Catas en el patio donde se aprecia uno de los cubos (izquierda) del alcazarejo del siglo XII. Alberto Mingueza
Historia

Las torres del castillo medieval de Valladolid emergen del patio de San Benito

Las catas dejan al descubierto uno de los ocho cubos del alcazarejo del siglo XII, donde arrancaba la cerca vieja de la villa, que sepultó el monasterio en 1704

J. Sanz

Valladolid

Sábado, 4 de febrero 2023, 00:01

Valladolid tuvo, prácticamente desde sus orígenes como ciudad (1075), un austero castillo medieval que ejercía como baluarte defensivo de su muralla primigenia, construidos en el siglo XII para defender la villa de los posibles ataques (nunca sucedieron) del vecino reino de León, separado aún entonces ... de Castilla (hasta su unificación en 1230). Los restos de aquella pequeña fortaleza, construida bajo el reinado de Alfonso VIII y que se encontraba situada al borde del ramal norte del Esgueva (soterrado entre 1850 y 1910), prácticamente a los pies de su cauce, poco antes de su desembocadura en el Pisuerga, acaban de emerger de nuevo del patio de la hospedería de San Benito para reivindicar su hueco en el pasado medieval de la capital.

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Los sólidos muros de piedra de aquel robusto fortín, de planta cuadrada y defendido por ocho cubos, fueron condenados al olvido entre 1702 y 1704, cuando los monjes de San Benito construyeron sobre ellos el actual claustro que cierra el monasterio hacia la plaza de la Rinconada. Para entonces apenas quedaba ya el recuerdo de su hermano mayor, el alcázar real, construido a continuación y situado justo detrás (en el espacio ocupado por el propio monasterio y la iglesia de San Benito), que conformaba un amplio fortín defensivo que abría un castillo que desde entonces pasó a denominarse 'alcazarejo'.

Planta del alcazarejo y del cerco viejo de la ciudad. A la derecha, en detalle, planta del alcazarejo y del alcázar real que estaba situado justo detrás. Fernando pérez (ayuntamiento de valladolid)

Los restos del hermano menor del complejo fortificado ya fueron descubiertos durante las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo entre los años ochenta y noventa y una parte de ellos (uno de los cubos y parte de la muralla) no solo se conserva sino que puede visitarse en la sala de exposiciones de San Benito. Fruto de aquellas prospecciones en el pasado medieval de la ciudad, realizadas por una escuela taller, se construyó en 1996 esa suerte de recreación que prolonga el muro exterior del claustro hacia la plaza de la Rinconada y que dibuja sobre la calzada la estructura de tres de los cubos de la cara sur del alcazarejo con una, muy criticada, recreación en piedra (bautizada como las murallas de turrón) de los restos reales de la fortificación que se conservan en el subsuelo, a unos tres o cuatro metros de profundidad de la acera.

El otro picón del castillo medieval (el de la cara norte) ya fue localizado, solo eso, en los años ochenta en el patio de la hospedería por los arqueólogos Miguel Ángel Montes y Javier Moreda. Un tercer arqueólogo, Arturo Balado, hizo lo propio en la década siguiente en la parte exterior. «Los tres tuvimos el sueño de poder retomar algún día aquellos trabajos y poder descubrir por completo los restos del alcazarejo del patio para documentarlos y, quizás algún día, poder hacerlos visitables», explica ahora Arturo Balado, responsable, junto a Javier Moreda (a través de la firma especializada Foramen), de las nuevas catas arqueológicas en el patio de la hospedería.

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El fortín fue levantado por Alfonso VIII para defender la villa de un posible ataque leonés

Los trabajos comenzaron el pasado martes y ya han dejado al descubierto el cubo de la cara noroeste. Las previsiones de los arqueólogos apuntan a que las excavaciones se prolongarán durante, al menos, un mes. Puede que dos, el plazo máximo para descubrir los muros, buscar posibles vestigios y documentarlos dado por el Ayuntamiento. «Esta labor quedó pendiente en los años ochenta y ahora era un buen momento para realizarla antes de que comiencen las obras de remodelación del patio de la hospedería», explica el concejal de Urbanismo, Manuel Saravia, quien aclara que los restos que ahora se descubran solo serán documentados y preservados de nuevo bajo tierra a expensas de un posible proyecto que permita hacerlos visitables.

