Un factor común a muchas terapias definidas como 'alternativas' es la culpabilización del paciente. El mal que se padece se debe a un trauma pasado, a una energía que no fluye, a un desconocimiento del propio espíritu. A intangibles, casi siempre relacionados con la parte subconsciente. Nada fisiológico. A partir de ahí, un especialista en descubrir el origen interior de esos males los descifra a través de las piedras, los cuencos, las plantas o la hipnosis y, presuntamente, cura al enfermo.
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Otro factor común de muchas de estas terapias es que no hay ni un solo estudio científico que avale que funcionan. Ni uno.
Ese caso se da en 73 de las presuntas terapias que ha analizado el Gobierno, que las ha denominado directamente 'pseudoterapias'. Es decir, terapias falsas. Que no curan. Que no tienen indicación terapéutica. Que solo sirven para que alguien, en muchos casos sin ningún tipo de formación médica, gane dinero. Otras 66 técnicas están sometidas en estos momentos a análisis. Algunas de este segundo grupo son tan afamadas y extendidas como la homeopatía, el reiki o la acupuntura. Los expertos evaluarán las pruebas a su favor y en contra y dictaminarán si pasan a ocupar un puesto en la lista de falsedades o no.
En Valladolid se ofertan, regular o periódicamente, 41 de estas 73 supuestas terapias sin ningún tipo de resultado sanador. Algunas tienen cabida en una especie de 'clínicas' que se denominan especialistas en remedios naturales. Otras forman parte de los tratamientos que ofrecen médicos titulados o fisioterapeutas junto a otras técnicas que sí han demostrado científicamente su eficacia. En otros casos, se infiltran en centros de estética.
José Luis Almudí, presidente del Colegio Oficial de Médicos, se muestra contundente a este respecto. «Han empezado a aparecer ofertas de mal llamadas terapias que no solo no las hacen profesionales sanitarios sino que están en centros de estética, peluquerías, con ofertas de supuestos servicios terapéuticos sin ningun aval o formación, porque no existe ninguna formación acreditada», explica.
El Plan de Prevención de la Salud frente a las Pseudoterapias, presentado el pasado mes de noviembre por el Gobierno, preveía varias acciones. Una era definir las que no tienen ningún efecto sobre la enfermedad. Otra, fomentar el pensamiento científico y crítico de los ciudadanos para recelar de estas técnicas milagrosas. Y al mismo tiempo, conceder el valor que merecen a los avances científicos.
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«Contempla modificaciones normativas para evitar la publicidad engañosa. Estos cambios reforzarán los mecanismos de control existentes para evitar la promoción comercial de prácticas que no estén amparadas por el conocimiento científico en ámbitos como Internet, redes sociales, actos o jornadas», señalaba el Gobierno entonces en un comunicado. En Valladolid ya se consiguió frenar una conferencia de Txumari Alfaro, propagador de una técnica considerada peligrosa por sus tintes sectarios, la bioneuroemoción. En casos como este su principal promotor en España ya se encuentra bajo investigación y ha recibido multas importantes. El mayor riesgo de estas pseudoterapias con trazas de secta está en el abandono por parte de los pacientes de las terapias efectivas. Cuando alguno de ellos quiere regresar a la vía médica, es tarde.
Un informe de la Asociación para la Protección del Enfermo frente a las Terapias Peligrosas (APETP) cifraba «entre 1.200 y 1.460» las muertes al año en España por culpa de estas técnicas. Una cantidad que se deriva, explicaban, «de los daños directos producidos por las propias pseudoterapias y la pérdida de oportunidad terapéutica por retraso o abandono de terapias». Aseguraban que el problema es «sistémico» y la cifra podría ser incluso mayor, por lo que pedían la intervención del Estado.
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«Todas estas medidas son estupendas pero deben tener continuidad con una base normativa, legal, que prohíba estas pseudoterapias. Sobre todo aquellas que suponen un riesgo para la salud de los ciudadanos. Las que no supongan un riesgo evidente habría que obligarlas a anunciar que no sirven para nada, que no tienen ninguna indicación terapéutica. Ningún tratamiento de estos puede suplir la terapia convencional. Hay que advertirlo», señala José Luis Almudí.
Las organizaciones científicas han romado decididamente partido contra estas prácticas, en una guerra en la que parten con clara desventaja. Por un lado, la desconfianza hacia las multinacionales farmacéuticas favorecen la propagación de teorías conspiranoicas. Por otro, las redes sociales y Youtube se han convertido en aliados poderosos de los charlatanes. Mientras tanto, Facebook ya ha decidido actuar contra los comentarios de los antivacunas, por ejemplo.
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Los médicos tampoco están exentos de responsabilidad. En la década de los noventa se mostró mucha permisividad con estudios sobre homeopatía, quiromasaje o acupuntura. Titulaciones expedidas en muchos casos por universidades -la de Valladolid tuvo un posgrado en homeopatía- que han revestido de formalidad estas prácticas. «No había tanta sensibilización científica», admite Almudí. «Muchos de los médicos que ahora se dedican a la homeopatía provienen de aquella época. La evidencia científica ha demostrado que no tenían ningún aval».
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