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Siempre entre muros conventuales, 'ora et labora'. Pero en el monasterio de Santa Isabel de Hungría, estos días son más de laborar que de orar. Son jornadas de trabajo intenso con mucha dedicación en el obrador. El cariño de las recetas ancestrales origina que este ... torno se convierta en uno de los establecimientos que más roscones de Reyes despacha durante estas fechas. Una elaboración en la que las hermanas clarisas ponen mucho amor y que tiene especial mérito porque están alejadas de las campañas comerciales y las encuestas de algunas asociaciones de consumidores.
Sin entrar en ningún ranking, los roscones de este cenobio vallisoletano se han convertido en unos de los más compartidos en las mesas de la ciudad: lo confirma tanto la opinión de los clientes como las colas de más de una hora para adquirir esta especie de pecado para el paladar que, por calidad y por sabor, invita a repetir casi hasta con gula. Un dulce pecado gastronómico para ultimar los excesos culinarios navideños.
La calidad de las materias primas y la calidez en el proceso de elaboración son el secreto de este solicitado roscón que las monjas de Santa Isabel de Hungría llevan haciendo con la misma receta desde hace prácticamente medio siglo. Ante la demanda, trabajan casi sin descanso la mayoría de las hermanas del convento (más de diez) y unos 15 voluntarios que las ayudan.
Toda una infraestructura de fabricación y de personal que les lleva a vender más de un millar de roscones grandes, medianos y pequeños desde hace una semana, con precios de entre 11,50 y 46 euros, aunque como reconocen las responsables del obrador «anteriormente hicimos alguno para comprobar que no se nos ha olvidado la receta».
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El éxito de este roscón (que radica principalmente en la esponjosidad y jugosidad del bollo) hace que año a año la producción aumente, aunque también se incrementa el número de clientes que no llegan a comprarlo porque se agota. Es más, mucha gente madrugó en la víspera de los Reyes Magos, hasta el caso de que a primera hora de la mañana ya había personas haciendo cola aun antes de la hora de apertura.
Pero ha habido tanta venta, «y eso que llevamos reponiendo desde antes de salir el sol», que a media mañana tuvieron que poner un cartel en la puerta de acceso, también escrito con prisas, anunciando que la primera remesa del día de roscones se había vendido: «Comenzaremos a vender roscos a las tres de la tarde. Perdonen. Gracias». Y estos roscones de primera hora de la tarde también se acabaron pronto, así que muchos tuvieron que esperar hasta el mismo día 6, en que el torno de este monasterio volvió a girar.
«La espera merece la pena», decía una señora, Consuelo, que recuerda la compra de este roscón como algo tradicional en su familia desde hace años. Y ante mensajes como este, las clarisas se muestran «especialmente agradecidas».
Así se lo trasladan 'in situ', porque las ventas de dulces de la campaña de Navidad significan un cuarto de sus ingresos anuales por esta vía. Turrones, anguilas y peces de mazapán, glorias o empiñonados, además de los polvorones y alguna exquisitez más conforman su carta de dulces navideños que, complementados con los cientos de roscones que venden, permiten la subsistencia de un cenobio que durante todo el año también tiene éxito entre los vallisoletanos con los famosos ochos o palmeras de chocolate, magdalenas y mantecados o los roscos de San Francisco, otra de sus especialidades, más este año si cabe en que se cumple el 800 aniversario desde que San Francisco de Asís promoviera la recreación del primer Belén de la historia.
«El turrón de yema es de lo mejor que hemos probado, los empiñonados, para llorar y la anguila de mazapán, que nadie la hace en Valladolid, espectacular», describen otros habituales, Cristina y Miguel.
La calidad del producto es su baluarte, como explica sor Isabel de la Trinidad, quien reconoce que llegan «muy cansadas» hasta este día de los Reyes Magos ante la gran cantidad de trabajo que tienen «y que también somos hermanas mayores, que esto significa mucha carga». Entre los ingredientes, agua de azahar, huevos y azúcar de primera calidad (y de la tierra, aclaran), junto a la fruta escarchada (cocida y bañada en almíbar) que aun conscientes de que muchos lo retiran, «también aporta un ligero sabor y un detalle decorativo al roscón que no puede faltar».
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