En Villabrágima, el corazón de Tierra de Campos, donde los vastos terruños dorados se extienden hasta donde alcanza la vista, residen Jesús Valdivieso Valdivieso y Ángel Simón Martín, dos vecinos de 88 y 80 años, que han encomendado toda su vida a la agricultura. El ... único mar que ellos han conocido es el de los interminables campos de cereales ondeando al viento. Sin embargo, en el corazón de estos dos agricultores late un sueño que desafía la geografía de su pueblo natal: pisar la arena de la playa y sumergir sus pies en el agua salada del mar.
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Desde muy temprana edad, Jesús y Ángel comenzaron a labrar la tierra, un oficio que a ambos les viene de familia. Trabajaron con esmero cada surco, desde el amanecer hasta el crepúsculo, con la ilusión de cosechar cada temporada los frutos de la tierra que los vio nacer. La vida fue pasando y las oportunidades de ver su sueño marítimo cumplido, también. El mar representa para ellos lo desconocido, la posibilidad de un mundo más allá de los campos que tanto aman.
Jesús, al que todos conocen como 'Chiri', cuenta que lo más lejos que ha salido de su pueblo es a Villanubla y lo hizo «obligado», para cumplir con el servicio militar. «No he salido para nada del pueblo, pero he sido muy feliz. Ni siquiera cuando me casé con mi mujer Consuelo nos fuimos de luna de miel. Entonces no se estilaba eso. Estuvimos en Valladolid y me vine a sembrar. Esa fue mi luna de miel. Yo tenía posibles, pero era otra época y no nos fuimos de viaje», relata este veterano que está a punto de cumplir las 89 primaveras. «Yo el mar solo le he visto por televisión. Nosotros éramos cuatro hermanos, ya solo quedamos dos y ninguno lo hemos visto. Antes no se estilaba», insiste.
Jesús tiene una sonrisa permanente en la cara. Es de esas personas que le miran a la vida con optimismo y también con conformismo. Cuenta que los años fueron pasando y ni su mujer ni él tenían la necesidad de ir a la playa. «Alguna vez fuimos de excursión, pero a sitios cerca del pueblo. Donde sí que íbamos era a todos los encierros de la comarca y luego a cenar. Desgraciadamente, ella cayó enferma y estuve seis años cuidándola al pie de la cama. Si ella viviera ahora, puede que nos fuéramos a Santander para ver el mar, aunque he de decir que nunca lo he echado de menos porque no se puede echar de menos algo que no conoces. Pero sí creo que si volviera a ser joven de nuevo, haría lo posible por ir a ver esa inmensidad. Siempre me ha gustado divertirme y como ahora se lleva mucho ir a la playa, pues supongo que iría igual que el resto», dice muy campechano.
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Le gusta dejar volar su imaginación, y cuando lo hace aparece un brillo en sus ojos. «El mar me lo imagino muy grande, muy ancho, con muchos peces, mucha agua y mucha arena. También con mucha juventud y muchos mayores que van a verlo. Me encantaría ir, aunque considero que para meterse al agua uno tiene que estar acostumbrado, y yo solo estoy acostumbrado al agua del río Sequillo. Antaño, para ducharnos, poníamos una pozaleta grande en el suelo, nos metíamos en ella y encima nos echábamos agua con un caldero. Ese ha sido nuestro mar», relata.
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A sus 80 años, Ángel Simón tiene el anhelo de algún día poder sumergirse en las aguas saladas, «aunque sea solo hasta las rodillas», dice. «Toda la vida he estado en las tierras. Treinta y cinco años detrás de un par de mulas, arando, segando y cavando remolacha, y no he tenido oportunidad de ir a la playa. Ha sido una vida perra. Lo más lejos que he ido es a Madrid. Acababan de inaugurar el AVE y nos fuimos unos amigos y yo a comprar lotería a Doña Manolita. Íbamos solo a eso y acabamos pasando tres días allí de fiesta. Y oye… ¡Menuda fiesta! Pero de playa, nada de nada», comenta.
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Fueron las circunstancias laborales las que le han impedido cumplir su sueño. «El año que venía mal y no cogías nada, no había cuartos para ir. Y otros años que eran mejores, tampoco había oportunidad. He tenido vacas, gallinas, conejos… y con ganado, ya se sabe que uno no puede irse a ningún lado», prosigue este vecino de Villabrágima. «Una vez que me he jubilado, tampoco he salido del pueblo. En realidad, salgo poco de casa. No voy ni al bar. Solo de paseo a la parva del río con algún amigo, a comer y a dormir la siesta. Esa es mi rutina».
Ángel cuenta que su padre, que falleció a los 92 años, conoció el mar siendo muy mayor. Él mantiene la ilusión de que le ocurra a él lo mismo. «Le llevó mi hermana dos veces a Santander. Yo no me animé a ir con ellos, porque tenía que ordeñar y echar de comer al ganado. La última vez que fue, le dijo a mi hermana: 'Es la última vez que veo el mar y meo en el mar'», dice con una sonrisa. «Yo lo veo en la tele cuando sale y me lo imagino con mucha arena y al lado mucha agua. Creo que será muy bonito y con muchas tías buenas. A mí me gustaría ir a Santander, que es lo nuestro. Igual que fue mi padre. Estaría un rato sentado en la arena. Bañarme no sé si me bañaría, porque nunca he ido nunca a la piscina. Soy de secano, pero con verlo me conformo. Ya no puedo dejarlo mucho más, a ver si no me da tiempo a verlo, porque ya de 80 hacia arriba… hay mucha cuesta», concluye.
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Jesús y Ángel se quedan ensimismados viendo en el móvil un vídeo de una playa con su oleaje. Ellos mantienen muy vivo el deseo de algún día sumergirse en las aguas saladas, aunque solo sea hasta las rodillas. Ellos son dos personas muy arraigadas a la tierra, pero que el mar les sigue llamando en sus sueños más profundos. A buen seguro, que algún día, sus sueños se cumplirá.
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