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Hay personas que, aunque tuvieron que dejar su lugar de nacimiento por distintas razones, casi siempre en busca de una vida con más y mejores oportunidades, siempre supieron que habían dejado allí parte de su corazón. Algo que sabe muy bien Sebastiana Balleteros, que después ... de seis décadas desde que emigró a Burdeos (Francia), no hay día que no recuerde su Rioseco natal, sus gentes, sus calles, sus devociones. Este miércoles cumplía 101 años en una residencia de Lormont (en la región de Nueva Aquitania, departamento de Gironda, en el distrito de Burdeos), a más de 600 kilómetros de su querido pueblo natal.
En una fecha tan señalada, Sebastiana, a la que llaman Tiana, recibió la visita de sus tres hijos, Jesús, Julián y Florentino, sus nietos y otros familiares, que le agasajaron con regalos como un gran ramo de rosas rojas con tan solo una blanca por ese año sobre el siglo de vida o la tarta con las tradicionales velas. Junto a ella, en una pared, además de las fotos familiares no falta una grande de su querida Virgen de Castilviejo, a la que «no hay día que no la rece con su rosario, comprado en la ermita el día de la patrona», según asegura su hijo Florentino, al que todos en Rioseco conocen como Tinín. La misma ermita hasta la que Sebastiana llevó a hombros por una promesa a su hijo Julián con 5 años al sanar de una enfermedad. Los metros desde la puerta hasta el presbiterio los hizo de rodillas con su hijo en brazos acabando con heridas en las piernas.
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No hay semana que Tinín no visite a su madre dos o tres veces para compartir momentos en los que Sebastiana hace gala de su excelente memoria para traer al presente cientos de recuerdos riosecanos. Entonces, algunas veces, es inevitable recordar aquel agosto de 1964, cuando Sebastiana viajó a Burdeos, donde vivían unos familiares, en busca de trabajo. Lo hacía junto a su marido, Florentino Sebastián, que hasta entonces trabajaba en Rioseco de albañil con sus hermanos, Florencio, Tomás y Julián. Estos acabarían en la localidad vizcaína de Durango. En la ciudad francesa, Tino, el Virulo, como se conocía al marido de Sebastiana porque uno de sus abuelos tuvo la viruela, no tuvo problema para encontrar trabajo al ser un excelente albañil en unos años en que se necesitaba mucha mano de obra por el auge de la construcción en la conocida como perla de Aquitania. De aquel triste día en el que la familia tuvo que abandonar Rioseco, Tinín, que era el más pequeño de los hijos, con 4 años, recuerda que, cuando se marchaban para coger el autobús iba llorando y que «me caí del carro en el que iba subido junto a las maletas y me abrí la cabeza». Recuerdos que Tinín conserva como oro en paño y que le hacen decir que «siempre que hablo de Rioseco lo hago en boca de mis padres». Además, agradece el esfuerzo de sus progenitores por haberles dado un futuro a él y a sus hermanos, «porque todo lo que tenemos lo tenemos gracias a ellos».
Esos primeros años, con un idioma desconocido, fueron muy difíciles, de muchas horas de trabajo, con Sebastiana limpiando casas, con tres hijos por criar, que ayudaban a sus padres a recoger el carbón que tiraba el tren para ser usado en la estufa. Siempre con la gran añoranza de Rioseco, al que cada año regresaba la familia en Semana Santa y verano, en un tiempo en el que estar con amigos y familiares, pero también para que en los meses estivales Tino pudiera pescar cangrejos en el río Sequillo.
Un regreso que estuvieron realizando hasta los años 90 del pasado siglo en los que se quemó su casa de la calle Cantareros. Fue tan grande la tristeza de aquella desgracia que Sebastiana ya no quiso volver a su pueblo natal, pero siempre lo ha llevado en el corazón. Algo que ha heredado su hijo Tinín, que siempre que puede se acerca a Rioseco, donde conserva familiares y amigos.Por eso, tiene claro que «mientras que pueda, iré una o dos veces a mi pueblo querido». Lo cierto es que en cada una de esas visitas, son tantas las muestras de cariño que cuando ha ido acompañado de algunos amigos «me dicen que si me van a hacer una escultura».
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