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Así sobreviven las tiendas de alimentación de toda la vida al auge de los súperCarolina Amo
Valladolid
Domingo, 21 de enero 2024, 00:07
Una vuelta por los barrios de Valladolid. No hace falta mucho más para ver cómo cada vez las calles se encuentran plagadas de grandes supermercados. Estos negocios abarrotan las calles de la ciudad dejando poco espacio a los que un día fueron el corazón del barrio, como son los pequeños comercios de ultramarinos, una especie casi catalogada hoy como en peligro de extinción. Sus titulares sobreviven, o lo intentan, saltando a las redes sociales o apostando por la calidad de sus productos.
Los hábitos de consumo han cambiado y bajar a la tienda de tu barrio a comprar una barra de pan suena tan raro como cuando escuchas un idioma nuevo por primera vez. Los pasillos interminables de las grandes superficies, repletos de productos congelados y precocinados que forman parte de la cesta de la comprada del día a día, se eliminan en la pequeña tienda de toda la vida y dejan paso a baldas llenas de conservas, especias, embutidos y a ese olor tan característico de pan recién hecho de primera hora.
El trato rápido y atropellado de los supermercados es un completo desconocido para estos locales en los que el tuteo es el protagonista en todas las conversaciones. Las caras conocidas tampoco son algo nuevo para los dependientes, y mucho menos el saber qué van a pedir y de qué manera lo quieren sin casi tener que preguntar al cliente.
Aunque muchas veces ubicamos a estas tiendas como locales que siempre han estado a disposición del barrio, hay muchas otras que han comenzado a dar sus primeros pasos en este mundillo. Es el caso de Lidia Martinez y Antonio Jimenez, dueños de Frutas el Rincón de Antonio, quienes llevan poco más de un año en Pajarillos. A pesar de ser primerizos aseguran estar muy contentos y haber empezado con más ganas que nunca. «El barrio nos ha acogido con mucho cariño, más que clientes para nosotros son como amigos», afirma Antonio.
La pareja se ha aventurado a abrir un negocio del que son conscientes que no es fácil mantenerse en esta época de cambios. «En verano se nota mucha escasez, la gente se va a los pueblos o de vacaciones y estamos parados», continúa. La competencia con los supermercados es algo que no parece importarle a la pareja, que asegura que «en Pajarillos se apoya a la tienda pequeña antes que a los grandes locales».
Ante cualquier tipo de competencia, soluciones. En su caso, Lidia y Antonio han decidido empezar a digitalizarse lo antes posible para que su tienda tenga un acceso más directo con los clientes. «Estamos en redes sociales como Tik Tok y Facebook, subimos publicaciones sobre nuestros productos y vemos el feedback de la gente con respecto al negocio», explican, haciendo hincapié en que esto les ha hecho aumentar notablemente la clientela. Nos esforzamos constantemente para tener un producto de calidad y que los clientes de siempre queden satisfechos. El futuro siempre es incierto pero la pareja lo ve con «esperanza y posibilidad de mejora» a pesar de formar parte de un gremio que poco a poco va menguando.
Muchas veces ya se toma como tradición hacer una visita matutina a estos templos de alimentación. Los ultramarinos ya no solo tienen que competir con los productos de los hipermercados sino también con la flexibilidad horaria que las grandes franquicias proponen y que tanto ha dañado al pequeño comercio.
«Merche es la mejor panadera del vecindario, está abierta hasta el día de Navidad», apunta un cliente poniéndose a la cola de Los Manjares, otro pequeño negocio de Pajarillos al que Mercedes Escudero lleva dedicando casi cinco años. «Estoy situada cerca de un supermercado y se nota mucho, todo por aquí está muy calmado», asiente la dependienta, quien a pesar de no llevar muchos años conoce muy bien cómo funcionan las cosas. Mercedes tiene claro que en estas tiendas «encuentras cosas más económicas que en un supermercado». Sin embargo, no hace ojos ciegos a un futuro que no tarda en titular con nombre y apellidos «cierre permanente». «Ahora mismo hay mucha competencia en la calle y los jóvenes van más a la comida rápida, que te lo den todo hecho en una bolsa y a casa», termina.
Ese esfuerzo constante para tener un producto de calidad y que los clientes de siempre queden satisfechos es el pan de cada día de Ángel Iglesias desde hace más de 30 años. Es ya todo un experto en el sector alimenticio y ya no solo en su producto estrella, la frutería, sino en todo lo que conlleva un ultramarino.
«Alimentación Ángel lleva en pie desde el 79 en Pilarica», recuerda con cariño. El día a día es bonito, pero Ángel no olvida que «también es duro por la falta de descanso». Un trabajo que en la mayoría de casos es de lunes a domingo y que «cuando eres consciente de los años empieza a doler», en ocasiones se hace cuesta arriba. El vendedor no tarda en recordar la parte buena de estar ahí, la cercanía, esa de la que todos los clientes hablan.«El contacto del tú a tú es primordial. Cuando mi madre abrió esta tienda yo tenía 10 años y cuando empecé a trabajar tenía 18, hay gente que me ha visto crecer aquí dentro», añade mientras despacha a un cliente habitual. Ángel lanza una mirada hacia el futuro de los ultramarinos que como bien se conoce, «cada vez quedan menos». «Tienda que se cierra, tienda que no se vuelve a abrir», remata.
En la misma línea y casi vecina se sitúa Alimentación Barrios en Vadillos, donde Teodoro ha compartido 45 años de vida con sus clientes. En su caso, el vendedor ya no cuenta años, sino los meses que le quedan para abandonar lo que ha sido su segunda casa. «Me jubilo en noviembre, me queda casi un embarazo», comenta entre risas. Teodoro explica que, en su caso, la escasez de ventas viene dada de la mano con el envejecimiento del barrio, en donde «los clientes se van haciendo cada vez más mayores y dejan de venir».
Tras sus años de experiencia el tendero destaca la mejor parte del negocio. «Aquí es todo más especializado, no solo el producto, sino el trato con las personas. Dotas de personalidad al cliente, le desengañas de las cosas. Esto un supermercado no lo tiene, el trato allí es más impersonal. Es una pena que el negocio se vaya apagando», explica con pena al recordar los mejores años del negocio en el que era un «no parar». Teodoro hace un repaso por los que ya no están y también por esas tiendas primerizas como la de Lidia y Antonio que se están iniciando en el sector. «Ojalá les dure porque es una pena, sin esto, se mueren los barrios».
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