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Cuando alguien sienta que ya no le queda ningún sitio al que acudir, siempre estará el Teléfono de la Esperanza. Al igual que el resto de la sociedad, este servicio, absolutamente voluntario, vive días de reconversión. Al fin y al cabo es una línea al otro lado, por lo que el salto al teletrabajo ha supuesto un cambio asumible por sus voluntarios. Una nueva aplicación en el móvil (App) permite a sus gestores atender a la gente desde casa. «Nadie se va a quedar sin teléfono», remarca su orientadora y coordinadora, Asun González.
Este tiempo y, sobre todo el por venir, parecen destinados a resaltar la labor de escucha ejercida por «gente normal, que también vamos al gimnasio, mantenemos nuestra casa o atendemos un trabajo». Todas las previsiones y avances advierten de que las llamadas se están incrementando y lo harán aún bastante más. «Se percibe mucho miedo al coronavirus. Gente que se pregunta cómo va a quedar todo cuando esto pase».
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Y escuchar el timbre del teléfono y levantar un auricular para escuchar a alguien desconocido, se supone que en una situación incómoda, dolorosa o insegura, supone mucho más que un compromiso personal.
-¿Cuáles son las claves para saber estar a la altura de cada usuario y sus cuitas?
-No importa de dónde vengas, cuál sea tu campo vital o profesional. Aquí se dan tres formaciones distintas. La primera es aprender a escuchar. La segunda es recibir las emociones del otro pero sin que te afecten por dura que sea su realidad, porque es la realidad del otro. Por salud personal, no te pueden traspasar su 'mochila'. Por último, aprendemos a conocernos a nosotros mismos.
Amas de casa, maestros o catedráticos... El perfil de los voluntarios es tan variado como la sociedad a la que sirven. Y todos, lo primero que aprenden es a «no dar consejos a nadie».
En turnos semanales de cinco horas seguidas, la labor de las entre 12 y 15 personas que suelen atender esta oferta en Valladolid parte de algo tan aparentemente sencillo como saber escuchar. En tiempos tan duros, los psicólogos insisten mucho en el valor terapéutico de la escucha.
Lo refrenda las muchas horas de Asun al otro lado, atendiendo desde el anonimato a quien se decide conectarse tal vez como último recurso o cuando ya casi ha dejado de preguntarse si 'hay alguien ahí afuera'. «La experiencia te demuestra que expresar los problemas ya es de por sí terapéutico. Ponerles palabras y escucharse a sí mismo ayuda, aunque a veces sean situaciones muy duras».
La comprensión tiene sus límites y nunca se puede caer en la conmiseración, en el consuelo del mal de muchos.. o en el buenismo. «Jamás se nos ocurre decirle a nadie que hay otras personas que estarán como él o incluso peor».
El Teléfono de la Esperanza suena a rareza en un mundo hipercomunicado. Pero una cosa es la tecnología y otra lo que hacemos con ella y hasta qué punto sirve para sentirnos en sociedad. «Hay mucha menos comunicación de lo que pensamos. Y no solo en situaciones que nos parezcan de marginalidad. LLama gente con un buen trabajo, con familia...».
-¿En qué fallamos entonces?
-Muchas veces nos faltan habilidades sociales. Tenemos medios técnicos pero no sabemos o no aprendemos a expresar las emociones porque pensamos que nos hacen vulnerables.
Asun y sus compañeros ya han empezado a notar los efectos de esta nueva vulnerabilidad con aires de distopía futurista que llama a la puerta de la sociedad. «Toda la angustia que se está acumulando va a salir por algún lado. La de los niños que están en casa, la de los que no pueden ayudar y querrían; o los que necesitan ese apoyo y están solos. Los que se van a quedar en el paro...».
Para todos ellos. Y para cualquiera que necesite la terapia de la escucha. Una labor voluntaria al cien por cien porque, como recuerda Asun, «escuchar a la gente no lo paga nadie».
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Jon Garay e Isabel Toledo
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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