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Reyes Domínguez, de la Asociación de Amigos de San Pelayo, sirviendo a sus vecinos R. Jiménez

Valladolid

A falta de bar… bueno es un local municipal

Numerosos ayuntamientos y asociaciones vecinales de los pueblos de la provincia, se encargan de gestionar locales donde disfrutar de un café y de una buena tertulia como arma contra la despoblación

Laura Negro

Valladolid

Domingo, 14 de abril 2024, 00:16

Es domingo y la misa ha terminado en Barruelo del Valle. Los vecinos aguardan a la salida de la iglesia para ir todos juntos dando un paseo hasta la plaza del pueblo. Les apetece un vermú y disfrutar un ratito más de tertulia antes de ... ir a comer. Su pueblo no tiene bar, pero todos dirigen sus pasos hacia el mismo lugar: un local que el ayuntamiento ha habilitado para este tiempo de esparcimiento.

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Normalmente es María Jesús Garrote la que se encarga de abrir y que todo esté listo y caldeado. Pero si ella no está, suele ser Mario de Fuentes, el alcalde, el que sirve los vermús y pone a punto la cafetera. Y si él también falla, entonces, Daniel, Rafa, Alejandro, Diego… cualquiera toma los mandos de la barra para servir al resto de vecinos. Allí están un rato, abonan su consumición, friegan los vasos y cierran el local hasta el siguiente domingo. Esa es la mejor forma para ellos, de mantener viva la llama de la convivencia.

«Un bar es fundamental hoy en día para los pueblos pequeños como Barruelo. Es el lugar en el que los vecinos pueden reunirse y compartir sus inquietudes. El vermú o el vino es la excusa. Lo importante es la conversación y socializar. Sin este local, Barruelo perdería un par de horas de convivencia muy importantes, especialmente en invierno. Nos pasaríamos semanas enteras sin vernos», indica Mario de Fuentes. «Estamos encantados. Poder tomar el vermú en nuestro pueblo es un lujo», apostilla Socorro mientras se toma algo rodeada de sus amigas y vecinas.

Daniel sirve un vino a sus vecinos Diego, Alejandro y Emilio en la hora del vermú en el local municipal R. Jiménez

Allí las aportaciones económicas por las consumiciones son «muy populares» y se emplean en cubrir los gastos. «María Jesús es la que más echa una mano para sacar adelante esto. Antes que ella, también lo hacía su madre. Pero si no puede, pues cualquiera echamos una mano. Luego todo se recoge, nos vamos a comer y ya por la tarde, muchos se desplazan hasta Torrelobatón para jugar la partida», puntualiza Mario.

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Barruelo del Valle es uno de los únicos tres pueblos de la provincia que mantienen el régimen de concejo abierto. Aquí son 52 vecinos y todos ellos tienen la misma potestad que el alcalde a la hora de poner en marcha las acciones y proyectos que se llevan a cabo. «Todos mandamos por igual. El Ayuntamiento asumió la reforma en el local, instaló una estufa y utiliza esta estancia para otras actividades como las aulas de cultura o cursos de Cruz Roja. No cabe duda de que es un gasto mantenerlo, pero entendemos que el beneficio social que aporta este local al pueblo compensa con creces», indica el regidor.

En San Pelayo

«Ya está abierta la parroquia». Ese es el mensaje que Reyes Domínguez suele mandar por Whatsapp a sus vecinos de San Pelayo. Y no. No se refiere a la iglesia. En este caso, se refiere al centro de convivencia que hace las veces de bar del pueblo. Reyes pertenece a la junta directiva de la Asociación de Amigos de San Pelayo del Valle y es una de las personas encargadas de la gestión de este local de propiedad municipal. «Estamos encantados. Este local ha dado vida al pueblo. Nos ha unido muchísimo a todos. Es una hermosura ver tanta gente junta», dice con alegría Angelines Casas. El resto de vecinos asienten al escucharla mientras toman sus consumiciones. Este domingo todos se han puesto de acuerdo para comer allí juntos.

