolición parcial, total o se rehabilita. Esa incógnita aún no ha sido resuelta al no poder entrar desde entonces al epicentro de la explosión, en principio, en la vivienda de la fallecida (primero C).
El siguiente paso es el hormigonado de una zapata para reforzar la estructura para enfrentar las labores de desescombro del interior. Unas acciones necesarias para que técnicos, peritos y agentes de la Científica reanuden la investigación. De momento, se trabaja con el informe preliminar, elaborado por una empresa externa y en el que se detalla el «riesgo grave» que existe de colapso de no apuntalarse el primer piso, aunque «los daños podrían ser más importantes», lo que se determinará una vez que los peritos puedan completar su trabajo en el interior.
Los casos más graves de explosiones de gas registrados en Valladolid se remontan a los años noventa del pasado siglo. El 14 de septiembre de 1997, una explosión de propano mató a un niño de once años y causó heridas a dos personas, incluida la madre del pequeño, en un chalet de la urbanización El Pichón, en el término municipal de Simancas. La vivienda sufrió importantes daños materiales y más de un centenar de vecinos estuvieron sin calefacción aquel invierno.
Pero sin duda fue el suceso de La Rondilla el que todavía permanece en la memoria colectiva de la ciudadanía. El 10 de febrero de 1998, un joven de 27 años y una vecina del piso inferior, de 47, murieron en una explosión registrada en la calle Cardenal Cisneros, en La Rondilla. Al parecer, la explosión fue provocada deliberadamente por el joven, y fundió la estructura interior de las cuatro plantas del inmueble, situado en el número 1 de la calle. Los cascotes cayeron sobre dos trabajadores que se encontraban en una tienda de la planta baja, que resultaron heridos. El edificio tuvo que ser derruido y hubo medio centenar de afectados que se quedaron sin vivienda.
Ocho días después, en ese mismo mes trágico de febrero de 1998, un anciano murió carbonizado por una explosión de gas butano ocurrida sobre las 6:45 de la mañana del día 18 en una vivienda de la calle Pedro Mazuecos, en el Cuatro de Marzo. La deflagración destruyó la casa, que comenzó a arder. Las llamas alcanzaron los dos pisos superiores y un bajo. La esposa del fallecido y su hija también resultaron heridas. Una treintena de vecinos tuvieron que reventar la entrada al portal, que había quedaron bloqueada por la explosión, o salir del edificio a través de una ventana sin rejas del bajo.
El nuevo milenio arrancó en Valladolid de manera muy trágica también. Fue demoledora una deflagración ocurrida en la calle Tierra del barrio de la Victoria el 17 de febrero de 2000. Tres personas murieron y otras diez resultaron heridas. Ocurrió en el cuarto piso del número 5. Dos viviendas quedaron prácticamente destruidas.
En 2008, un vecino de un bloque de la calle Doce de Octubre, en el barrio de Pilarica, sufrió heridas de gravedad en una explosión ocasionada por el gas butano acumulado en el salón de la vivienda del sexto piso procedente de una bombona de Cepsa que tenía la goma cortada y que había sido trasladada aparentemente del fogón de la cocina, en un posible intento de suicidio.
Desde entonces, las explosiones accidentales o provocadas de gas ocurridas en Valladolid en edificios de viviendas, milagrosamente, no habían ocasionado víctimas mortales, hasta ayer. En 2014, se registró una deflagración en el barrio de Las Viudas que destruyó una vivienda, aunque no hubo que lamentar daños personales. La causa oficial fue una chispa de origen desconocido que pudo proceder del frigorífico o, lo más probable, de un calentador el detonante del accidente doméstico, en el que se prendió la «gran cantidad de gases» procedentes del insecticida que inundaron la reducida cocina, de apenas seis metros cuadrados. «Lo único que puedo decir es que la casa saltó por los aires cuando estaba echando el flis flis para matar cucarachas por la parte de atrás del frigorífico», recordaba al día siguiente María Isabel, Lupi, la dueña del bajo de la calle Botijas, que resultó destruido fruto de la violenta explosión.
En marzo de 2015, un hombre resultó herido en una explosión en la droguería y mercería 'Rey' en el vallisoletano barrio de La Victoria, en la esquina de la calle Villanubla con San Lázaro. La explosión se originó cuando un spray se cayó al suelo cerca de una estufa de gas. Al lugar del suceso acudió la Policía, los bomberos y también una ambulancia para llevarse al hospital al empleado, que sufrió quemaduras leves. Las lunas de los escaparates estallaron pero apenas hubo otros desperfectos.
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