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Hay un pequeño resquicio, una pista tan remota como esperanzadora a la que se aferra el empresario mexicano que busca a su familia biológica en Valladolid, después de que hace 23 años le entregara en adopción un médico del sanatorio Sagrado Corazón a una ... pareja amiga (él emigrante cántabro, ella natural de México) que vivía allá en América. Existe un rastro genético, una prueba de ADN que sitúa en Valladolid a un lejano antepasado suyo, tal vez «un bisabuelo, un tatarabuelo común» con una familia vallisoletana con la que ya se ha puesto en contacto. Son los primeros indicios fiables con los que se ha topado en su cruzada por encontrar a su familia biológica.
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Tan solo tiene un par de certezas:que nació el 1 de julio de 1966 y que fue inscrito en el registro civil con los apellidos de sus padres adoptivos. Prefiere no desvelar su identidad «para no provocar dolor a nadie», pero el pasado domingo publicó un anuncio en El Norte en el que reclama la colaboración ciudadana para encontrar a sus ancestros. Porque, explica, tal vez alguien conozca el caso, tal vez algún familiar sepa de una mujer que en el verano de 1966 entregó a su hijo porque no podía hacerse cargo de él. «Quiero pensar que no soy un bebé robado, sino que provengo de un hogar que no me pudo atender», asegura. Como mediador intervino un médico, amigo de la familia, que trabajaba en el sanatorio Sagrado Corazón y que llamó a México para informar a la pareja, a los padres adoptivos de este hombre, de que había en Valladolid un bebé para ellos. El empresario se enteró cuando cumplió los 30 años de que era adoptado y el pasado verano, al fallecer su madre, decidió emprender la búsqueda de sus orígenes biológicos.
En 2006 ya se hizo una prueba genética a través de un servicio que ofrecía entonces National Geographic: «Yo ya sabía que era adoptado y la prueba lo único que hizo fue confirmarme que tenía un origen 100% europeo», cuando su madre (de adopción) era mexicana. El año pasado, descubrió por la prensa la historia de Cristina García, una mujer madrileña, de 50 años, que encontró a su hermano gracias a un laboratorio de Estados Unidos que permite someterse a pruebas de ADN que luego se pueden comparar con las de otras personas. «Pensé que podría encontrarme en esa situación». Así que decidió adquirir un kit (que analiza la información genética de la saliva) y probar suerte.
«El resultado me llegó a finales agosto y me confirmó, ahora con más detalle, que mi origen era básicamente español, con algo de otras partes de Europa», explica. «Lo más interesante de este sistema (de la empresa 23andMe) es que te proporciona una lista de posibles familiares y su grado de cercanía contigo. Un hijo coincide en el 50% del ADN con cada uno de sus padres o con su hermano. Si eres medio hermano o sobrino, baja a alrededor de un 25% y un primo (carnal o segundo) anda en torno al 8%.Todas estas cifras son aproximadas y varían dentro de un rango», asegura. «En mi caso, la persona más cercana con la que se estableció coincidencia fue en un porcentaje muy remoto, del 1% de ADN en común. Eso equivaldría a un primo tercero o cuarto». Y la casualidad (o no) quiso que esa persona con la que comparte coincidencia sea de Valladolid.
«El programa te permite contactar con otros usuarios que también se han sometido la prueba, a través de una red al estilo de facebook. Le escribí y me contestó amablemente. Ella me conectó con una tía que conoce mejor al resto de la familia y nos pusimos en contacto en septiembre. A partir de ahí, se ha portado fabulosamente y no ha dejado de ayudarme para conseguir más personas que se hagan la prueba». Él compra los test en Estados Unidos (a partir de 99 dólares, unos 91 euros) y los envía a Valladolid para que otros miembros de la familia se sometan el estudio genético. El objetivo es afinar lo máximo posible. Hasta el momento han hecho tres, «pero el proceso es muy lento hasta que llegan los resultados».
La coincidencia de ADN apunta a que hay un antepasado en común entre el empresario mexicano (también con nacionalidad española)y esta familia de Valladolid (que prefiere por el momento no desvelar su identidad ni explicar las razones por las que ellos se hicieron una prueba que también determina posibles enfermedades hereditarias). Seguramente la conexión es un tatarabuelo. Con un poco más de suerte, un bisabuelo.
El caso es que la coincidencia se halla en una de las partes más frondosas del árbol genealógico, con muchas bifurcaciones, demasiadas ramas que habrá que investigar hasta encontrar si en alguna de ellas hay algún fruto aprovechable. «En septiembre pasado estuve con una hija de esta persona que se hizo la prueba en Valladolid y muy amablemente nos ayudó, acompañándonos al sanatorio. Sin resultados positivos (ya que el centro no conserva documentación de aquel año). Eso sí, comimos un excelente lechazo con un buen vino de la región», explica, confiado en estar cada vez más cerca de su familia biológica.
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