Un refugio a salvo del virus letal e invisible que ha paralizado medio mundo. Así es la residencia de la tercera edad Tierra de Pinares de Portillo. El implacable avance del Covid-19 en estos espacios, uno de los más vulnerables frente a la pandemia ... y que no da tregua a los centros de la comunidad, ha encontrado su excepción en aquellos que, «por el momento y toquemos madera», han esquivado al «bicho». El de la citada localidad vallisoletana, de gestión municipal (se financia con la cuota de los internos, aunque el ayuntamiento «casi siempre aporta algo para intentar cuadrar las cuentas»), es uno de ellos. No tienen casos positivos por coronavirus –ni tan siquiera sospechosos– entre sus 37 residentes y están «muy bien» provistos de material y equipamiento de protección. Así lo asegura su directora, Marta Laherrán, quien considera que la «clave de todo» está en las medidas de prevención que tomaron antes de que la pandemia se expandiera por España, cuando tan solo había algunos casos y «lejos», en las Islas Canarias.
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En torno a la primera semana de febrero, según explica Laherrán, y en vistas de la velocidad con la que se estaba propagando el virus en Italia –«sabíamos que la posibilidad de que aquí llegara era elevada», incide–, decidieron adquirir equipos de seguridad «por si acaso». Así, realizaron una compra «bastante generosa»: 400 mascarillas de diferentes tipos, 200 batas, guantes de nitrilo y 15 pantallas de acetato, estas últimas para los empleados. No escatimaron en gastos e incluso obtuvieron «alguna de más». La directora del centro se lo propuso al alcalde del municipio, Juan Antonio Esteban, y este no lo dudó: «Por supuesto, la salud es lo primero». «Me lo planteó y le dije que ni lo dudara, que para adelante. Si lo creía necesario, que comprara incluso de más porque eso es algo que siempre puede venir bien, y si no hubiera sido necesario pues ahí está para la ocasión que fuera», comenta el regidor. «Veíamos que en Italia las cosas iban avanzando de forma muy rápida y la población de riesgo más importante eran nuestros abuelos, por lo que antepusimos todo para protegerles como fuera», añade la directora.
Dicho y hecho. No tuvieron «dificultad» en encontrar un proveedor y, pocos días después, los trabajadores de la residencia ya se resguardaban tras esa indumentaria. Pero las medidas de prevención no quedaron ahí. Prohibieron el acceso al interior del centro a proveedores y comerciantes (los propios empleados colocaban y desinfectaban los productos) y restringieron las visitas de familiares «bastante antes de que el Gobierno planificara la prohibición». Lo hicieron a través de un cartel en el que, «muy amablemente», les solicitaban que les «ayudasen a cuidar de nuestros mayores». «En ningún momento les prohibimos y exigimos nada, pero sí que entendíamos que si ellos no colaboraban, era muy difícil mantenerles a salvo», señala Laherrán, al tiempo que recalca que «la actitud y reacción del pueblo ha sido espectacular, francamente buena, para enmarcar».
No obstante, los primeros días esta limitación solo se aplicó a aquellos que procedían de zonas de riesgo «como Madrid o Valencia», por entonces donde más casos positivos de coronavirus se estaban registrando. Entre tanto, los que sí podían entrar a visitar a sus seres queridos debían cumplir dos requisitos:lavarse las manos con gel hidroalcohólico que el propio centro de mayores proporcionaba en recepción y, «siempre y cuando fuera posible», usar mascarilla.
Además de ello, recortaron las visiecharon el cerrojo e imposibilitaron la entrada a la residencia de toda persona ajena al personal.tas a un familiar por persona y día, aunque cuando se percataron de que «la cosa se estaba desmadrando en cuanto a casos y muertes» (antes del decreto del estado de alarma), «Nosotros nos fijábamos en los datos de Madrid, y Portillo tiene mucha vivienda secundaria y de gente que trabaja allí, y la verdad que nos daba miedo. Preferimos excedernos en las medidas y ver que ahora estamos todos bien, tanto trabajadores como residentes, a habernos lamentado por no haber actuado a tiempo», sostiene.
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Ahora, dos meses después de las primeras órdenes, dicho esto en el mejor sentido de la palabra, los días comienzan a pesar entre los residentes de Tierra de Pinares. Pese a no tener ningún caso, la dirección del centro y el Ayuntamiento, «en contacto permanente y colaboración absoluta desde entonces», incide Laherrán, optaron por aislar a cada anciano en su habitación. El único contacto que durante estas ocho semanas han mantenido con el resto de internos era en las comidas, y «siempre guardando las distancias de seguridad». «Hicimos un confinamiento bastante riguroso con todos en sus habitaciones porque la incubación es de 14 días y no sabíamos si alguien podía estar infectado», apostilla.
Una vez superado con «éxito» ese periodo, ya se plantean retomar «poco a poco» la vida cotidiana y «siempre con las medidas de seguridad y higiene». De momento, esta semana han recuperado la terapia ocupacional y próximamente introducirán la fisioterapia, mientras que servicios externos como peluquería o religión «no se prestarán hasta bastante más adelante». «Quizás pequemos de protegerles en exceso, pero incluso cuando acabe el estado de alarma seremos nosotros los que, en función de lo que veamos, decidamos si levantamos o no las restricciones», concluye.
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