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«Necesito ayuda para encontrar a mis padres», dice el anuncio que, como mensaje en una botella, lanzó el pasado domingo un empresario mexicano en las páginas de El Norte para intentar, con un enorme océano de dudas y secretos de por medio, encontrar ... un rastro, por pequeño que sea, que le permita desenterrar sus raíces vallisoletanas. Pide colaboración (y ofrece una recompensa de mil euros) para quien consiga ponerle en la pista de sus padres biológicos. Nada sabe de ellos. Y menos aún de las circunstancias de su llegada al mundo. Tan solo se aferra a una fecha (el 1 de julio de 1966), un lugar (el sanatorio Sagrado Corazón)y un hecho cierto (que su nacimiento fue inscrito en el registro vallisoletano).
A partir de ahí, apenas unas pocas certezas que le han animado a solicitar ayuda a través de un anuncio en el periódico. «Es como una forma sacar la lotería y que alguien que lo lea tal vez sepa algo, conozca el caso de alguna persona que hubiera dado en adopción a algún bebé en esa fecha y en ese sanatorio». Porque ese bebé es él. Prefiere no desvelar su nombre («para no perturbar a personas que pudieran verse implicadas») y tampoco los apellidos que desde el primer día le dio su familia de adopción.
«Yo siempre supe que nací en Valladolid. Mis padres adoptivos –que para mí siempre serán mis padres– decidieron mantener durante toda su vida el secreto». Pero hay cosas que sí le contaron. Por ejemplo, que nació en Valladolid porque aquí trabajaba un médico –ya fallecido– que era gran amigo de la familia. «Él se encargó de conseguir un bebé para mis padres. Sé que en España ha habido situaciones de robos de bebés, pero, conociendo al médico y a mis padres, no creo que haya sido el caso. No creo que mis padres se prestaran a eso. Y estoy seguro de que si fuera así, si yo fui un niño robado, mis padres no lo sabían. Quiero pensar que hubo una familia que no pudo hacerse cargo de mí, una pareja que no deseaba conservarme, una madre que no pudo atender a su hijo nada más nacer y que por eso lo dio en adopción», explica por teléfono desde México, donde ha vivido los 53 años de su vida.
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Hasta allí emigró su padre adoptivo, un emigrante cántabro que trabajó en el sector del mueble y que se casó con una mujer mexicana. La pareja no podía tener hijos, pero siempre manifestó su ilusión por formar una familia. Se lo comentaron así a un médico amigo –de la familia de su padre, procedente de Santander– que trabajaba en el sanatorio Sagrado Corazón. «Y así, un día, mis padres recibieron una llamada. Les dijeron: tenemos un hijo para ustedes. Ymis padres vinieron a España a por mí».
«El proceso de adopción me queda claro que fue ilegal, en el sentido de que yo estoy registrado como hijo natural de mis padres adoptivos, cuando no lo soy, con la simulación de que mi madre me tuvo en el hospital». Ese documento es real y existe. El registro de su nacimiento, donde ya aparece con los apellidos de sus padres de adopción. «Aunque esa parte sí que fue ilegal, quiero pensar que en el fondo fue algo de buena voluntad donde todas las partes salían beneficiadas».
Al mes de nacer, la pareja, ya con su hijo, regresó a América. «Viví casi treinta años sin saber que era adoptado, a pesar de que la mayoría de la gente de mi entorno sí que lo conocía». Sus padres tal vez lo comentaron con amigos, con conocidos. Y de una forma fortuita, casi estúpida, fue como al cumplir los 30 se enteró.
«Un amigo me preguntó qué era lo que sentía al ser adoptado. A mí me parece increíble que durante tanto tiempo hubiera gente que lo supiera sin haberme dicho nada, pero mis padres pidieron por favor que se mantuviera el secreto. Yo pasé un día, dos días, con la incertidumbre de qué hacer, si hablar con ellos, preguntarles. Pero como el deseo de mis padres era que no lo supiera, preferí no decirles nada. Yo les quise muchísimo. Mucho. Sobre todo a mi padre. Lo peor que me ha pasado en esta vida fue el día en el que se murió, hace 18 años», explica. Su madre falleció el año pasado. «Durante sus últimos meses de vida lo intenté comentar con ella, mantener esa conversación, pero no quise insistir porque sabía que era un tema que no quería tocar». Ahora, ha decidido iniciar la búsqueda de su familia biológica.
Sus primeros pasos se han encaminado al sanatorio Sagrado Corazón, donde trabajaba el médico que llamó a la familia adoptiva diciéndoles que tenían un bebé para ellos. «Era amigo de la familia. Y mantuvieron relación durante toda la vida. Cuando veníamos con mis padres a ver a la familia que había en España, cada vez que subíamos de Madrid a Santander parábamos en Valladolid para comer con él», recuerda el empresario mexicano, quien ha visitado en dos ocasiones el centro hospitalario de las calles Santuario y Alonso Pesquera para intentar, sin éxito, recabar información. La última vez –acompañado por su esposa– fue en septiembre del año pasado, cuando se reunió con responsables del hospital.
Desde el Sagrado Corazón explican que, efectivamente, esta persona se dirigió a ellos en busca de información, «pero los archivos ya no contienen documentos de aquella época, no solo por el tiempo transcurrido, sino porque, precisamente por la protección de datos, cuando se realizaron obras en el hospital y se digitalizaron todos los archivos, esta documentación se destruyó a través de empresas especializadas en ello».
«Es una pena que no podamos ayudarlo a encontrar a su familia biológica. Ha pasado mucho tiempo. Y no es el primer caso de estas características», explican fuentes del hospital, que hunde sus raíces en el centro de atención a los enfermos que las religiosas Siervas de Jesús de la Caridad abrieron en Alonso Pesquera en 1897 (aunque prestaban servicio en Valladolid desde el 21 de octubre de 1878).
De ahí que el siguiente paso haya sido la publicación –el pasado domingo– de un anuncio en El Norte. «He vivido siempre fuera de España, y soy muy feliz. Mi única intención es que mis padres biológicos lo sepan, para su tranquilidad. Agradezco la información que me lleve a encontrarlos», decía la publicidad, que ofrece como contacto el correo origenbusqueda@gmail.com. «La idea de poner un anuncio en el periódico la he tenido siempre, porque es una forma de llegar a mucha gente.Tal vez alguien lo lea y recuerde que conoció a una amiga que tuvo un bebé en 1966 y que lo dio en adopción. Oalguien que entregó a su hijo recién nacido en aquella época», asegura.
«Yo no quiero perjudicar a nadie. Por supuesto que no al hospital ni al médico. Pero tampoco a mi familia biológica. Porque si una mujer dio hace tanto tiempo a un niño en adopción, tal vez ahora no quiere que se sepa.O, en el caso más negativo, porque fuera un bebé robado, no me gustaría causar una gran tristeza. Pero necesito encontrar a mis padres biológicos. De una forma discreta. Mis padres adoptivos fueron fabulosos conmigo, trabajadores toda su vida, pero si tengo otra familia, me gustaría conocerla».
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