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Javier Burrieza
Jueves, 3 de agosto 2023, 00:23
Cuando entró la hermana Ana María Prieto en la clausura de las salesas de Valladolid, con diecinueve años, no pensó que su larga vida de ... noventa y dos iba a estar plagada de apasionantes misiones en distintos lugares. Ella las resolvió con discreción y sabiduría, al estilo de su fundador, san Francisco de Sales, un obispo postridentino que confiaba en los trabajos de las mujeres dentro de la Iglesia. Ha fallecido el 1 de agosto, a los 92 años, en la Visitación vallisoletana, en el caserón de los Mudarra, al final de la calle Ruiz Hernández con Juan Mambrilla. Tampoco las rejas del convento le ataron solamente a esta casa, en ese 'Claustro de las salesas' que fue como se tituló el libro que me encargó para celebrar los 150 años de la presencia de estas monjas en Valladolid, pues en estas tareas la conocí.
Ella había nacido en Villares de Órbigo, en León. Cuando tenía cincuenta años, su Orden la encomendó una misión complicada. Fue 'prestada' para reforzar una comunidad histórica, la del monasterio de Calatayud, que no disponía de monjas suficientes para su cotidianidad. Allí fue superiora nada más llegar, por espacio de doce años. Mucho trabajo para tener que fusionar finalmente aquella casa con la suya de Valladolid. Regresó en diciembre de 2000, acompañada por cinco monjas más y con la memoria de este convento aragonés que se guarda en el vallisoletano. Un año después la Corporación municipal de Calatayud las convertía en hijas ilustres.
Sus hermanas de Valladolid no la dejaron vivir en el sosiego. Dentro de la secular democracia conventual, un Martes Santo de 2002 la convirtieron en superiora del monasterio: la «Madre». Desde su sensibilidad por la cultura decidió preparar los ciento cincuenta años de la presencia de las salesas en esta ciudad y los cuatrocientos de la existencia de su orden religiosa. No había terminado estos trabajos y apareció una tarea bien diferente. Era llamada en 2009 para formar parte de la comunidad del monasterio 'Mater Ecclesiae' de la Ciudad del Vaticano, creado por el Papa san Juan Pablo II en 1994 con el fin de acompañar con su oración la actividad del Santo Padre y de sus colaboradores en la Curia romana. Un edificio en los jardines vaticanos, ocupado cada cinco años por una orden religiosa diferente con esta misión.
Las salesas se decantaron por seis españolas y una italiana. La hermana Ana María fue requerida cuando tenía 77 años. No se necesitaba solamente juventud, sino también experiencia. Y a esta salesa experiencia de Dios no le faltaba. El Papa Benedicto las visitó con motivo del IV centenario de la Orden en 2010. «Vuestra oración, queridas hermanas, es sumamente preciosa para mi ministeri», afirmó. La Hermana Ana María definía al pontífice, en ese encuentro de tú a tú, como «entrañable, cariñoso, parecía que estaba sólo contigo».
No vivían en un palacio. Bromeaba esta salesa que cuando regresó al monasterio vallisoletano en octubre de 2012, éste sí que le pareció un palacio. Pero le restaba una sorpresa mayúscula. Benedicto XVI renunciaba meses después, en febrero de 2013, a su ministerio petrino. Y además se disponía a vivir en retiro de trabajo y oración en el que había sido su convento romano.
¿Acaso alguien sabía esta decisión cuando las salesas salieron de aquella clausura? Los periodistas localizaron a las monjas que había vivido y rezado junto al Papa y la hermana Ana María recibió entonces a El Norte de Castilla. Así lo reflejó el reportaje de 2013 de Lorena Sancho con unas preciosas fotos de Miguel Ángel Santos. Ella relató con su sosiego habitual su experiencia romana. Conoció los rincones del sencillo pero histórico edificio que fue residencia de un Papa retirado.
En la última década de su vida, en Valladolid, esta monja salesa ha sido referente de su comunidad, una mujer de experiencia en el encuentro con Dios, siempre desde la bondad, la discreción y la sabiduría. Se nos ha ido una mujer importante de la Iglesia diocesana.
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