Los muros del alcazarejo, según aclara el arqueólogo, «sabemos que se encuentran en buen estado gracias a que la hospedería que remató el monasterio de San Benito en el siglo XVIII (el castillo estuvo en uso por los propios monjes hasta entonces) se construyó en horizontal y preservó la planta completa de la fortaleza». La fortaleza, en este sentido, fue construida sobre un pequeño altozano que desapareció a raíz de las obras que cerraron el edificio religiosos.

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«La fisonomía de la ciudad ha cambiado mucho desde entonces y lo cierto es que hemos tenido la fortuna de aquella manera de construcción del patio nos ha conservado a la perfección estos restos a tres o cuatro metros de profundidad» sobre la cota actual del terreno, incide el especialista, quien destaca la importancia histórica de este baluarte defensivo levantado en el siglo XII al calor de las batallas que enfrentaban a los reinos de Castilla y de León. Los castellanos, según recuerda el especialista, «sí llegaron a sitiar León, pero los leoneses nunca llegaron a Valladolid».

Su planta era cuadrada y estaba defendida por ocho cubos, foso y barbacana a los pies del ramal norte del Esgueva

Por entonces, y desde algunos años antes, se construyó una línea defensiva que incluía castillos (los primeros datan del siglo XI) muy similares en su forma a la de la capital vallisoletana, como el de Urueña, ligeramente más grande, pero prácticamente idéntico en cuanto a su diseño. El alcazarejo en sí constaba de una planta cuadrada, de 31 metros de longitud por cada lado, reforzada por cuatro cubos 'ultrasemicirculares' en las esquinas y cuatro cubos más semicirculares en los entrepaños de sus muros. Contaba, además, con foso y barbacana (fortificación avanzada para defender la entrada) y la protección natural del Esgueva. Detrás, y a posteriori, se construyó un segundo alcázar, el real, que duplicaba su tamaño (era también de planta cuadrangular y contaba con dieciséis cubos defensivos), y que estaba más elevado que su hermano menor, que enseguida fue conocido como 'alcazarejo'.

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Restos visitables del alcazarejo en la sala de San Benito. A la izquierda, la recreación exterior de su planta en la plaza de la Rinconada. A la derecha, vista aérea de la excavación en el patio de hospedería. Alberto Mingueza

Ninguno de los dos alcázares, que conformaban un conjunto fortificado, del que partía la cerca vieja, la primera muralla documentada de la ciudad (posteriormente se construiría otra de un perímetro mucho mayor), sobrevivieron demasiado tiempo con su primigenio uso defensivo. El rey de Castilla Juan I rubricó su progresiva desaparición el 21 de septiembre de 1390, cuando cedió el alcázar real a los monjes benedictinos.

La construcción del monasterio de San Benito reduciría enseguida al olvido el alcázar real. El alcazarejo, sin embargo, sobreviviría aún hasta los albores del siglo XVIII (1702-1703), cuando se remató el complejo religioso con la construcción del actual claustro del patio de hospedería. Bajo su suelo emergen ahora los restos del pasado medieval de Valladolid, entremezclados con vestigios del uso militar del monasterio, que funcionó como cuartel desde la desamortización de Mendizábal (1835) hasta mediados del siglo XX.

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Propuesta de la firma Foramen para la conservación y exposición de los restos. EL norte

Del turrón de 1996 a un futuro de conservación

Los arqueólogos que están realizando la excavación para descubrir la planta del castillo medieval sepultado bajo el resto del patio de San Benito han realizado una propuesta, solo eso, para conservar y hacer visitables sus muros en un futuro, como muestra la infografía. Nada que ver con la recreación, muy criticada en la época, realizada en 1996, cuando se dibujó la silueta de los cubos del alcazarejo y se levantaron (de nueva obra) una piedras para simular su perímetro adosadas a la fachada lateral del monasterio. Aquella creación fue bautizada con sorna como el 'turrón', por sus similitudes con el dulce.

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