Veranos literarios entre Tierra de Campos y Montes de Torozos
Escritores e intelectuales pasaron sus periodos vacacionales en pueblos del norte de la provincia a lo largo del siglo XX
El horizonte infinito de Tierra de Campos y los escondidos valles de los Montes Torozos invitan en el norte de la provincia de Valladolid a una atractiva ruta cultural por distintos pueblos, de grandes iglesias, estrechas calles y centenarias tradiciones, en los que, durante muchos veranos, casi siempre por razón familiar o de amistad, detuvieron sus pasos algunos escritores e intelectuales de renombre que ya son parte de su mejor historia.
Una ruta de un centenar de kilómetros que comienza en Mayorga, el último pueblo de la provincia en dirección a León, en cuyo término municipal se encuentra el Coto de Castilleja, con su templo mozárabe, que estuvo a cargo del arquitecto y agrónomo José Varela y de Soledad Ortega, hija del filósofo José Ortega y Gasset (1883-1955), quien recabó en la finca en sus viajes de ida y vuelta a los veraneos del norte, y donde descansó de su regreso de Lisboa, pasando allí el último septiembre de su vida.
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Por la Nacional 601 se llega a Medina de Rioseco, donde Miguel de Unamuno (1864-1936), en sus viajes desde Salamanca a Palencia para visitar en Palencia a su hijo y arquitecto municipal de la ciudad, Fernando de Unamuno, hizo paradas en esta ciudad para ver a su amigo el periodista zamorano Francisco Antón, que también pasaba largas temporadas en la Ciudad de los Almirantes al estar casado con la riosecana Ventura Sánchez. Su apego a Rioseco quedó plasmado en el poema que empieza «Medina de Rioseco, varadas tus cuatro naves» o el artículo que sobre la procesión del Jueves Santo publicó en el diario El Sol en el año 1932 con aquel «Pasan los pasos y los llevan los mozos» en una frase que ya tanto identifica a la Semana Santa riosecana. De su paso por Rioseco también quedó el nombre de El Rincón de Unamuno que se dio a un grupo de casas situadas junto al Ayuntamiento, hoy ya desaparecidas, entre las que había una posada, donde, según la creencia popular, se habría alojado el insigne autor de San Manuel Bueno, mártir, Niebla o La tía Tula.
En Medina de Rioseco durante algunos años también fue veraneante el poeta León Felipe (1884-1968) tras acabar en junio los cursos de Farmacia en la Universidad Central de Madrid, ante la sorpresa de su padre al negarse a ir a Santander, ciudad veraniega por excelencia donde residía su familia, por lo que comentaba, como recuerda Luis Rius en su biografía del poeta, «pero, hombre, este muchacho, que quiere irse a Rioseco con este mar que hay aquí tan precioso; y en julio irse allá, donde no hay mar». Es posible que en Medina de Rioseco el poeta encontrase el lugar en el que hubiera querido nacer, ya que el mismo escribe en algunos de sus versos «Debí nacer en la entraña/ de la estepa castellana/ y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada». En la Ciudad de los Almirantes el joven también «se topará con su primer amor, encarnado, muy encarnado según parece, en una bella y rolliza Aldonza, musa de sus primicias poéticas», según recordó Alejandro Campos Ramírez, más conocido como Finisterre, en el catálogo que en 2002 se publicó con motivo de la exposición «León Felipe, de la Universidad de Valladolid al exilio», de la que fue su comisario. León Felipe imaginó en uno de sus últimos poemas que don Quijote compró a Rocinante en la feria de Medina de Rioseco.
Rioseco tiene tanta historia que toda ella se ha convertido ya en leyenda», escribe el escritor Jesús Torbado (1943-2018) al llegar a la Ciudad de los Almirantes en su viaje por Tierra de Campos de Tierra mal bautizada. A Rioseco se acercaba cuando podía a saludar en el Hostal Castilla a doña Miguela y su hijo Eduardo (que llegaría a ser alcalde riosecano), vecinos suyos en la niñez en el pueblo leonés de San Pedro de la Dueñas, muy cerca de Sahagún. En una de sus visitas a la Ciudad de los Almirantes, Jesús Torbado estuvo acompañado del escritor riosecano Luis Ángel Lobato, a quien prologaría su poemario Pabellones de Invierno.
