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Tres décadas de misionero en África: «Tratábamos con niños que robaban machete en mano»Valladolid cuenta con 142 misioneros en 41 países. Así lo ha explicado esta mañana Javier Carlos Gómez, delegado de Misiones de la Archidiócesis de Valladolid, durante la presentación del Domund, en la que ha estado presente José Luis de la Fuente y Esther Cosgaya, dos ... de los misioneros que han estado trabajando en África y Honduras.
«Desde el noviciado yo tenía la idea de ser misionero», así relata José Luis de la Fuente, un misionero Salesiano que durante más de tres décadas ha estado en África ayudando y aportando su granito de arena a los más desfavorecidos, su comienzo en la vida misionera.
Aunque desde bien joven quiso hacer las maletas rumbo al continente africano, los frailes requirieron su presencia en España durante unos años y no fue hasta dos años después de su ordenación, en el año 1991, cuando puso rumbo a Benín (un país situado al oeste de África), donde residiría en la primera de las tres ciudades que han sido su hogar durante prácticamente la mitad de su vida.
Benín era un destino interesante donde poder llevar a cabo la evangelización de las diferentes comunidades. «Yo quería Benín del Norte, donde las comunidades eran muy pequeñas, de unas cuatro o cinco personas, pero requirieron mi ayuda en el sur, donde las comunidades ya estaban muy evangelizadas y superaban los doscientos integrantes» y donde estuvo durante quince años.
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Su labor allí fue «observar», comprobar que durante las noches se producían algunos 'altercados' porque multitud de chavales jóvenes trataban de saltar la verja de la parroquia. Estos eran jóvenes llegados de pueblos de la zona, sin recursos, sin hogar y sin trabajo, que habían puesto dirección a la ciudad en busca de un empleo y poder ganarse la vida. Su trabajo en un primer momento consistió en ser un enlace entre estos jóvenes y las autoridades, pero «la poca implicación de estas en el asunto» le llevó a formar una ONG, que junto a otras, se encargaban de dar hogar, estudios, llevarles a las iglesias o parroquias e incluso enseñarles un oficio. José Luis recuerda uno de los hechos más llamativo que vivió durante esta etapa, cuando un joven musulmán le dijo que quería ser cristiano, «mi primera reacción fue: tu padre me va a matar. Hablamos con él y nos dijo que su hijo había desaparecido para él, que hiciéramos lo que quisiéramos. Y efectivamente se convirtió al cristianismo y actualmente está casado y lleva una vida normal».
Su segunda parada, durante nueve años, fue Togo. Lugar donde continuó trabajando con niños de la calle, en una situación que como él mismo califica, fue mucho más difícil por la existencia de «los brujos». Los brujos, algo muy alejado de la realidad, eran lo que los togoleses creían que eran los familiares que se enfermaban, por ejemplo de hepatitis, y contagian al resto de la unidad doméstica «llegando incluso a quererlos matar», lo que nos llevó a tener tres casas de niños 'brujo' una situación que incluso llevó a Raúl de la Fuente a hacer el documental 'Yo no soy bruja'.
Aunque una de las labores más importantes allí fue la que se llevó a cabo con las niñas de la localidad, donde a través de incentivos se trataban de que continuaran con sus estudios, «al menos, el bachillerato», encontrando así una manera de evitar los matrimonios y embarazos precoces que se negociaban cuando cumplían los 14 años, «las familias firmaban los acuerdos y las niñas no podían hacer nada».
Los siguientes cinco años como voluntario los vivió en Costa de Marfil. Allí tuvo que tratar con los llamados 'niños microbios' que eran niños que «actuaban con una violencia total. Con machete en mano iban robando». Aunque uno de los mayores problemas de ese país como es la prostitución infantil. Niñas de entre doce y dieciséis años que «podías encontrar fácilmente en la calle. Por la noche en dos avenidas podía haber más de 150 niñas».
Antes de volver a España, fue destinado de nuevo en Benín, en un trabajo «más de calle, más primario, éramos enlaces con los nuevos. Trabajamos directamente en la calle porque el juez no los transfería, lo que nos hacía imposible internarles en centros». Otra de sus funciones allí, al igual que en Costa de Marfil fue tratar con la prostitución infantil «tratar de sacarlas de ese mundo y enseñarles un oficio, bien de costurera, de peluquera o haciendo bordados, aprovechando el acuerdo con Camerún o el Congo que eran muy asiduos a comprar este tipo de bordados».
33 años después se encuentra de nuevo en Valladolid. Los motivos para volver, la edad y los problemas de salud. Aunque también porque «ya no existen sacerdotes aquí y antes de venir con los pies por delante es mejor volver cuando todavía puedes trabajar». Actualmente ejerce como párroco en Pajarillos, donde recuerda su etapa en África, enriquecedora aunque también con algunos problemas, como el idioma, aunque el oficial es el francés, la multitud de comunidades provoca una gran diversidad lingüística.
Esther Cosgaya es otra de las misioneras que, como ha dicho Javier Carlos Gómez, «representa que la misión está muy viva». Esther ha estado cuatro meses en Honduras. Su motivación principal era la inquietud y la necesidad de ponerse al servicio de los demás. Cuando terminó sus estudios, Educación Infantil, buscó en su párroco y las misioneras del Verbum Dei la forma de poder darse a los demás, con dos únicos requisitos: «Que se hablara español y que hubiera niños a quien poder ayudar».
«Apareció la oportunidad de Honduras, pero me servía cualquiera donde hicieran falta manos». Su labor en el país americano consistía en ayudar a los niños de cinco años a los que daba clase. Aunque por las tardes y los fines de semana colaboraba con las misioneras en lo que fuera necesario. Desde la venta de productos básicos a precios muy reducidos para las personas con menos recursos a otro tipo de actividades como impartir catequesis a todo el que estuviera interesado.
«Existía un grupo que se llama 'de señoras' con las que nos podíamos juntar para orar y compartir la palabra de Dios», otra de sus funciones, ya fuera de la aldea, era acudir a zonas aisladas a ayudar a quien fuera necesario «era gente que no tenía recursos pero, sin embargo, eran todo generosidad».
Pero sin duda, uno de los momentos que más la marcó fue ver cómo los jóvenes no tenían esa motivación de crecer o poder salir a otros lugares «no eran conscientes de que el estudio puede abrirte muchas puertas».
En total han sido cuatro meses, pero asegura que le hubiera encantado haber podido estar más tiempo «por problemas burocráticos tuve que volver, pero me encantaría hacer más misiones». En su vuelta a Valladolid confiesa que le ha costado adaptarse «se ve lo que se normaliza con otros ojos, con el valor que tiene, de las primeras cosas que hice cuando llegué fue sentarme en un banco de la Plaza Mayor y dar gracias por lo que tengo, dar gracias por mi familia».
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