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La vecina de Santa Eufemia del Arroyo que viajó a Buenos AiresLa historia de Julita Quintanilla es la de muchos españoles que, después de la Guerra Civil, tuvieron que emigrar en busca de un futuro más prometedor, lejos de la pobreza y el hambre. Su vida comienza a escasas semanas del inicio del conflicto bélico, un 16 de abril de 1936, en el terracampino pueblo de Santa Eufemia del Arroyo, de donde era su madre, Nicasia Ramos, mientras que su padre, Benito Quintanilla, era de la localidad zamorana de Villamayor de Campos. Sus abuelos maternos, Teodoro y Ladislada, vivían de un palomar con la cría de palomas.
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Julita era la menor de cinco hermanos, junto a Ladislada, a la que llamaban Ladis, Sagrario, José y Benito. Cuando tenía dos años, en plena Guerra Civil, la familia se trasladó a Portugalete, cerca de Bilbao, dejando la casa del pueblo para regresar durante los veranos. Eran malos tiempos y el cabeza de familia había conseguido trabajo en la empresa Altos Hornos de Vizcaya y había tenido la oportunidad de alquilar por precio accesible «una casa de esas que eran para obreros, pero con un buen tamaño para todos», según cuenta en un libro uno de los nietos argentinos de Julita, Hernán Carlos Cisale, que es escritor.
En los veranos de 1937 y 1938, Nicasia fue al pueblo con sus hijos Sagrario, Benito y Julita, aprovechando los meses para respigar trigo para hacer pan y poder llevarlo a Bilbao. Los otros hermanos, Ladis y José, se había quedado con su padre, Benito, que «seguía en la fábrica para obtener más dinero y comida». En 1939, aunque la Guerra Civil ya había acabado no pudieron regresar a Santa Eufemia para conseguir más alimentos porque lo controles eran más exigentes.
Julita Quintanilla
Poco a poco, la situación en Bilbao se hizo inaguantable con dificultad de alimentar a toda la familia, hasta tal punto que Nicasia «le llevaba algunas alubias a su marido al trabajo para que no se desmayara». No es de extrañar que la familia buscara, por segunda vez, un futuro mejor en Argentina siguiendo los pasos del tío Pepe, quien había emprendido el viaje hacía tiempo y que había hablado a su hermano Benito de la posibilidad de vivir mejor y huir de esos años duros de hambre que estaban pasando en España.
En enero de 1948, partieron Sagrario y Ladis en un barco español que tenía el prometedor nombre de 'Esperanza'. Meses después, en agosto, sería el turno del padre y de José, mientras que los últimos en partir fueron la madre con sus hijos Benito y Julita. Llegaron a Buenos Aires «con mucha emoción e intriga de estar en una patria totalmente diferente». Julita, que es la única que queda con vida de la familia y que no ha vuelto a España, se casó con el argentino Francisco Cornero, con ascendencia española y francesa, y tuvo tres hijos, Claudio, Carina y Marcelo. Trabajó de modista, ayudando también a su marido en su oficio de marroquinero en el trabajo con el cuero. A sus 87 años, con gran emoción, asegura que «nunca me olvidé de mi patria y lo único que quisiera es que algún día, antes de que Dios me lleve, poder ir y besar mi tierra». Con emoción recuerda, siendo muy pequeña, los bailes en las Cuatro Calles de Santa Eufemia, cuando le echaban de todo en una canastilla, como almendrucos o higos. También cuando al llegar a Bilbao lloró porque la Guardia Civil les quitó todo lo que llevaban para comer.
Más de siete décadas después de la llegada de la familia Quintanilla Ramos a Argentina, uno de sus descendientes, el joven porteño Ezequiel Gerardo Cisale, de 34 años, nieto de Julita, ha hecho en octubre del año pasado el viaje de regreso a España en busca de un futuro. Aunque conocía Madrid y Barcelona de otro viaje, «mi gran decisión de partir para España venía de hace tiempo», explica el joven, quien está a la espera de conseguir la nacionalidad.
Ezequiel Gerardo, que ya juró ante el Rey en un notario, animó a la administración competente a que se agilicen los trámites lo más rápido con el fin de tener el documento nacional deidentidad y empezar a trabajar lo antes posible, «porque además sé que hay trabajo por todos los lados». Posee estudios de técnico de jardinería y de instructor de natación, con una diplomatura para discapacitados, además de cursos de reanimación cardiopulmonar y uso de desfibrilador y de masajista, a lo que añade instalador de aire acondicionado y mecánica de bicicletas.
El joven nieto también asegura que «si bien no es fácil irse de tu tierra, que es dónde uno nació, aquí, en Valladolid, el tiempo que llevo me siento muy a gusto y contento, con planes por el momento de quedarme». En diciembre, conoció Santa Eufemia del Arroyo y participó de la cena de Nochebuena que se organizó en el bar, en una experiencia que «fue algo muy lindo porque ahí es donde comenzó toda la historia de mi abuela». Por eso, su gran ilusión es que se publique el libro de su hermano Hernán Carlos «para que se conozca esta linda historia aquí en España». Ezequiel Gerardo mira al futuro en Valladolid con el mismo optimismo que debieron tener sus bisabuelos, Benito y Nicasia, al llegar con sus hijos a Buenos Aires hace más de setenta años.
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