A su pueblo natal, Palacios de Campos, que actualmente pertenece a Medina de Rioseco, regresó muchos veranos el historiador Francisco Ruiz Martín (1915-2004), primer catedrático de Historia Económica en España y académico de la Real Academia de la Historia. Recibió el Premio Nacional de Historia (1991) y el de Humanidades y Ciencias Sociales de la Junta de Castilla y León (1992). Su investigación se centró en el tema de las finanzas públicas y privadas pero abordó también otros campos.
Desde Rioseco se llegará a Villabrágima, que ya está unida para siempre al escritor Gustavo Martín Garzo (1948), quien pasó los veranos de su infancia y juventud en esta terracampina localidad en la que había nacido su padre, Alberto Martín. Este pueblo se convierte en el escenario de su novela El pequeño heredero y está muy presente en su libro Los viajes de la cigüeña , en el que relata las idas y venidas reales que durante los veranos de su niñez el autor realizaba en torno a Villabrágima en una bicicleta marca Super Cil que le regalara su padre al aprobar la revalidad de cuarto, siendo un motivo para realizar un viaje al interior de su memoria, porque «cuando recordamos no hacemos sino visitar los lugares que guardan las huellas de nuestra vida». En Villabrágima, Martín Garzo coincidía en la finca familiar de El Cercado con su primo Ramón Martín Mateo, doctor honoris causa por varias universidades y autor de Memorias de un ingeniero social bienhumorado. En esta localidad pasa largas temporadas del año el etnógrafo Modesto Martín Cebrián (1953) con más de una treintena de publicaciones dedicadas a la temática tradicional o infantil. Recientemente ha visto la luz su primera novela, La edad del sueño, en la que muestra el mundo interior de un niño en escenarios que no cuesta asociar a su pueblo natal.
Villabrágima es puerta para entrar en los Montes Torozos y llegar a Castromonte, que hay que asociarlo a la figura de Blas Pajarero (pseudónimo de Pablo González, 1926-1991), escritor que entre los setenta y los ochenta del pasado siglo convocó los fines de semana en su casa del corro de San Pedro a la intelectualidad contestataria de Valladolid. Con ilustraciones de su amigo Félix Cuadrado Lomas, escribió el imprescindible retrato de la comarca Retazos de Torozos.
Manuel Azaña
La siguiente parada será Valdenebro de los Valles, en cuya Plaza Mayor todavía se alza en pie la casa donde pasó algunos veranos el novelista que llegó a ser director del Museo del Pardo Ramón Pérez de Ayala (1880-1962), regresando al pueblo natal de su padre, Cirilo Pérez Ayala. En 1920, durante los meses de agosto y septiembre, según recordó Emilio Salcedo en un artículo publicado en El Norte de Castilla en 1980, redacta en Valdenebro de los Valles, sobre personajes ovetenses, su novela Belarmino y Apolonio. Una localidad en la que da largos paseos, monta a caballo y escribe también algunos poemas y, dos años después, una novela corta que dedica a su amigo el doctor Gregorio Marañón, Pandorga. En su primera novela, Trece dioses. Fragmentos de las memorias de Florencio Flórez, Villavalde es Veldenebro, «el solar de mis mayores, la cuna de mi padre».
De Valdenebro de los Valles a «Montealegre sin monte alegre, llano», en el verso de Jorge Guillén del poema «Castillo de Montealegre», incluido en su poemario Homenaje, impreso en la torre del homenaje del castillo en placa puesta por el Ateneo de Valladolid en 1975. El propio poeta de la generación del 27, cuyos ancestros eran de la localidad, recuerda que «fui a Montealegre cuando yo era muy niño... Pero siempre me he sentido ligado a ese origen, a ese castillo, a esa tradición.», en carta dirigida al sacerdote en Montealegre Vicente Hidalgo recogido en su artículo de la revista Archivo Hispalense (Sevilla, 1974) «Jorge Guillén unido a su origen: Montealegre».
La ruta llega a Villalba de los Alcores, que fue testigo de estancias de Manuel Azaña, como los 16 días que paso en septiembre de 1921 debido a su intima amistad con Cipriano Rivas Cherif, uno de los máximo renovadores de la escena teatral y premio Nacional de Literatura en 1931, a cuya familia pertenecía el castillo de la localidad desde el siglo XIX. En este pueblo, el futuro presidente de la II República, conoció a Lola Rivas Cherif, 24 años más joven y con la que se casaría en 1929. Durante aquella estancia, visitó el Monasterio de Matallana, Medina de Rioseco, el Museo Provincial de Valladolid y el Colegio de San Gregorio.
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