Obituario

Muere Marcelo Rodríguez, el hostelero que revolucionó Laguna con su salpicón de marisco

Si había algo que apasionaba a Marcelo Rodríguez Holguin -80 años- era la hostelería. Lo suyo era auténtica devoción. Servir cafés y tirar cañas era su pan de cada día desde adolescente. Comenzó a trabajar en el sector con 12 años, por «necesidades», y desde entonces no se despegó de los fogones y la barra del bar. Su pasión por todo lo que se cocía entre cacerolas y sartenes le llevó a montar su propio restaurante junto a Milagros, «el amor de su vida»: el emblemático La Rueca, en Laguna de Duero.

Natural de San Pedro de Latarce aunque afincado desde hace décadas en Laguna de Duero, el hostelero -jubilado desde hacía una década- falleció este domingo a los 80 años. «Todo lo que sé de la vida es gracias a él y a mi madre; nos inculcaron a mi hermano y a mí el amor por la hostelería», cuenta, agradecido, José Ignacio Rodríguez, el hijo menor (Marcelo es el mayor).

Montaron en 1992 el popular La Rueca, conocido por su famoso salpicón de marisco, aunque el matrimonio emprendió su particular viaje en la hostelería veinte años antes. A principios de los años setenta pusieron en marcha el restaurante Hernando, activo hasta 1993. «Estuvo en Francia trabajando, también en la hostelería, y además trabajó en sitios conocidos de Valladolid como el Zamora o el Sagredo, pero cuando se casó con mi madre decidieron abrir juntos su propio restaurante», recuerda José Ignacio.

En 1992 pusieron en marcha La Rueca, en la avenida de Madrid, que pronto se convirtió en referente para los amantes del buen pulpo y la ensalada de frutos de mar. «Siempre nos han conocido por eso, aunque también hacían muy bueno el bacalao. En definitiva nuestra seña de identidad era la comida casera, de la tradicional», matiza.

Permaneció con sus puertas abiertas hasta 2019 (ya se había jubilado), momento en el que 'pasaron' a El Rincón del Norte, hoy en manos de sus hijos. Formaban Milagros y Marcelo el tándem perfecto. Su complicidad traspasaba las paredes de la cocina y la barra del negocio. Su 'feeling' era perceptible para prácticamente cualquier cliente que atravesaba las puertas de La Rueca para disfrutar de sus platos. «Él hacía las labores de gerente y camarero; se encargaba más de la sala, mientras que mi madre estaba más pendiente de la cocina», subraya.

Recuerda José Ignacio a su padre como un «muy buen trabajador». Era persistente y tenaz. «Era un tipo muy duro; cuando estaba en el trabajo, solo estaba centrado en eso», cuenta, al tiempo que lamenta el «hándicap» que selló la vida del matrimonio: «Han antepuesto el trabajo a todo, la hostelería ha sido su vida, se han pasado la vida en los restaurantes, pero este oficio es así. Eran trabajadores hasta decir basta», asevera.

Tantas horas dedicadas a la hostelería durante tantos años le llevó también a afinar el paladar. Era muy exquisito con la comida, tanto la que ellos preparaban como la de establecimientos ajenos. De hecho, le «encantaba la buena comida». «Sus aficiones eran los toros, tomarse un buen vino e ir a comer a mi madre a sitios buenos, donde se comiera bien. Siempre que íbamos a algún lado le preguntábamos, porque si él iba es que allí se comía bien», sentencia José Ignacio.

El último adiós a Marcelo Rodríguez Holguin es este lunes, a las 17:00 horas, en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Laguna de Duero. Descanse en paz.

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