Claudio y Francisco Herrera, en una demostración de mimbre. Rodrigo Jiménez

Los últimos mimbreros de la provincia de Valladolid

Tradición ·

Fresno el Viejo quiere recuperar un oficio que fue el motor económico de la localidad; dos hermanos octogenarios se encargan aún de perpetuarlo

Patricia González

Lunes, 26 de julio 2021, 08:00

Sus manos han tejido cientos de cestas, muebles guardarropas, baúles, maletas, cabeceros, sillas y hasta más de dos centenares de referencias diferentes. Sus dedos conocen a la perfección desde que tenían poco más de seis años la porosidad de la mimbre. Durante décadas su casa– ... taller se convirtió en una de las empresas más pujantes del municipio, tal es así que camiones cargados de mercancía salían de Fresno el Viejo hasta la Bretaña Francesa o las grandes urbes inglesas. Ahora, los hermanos Claudio y Francisco Herrera de la Fuente recuerdan con nostalgia aquellos «años dorados» en los que esta fibra natural se convirtió en el principal motor económico de la localidad, municipio en el que los últimos mimbreros de la provincia ahora solo tejen por «un encargo muy especial de algún conocido que nos lo pide como un favor», asegura Claudio, de 83 años.

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El mimbre dio vida al pueblo. Esta reflexión es la que ha realizado el Ayuntamiento, entidad que ha solicitado una subvención a la Diputación de Valladolid para poner en marcha en los locales vacíos de la plaza de toros un pequeño vivero de empresas en las que los artesanos del mimbre y de otros gremios artesanales puedan instalarse y dar sus primeros pasos en el oficio. El objetivo es, según explica el alcalde, Luis Miguel Muñumer, «recuperar el mimbre y otros oficios que tan importantes fueron para el desarrollo empresarial y social de la localidad». Además de intentar poner en marcha este proyecto, desde la administración local también se han organizado una serie de talleres y charlas implementados en las escuelas de verano para los más pequeños de la casa.

El oficio de los cesteros es de tradición familiar en Fresno. Son muchas las familias que durante décadas se han dedicado a la elaboración de muebles, tal y como explica Francisco, quien recuerda ver mimbre en su casa de toda la vida. «Mi abuelo y mi padre se dedicaban a ello. Nosotros, que hemos sido once hermanos, muchos nos hemos jubilado siendo mimbreros y un sobrino, Fernando, de 57 años, ha sido artesano de la mimbre hasta hace poco tiempo, cuando lo tuvo que dejar para trabajar de otra cosa». A pesar de que el material lo solían comprar a un municipio de Salamanca, los hermanos Herrera de la Fuente recuerdan cómo alguno de los cesteros del pueblo tenían sembrada esta fibra natural con la que se elaboraban desde los cestos más rústicos, destinados a las labores agrícolas, a otros productos más funcionales como «los cestos de la ropa que tanto vendimos en Francia, un producto del que luego fuimos haciendo innovaciones como el cesto esquinero, también para la ropa».

Con los brotes de sauce listos, los hermanos Herrera de la Fuente pasaban horas sentados en una pequeña silla de paja y madera –«pensé que algún día moría sentado en la silla», asegura Claudio– dando forma a las creaciones que tenían en su catálogo. En los años de mayor auge de estas piezas artesanales, en su casa–taller dieron empleo a más de treinta familias de Fresno porque «los pedidos eran interminables», tanto que llegaron a facturar más de un millón y medio de las antiguas pesetas en un único mes y elaboraban sin descanso más de un centenar de cestos en una semana. Todos de manera manual: «Podíamos tardar hasta cinco horas en hacer una única pieza».

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Taller de elaboración de cestas para niños de la localidad. R. J.

Sus elaboraciones salían en camiones para media Europa. Pronto Francia se convirtió en uno de sus mercados de referencia. Allí vendieron miles de cestos roperos. «Los compraban a Rumanía, pero cuando descubrieron que los cestos que nosotros hacíamos tenían mucha más calidad decidieron apostar por nuestra forma de trabajar». Las maletas típicas de los ferroviarios (cestas de mimbre con cierres de piel) se convirtieron en uno de los reclamos de las grandes empresas francesas, alemanas e inglesas que «nos hacían grandes pedidos para los regalos de navidad que daban a sus empleados». Sus sillas, mesas y sillones sirvieron para amueblar los grandes porches de las casas de los franceses más pudientes con segundas residencias en el departamento francés de ultramar (isla) de La Martinica.

Las ferias internacionales, las traductoras, las formas de pago y cobro de antaño y «muchas ganas de trabajar y seguir haciendo lo que nos gustaba y lo que habíamos mamado desde pequeños» culminó con una exposición permanente de sus creaciones en Miami y con un encargo muy especial –dos butacones y un cabecero– por el que recibieron la felicitación explícita del Rey Emérito, Juan Carlos I, que disfrutó de este mobiliario. Con la entrada en el mercado del mimbre de los productos manufacturados en países asiáticos, todo cambió. Fue el inicio del fin. El declive. «Era imposible competir con los precios que marcaban los chinos. Nosotros hacíamos productos de calidad pero ellos vendían mal género, plástico», comentan estos dos artesanos que vivieron los mejores años del mimbre.

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