

Secciones
Servicios
Destacamos
La historia, siete meses después, se repite. Han vuelto las noches silenciosas. La mayoría de los vallisoletanos se reclutan en sus domicilios desde las 22:00 horas. Dejan desiertas las calles y una estampa de Valladolid que recuerda a cuando el confinamiento aletargó el ritmo de la ciudad. Pero fuera, mientras tanto, la vida continúa. Hay actividades que no entienden de toques de queda. Profesionales que no se han detenido en todo este tiempo ni lo harán ahora. Porque son «esenciales» y, como tal, batallan a la covid-19 cada uno desde sus respectivas esferas.
Desde hace una semana, las calles están «tristes y apagadas». La covid se ha adueñado de lugares que lucen huérfanos, pero que en otro momento, al filo de la medianoche, desprendían vida.
Más información sobre las restricciones
Solo la cruzan barrenderos y, de vez en cuando, un taxi en busca de clientes. También algún repartidor que apura el límite horario para entregar los pedidos que le entran por la «centralita». Juancho Rodrigo es uno de ellos. Con su vehículo recorre la ciudad «de arriba a abajo». Reconoce sentir un 'déjà vu' con respecto a marzo, cuando la demanda de comida a domicilio «se disparó». «En marzo fue bestial, entraban muchísimos pedidos y no parábamos, y ahora más o menos lo mismo. Se nota que la gente está antes en casa y que se dan más caprichos», afirma este hombre de mediana edad.
Para este distribuidor, el hecho de que la gente levante con más asiduidad el teléfono de noche para consumir es un «claro síntoma de la que se nos viene». «Estamos cogiendo otra vez la costumbre de marzo, de autoconfinarnos, y eso está bien. Será mejor estar unas semanas más fastidiadillos que no arrastrarlo durante más tiempo», incide.
Son las 23:00 horas y está aparcado con su furgoneta en Duque de la Victoria. Esperando a su compañero Luis Fresnadillo para «acabar la jornada». «Hoy ha estado todo tranquilo, imagino que el fin de semana se notará más porque mucha gente que a lo mejor antes salía a cenar, ahora lo pide para casa, porque para tener que volverte a las nueve y media...», apostilla.
Por las principales arterias de tráfico de la ciudad apenas circulan coches. Tan solo un par de patrullas de la Policía Local y Nacional, que durante toda la madrugada recorren los barrios para controlar el cumplimiento de la restricción de la movilidad.
El sonido de los camiones de la basura rompe el silencio atronador que inunda la vía pública. José, uno de los empleados del servicio de limpieza, siente una «sensación rara». Extraña. «Peor que el confinamiento». «Ver que de un día para otro ya no hay vida por lugares en los que antes había movimiento da mucha pena».
También hay algún taxi, menos que en condiciones usuales, que aguarda con la esperanza de «poder hacer algún viaje para que la noche no quede en blanco».
En las paradas de la Circular, Paseo Zorrilla y Plaza España ya no se juntan más de dos coches. No hay clientela y, por tanto, «no siempre merece la pena». La flota desplegada durante las madrugadas es cada vez menor. Así lo considera Javier Nuevo, taxista en la capital vallisoletana desde hace quince años. Ahora tiene 61 años y opina que «nunca había estado la cosa tan mal». «Jamás» había visto las calles «tan vacías» como este año. «Es muy triste ver todo tan vacío, que no hay nadie por la calle. Te cruzas con alguien que está trabajando o que vuelve a casa tras haber terminado la jornada laboral y te hace hasta ilusión», comenta Nuevo, quien apunta hacia la pasada primavera como la última vez que vivió una situación similar. «Esto ya lo vivimos en marzo. No hay nada de movimiento por las noches, y cuando podríamos tener algo de trabajo, que es durante los fines de semana, tampoco va a haber porque mucha gente ni tan siquiera va a salir», lamenta.
Calcula que, un día de diario y desde que se implantó el toque de queda, por diferentes puntos de la ciudad están diseminados una veintena de taxis. Antes, estima, «habría unos setenta». «No merece la pena estar toda la noche con el taxi medio parado, pero hay que trabajar y ganarse el pan. Somos gente obrera y no queda otra que aclimatarse y si estamos parados, pues lo estamos», argumenta.
Por la Valladolid confinada también hay varias gasolineras de guardia, con los surtidores activados, pero sin empleados y con el interior de las tiendas cerrado.
María Jesús Aragón conoce «bien» la noche vallisoletana. Trabaja en la farmacia 24 horas del Puente Colgante y sostiene que estos últimos días «no ha venido prácticamente nadie a partir de las diez de la noche». «Estamos todo el rato abiertos, pero hay gente que no sabe que puede venir a la farmacia si es una urgencia. Les damos un papelito por si les para la policía, pero no se atreven».
A ella, como al resto de nombres que comparecen sobre estas líneas, estas restricciones le recuerdan al estado de alarma, unos meses «muy duros a los que a nadie le gustaría volver». «Es una estampa parecida, tan vacía, tan poca gente incluso desde antes de las diez de la noche...».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
Carlos Álvaro | Segovia y Pedro Resina | Valladolid
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.