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Toño Clavel, el artesano de la pandereta y la zambomba«Dale a la zambomba. Dale, dale, dale, hasta que se rompa». El que así canta es Antonio González Calzada, conocido artísticamente como Toño Clavel. Lo hace tocando una zambomba que él mismo ha fabricado de forma artesanal en su taller en La Overuela, donde ... se escuchan los ecos de los villancicos y la navidad de antaño, en los que este instrumento de fricción era el gran protagonista.
Toño es vallisoletano de adopción. Desciende de una larga estirpe de músicos, conocidos como 'Los Claveles', naturales de Cevico de la Torre (Palencia) y cuyo legado ha perdurado a lo largo del último siglo. Concretamente su familia lleva vinculada a las danzas de su pueblo, al menos, desde 1923. Él es un virtuoso dulzainero, panderetero y percusionista, que no solo lleva en su sangre la música de su tierra, sino que además es un consumado artesano de instrumentos tradicionales, un oficio que compagina con el de hortelano, que también heredó de su padre. Ya de niño, Toño siempre mostró grandes inquietudes musicales. Cualquier reunión familiar con su padre, su abuelo o sus tíos, se convertía en el momento idóneo para improvisar melodías con cucharas, botellas o cualquier otro cacharro o instrumento que tuvieran a mano. Con el tiempo, Toño decidió formalizar su relación con la música y afianzar aquellos conocimientos que había aprendido viendo a los suyos tocar de pueblo en pueblo. Estudió dulzaina y se sumergió en el arte de la percusión tradicional, perfeccionando su habilidad con la pandereta.
Sin embargo, Clavel no solo se destaca como intérprete; él construye panderetas y zambombas de forma artesanal, que le reclaman desde toda la geografía española, ya que ofrecen un sonido que es muy apreciado por los entendidos en la materia. El proceso de fabricación de ambos instrumentos comienza con la cuidadosa selección de la materia prima: maderas de fresno de alta calidad, hojalata y pieles de cordero que él mismo curte para lograr que cada pieza que sale de sus manos, sea una obra de arte única.
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«No me gustaba el sonido de las panderetas que compraba. Mi abuelo Ismael, que era pastor y dulzainero antaño hacía los parches para los tambores. Él enseñó a mi padre y mi padre, José, que tocaba la caja y el acordeón, me enseñó a mí a trabajar las pieles. Así que hace 7 años decidí fabricarme mi primera pandereta. Lo cierto es que me quedó fatal, pero aún así, sonaba mejor que las compradas», cuenta este artesano, que poco a poco fue mejorando la técnica. «Al ser artesanales los dedos resbalan de otra manera. Hacer una pandereta me lleva, como mínimo 8 horas de trabajo. La madera la compro en Valladolid, la piel es de los corderos de mi pueblo y la hojalata para las sonajas las hago a partir de latas de conserva», explica.
Para Clavel, la pandereta y la zambomba son mucho más que unos meros instrumentos. Son joyas sonoras y una extensión de nuestra cultura. Cada detalle, desde la elección de la madera hasta el ensamblaje de las sonajas, tiene un profundo significado cultural y artístico. No hay más que ver el mimo que dedica a su elaboración. Él mantiene la madera 24 horas en remojo en agua, posteriormente le aplica calor con un soplete y la introduce en un molde para darle la forma circular durante 3 días. A continuación hace los agujeros donde irán las sonajas y elaboran los aros de madera que servirán de soporte para sujetar la piel. Luego lo lija todo.
«La piel lleva un tratamiento especial. La mantengo cubierta durante 12 días de estiércol, que tiene curtientes naturales y con ello se cae toda la lana. Pasado este tiempo, la lavo con detergente y la dejo secar. Cuando voy a utilizarla, tiene que estar mojada, por ello, la meto en agua durante una hora y la coloco, todavía mojada, en el bastidor de la pandereta. Así tensa mucho más. Luego ya se clava y se cose. Las sonajas las recorto de latas de café o de aceitunas. Les doy una forma cónica y hago unas muescas antes de montarlas en el bastidor», indica. Casi todos sus clientes son grupos de folclore y también amantes de la música de raíz. Lo que hace única a cada una de sus creaciones es su sello personal, un pequeño vellón de lana de cordero que siempre incluye y que aporta a cada instrumento una estética peculiar.
Para las zambombas utiliza un recipiente hueco y sin fondo. Las cubre con un trozo de piel bien tensa. También se necesita un trozo de caña recta, larga y suave al tacto. El secreto para tocarla está en mojar ligeramente la caña y luego, deslizar la mano sin apretar. «Es el instrumento más típico de la Navidad, pero que en la actualidad sólo se toca en los escenarios», señala.
Resurgimiento de la música de raiz
Este dulzainero y artesano destaca con entusiasmo el auge de solistas que han emergido en la escena folclórica. «Hay más solistas que antes y eso es algo emocionante», apunta. Para él, este resurgimiento, no significa una desconexión con las raíces, sino más bien una evolución natural. «Es bueno que haya esa evolución y a la vez que se mantengan los ritmos antiguos. La música folclórica es un vivo reflejo de nuestra historia, pero también puede adaptarse y resonar con las generaciones actuales. Lo que si que es cierto es que el futuro de muchos grupos está en manos de las mujeres. Además, yo creo que se nos debería valorar más a nivel institucional. De los 100 años que lleva mi familia musicalizando al grupo de danzas de Cevico, mi tío Ismael, que es tamborilero, lleva 60 años de forma ininterrumpida. Eso es algo impresionante», alaba orgulloso Toño Clavel.
La continuidad de Los Claveles está asegurada. Las dos hijas de Toño, Jimena y Eylo, han heredado la pasión por la música de raíz. La primera de ellas es percusionista, mientras que la menor toca la dulzaina y la pandereta. Las dos, junto con Elena, su madre que hace las veces de 'birria', participan desde hace tiempo en el mantenimiento de las ancestrales danzas de Cevico de la Torre.
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