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Manuel Calvo es el presidente de esta asociación que organiza distintas actividades con el fin de dinamizar la vida en el pueblo y él lo tiene claro, el revulsivo más grande que tiene San Pelayo, es este centro social. «Es nuestro lugar de unión y reunión. Donde nos juntamos a echar una parlada. Lo construyó el Ayuntamiento en el 2015 y la asociación lo gestiona desde el 2022. Existe un contrato de cesión que se renueva cada año y tenemos unas normas internas y un reparto de tareas, para que todo esté bien definido. No todo el mundo se pone detrás de la barra, pero sí que pedimos que la gente colabore a limpiar las mesas y cosas así», comenta Calvo. Él mismo se encarga de llevar las cuentas, el control de stocks y de hacer las compras. «Aquí llevamos una gestión muy minuciosa, con un inventario trimestral para comprobar que todo cuadre con la recaudación. La limpieza general del local la tenemos contratada», añade.

Manuel Calvo, presidente de la Asociación Amigos de San Pelayo se sirve una cerveza en el Centro de Convivencia R. Jiménez

Las aportaciones por las consumiciones son casi simbólicas. Un café, un euro. Al fin y al cabo, se trata de un servicio para el pueblo y los pocos beneficios que deja al final del año, se revierten en el municipio. «Esto no es una actividad económica. Es un lugar donde los vecinos pueden compartir y verse a diario, bien sea para echar una partida de cartas o dominó, o bien para ver el concurso de la tele. Abrimos los sábados y domingos para el vermú y el resto de los días… nos vamos avisando por Whatsapp y en función de los que estemos abrimos o no», comenta Manuel. «Lo que abonamos por un vino o un refresco es casi ridículo», apostilla Tomás Martínez, quien lleva más de cuarenta años viviendo en este pueblo y nunca había conocido bar. Él está encantado con tener un lugar en el que socializar con el resto de vecinos.

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La directiva se preocupa de dar gusto a todos en cuanto a sus preferencias a la hora de llenar las cámaras y el almacén. «En San Pelayo nos gustan mucho las cervezas especiales y tenemos unos 20 ó 30 tipos diferentes y si alguien tiene un antojo de un vino particular, si está dentro de los márgenes en los que nos movemos, lo traemos. Los domingos, además, cada uno trae algún aperitivo de su casa y lo compartimos entre todos», añade el presidente de la asociación sampelayina. Las aportaciones simbólicas y la gestión desinteresada han hecho que este lugar sea convierta en el mejor refugio para los vecinos. «Sin este local, San Pelayo se despoblaría aún más y nos veríamos obligados a desplazarnos para nuestras actividades de ocio a otros municipios», indican.

La historia se repite en San Cebrián de Mazote, un pueblo que antaño llegó a tener cinco bares. Algo impensable hoy en día ya que allí viven de forma regular, poco más de cien habitantes. Allí, la Asociación Cultural Miguel Delibes, asumió hace décadas el desafío de mantener vivo el último bastión de la vida social: el teleclub, ubicado en la planta baja del ayuntamiento. Con una cuota simbólica de un euro al mes, los socios aseguran la supervivencia de este espacio, conscientes de que su cierre sería un varapalo para el municipio. A su frente está Yolanda Mateo, que lo abre los siete días de la semana para satisfacción de vecinas como Resu Merino y Carmen de Vega. «Nosotras venimos a diario, jugamos al tute perrero por la tarde y a la brisca por la noche. Aquí nos juntamos unos cuantos y nos damos conversación», dicen estas lugareñas.

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El local ha sido recientemente reformado por el Ayuntamiento y reinaugurado y está totalmente equipado para el mayor confort de los usuarios. «Si una familia es socia, los niños no pagan hasta los 18 años. A los que no son socios les cobramos un poquito más, aunque no es mucha la diferencia. Somos conscientes de que un pueblo sin bar es un pueblo muerto, por eso, desde el Ayuntamiento hemos invertido para mantener este servicio», indica Emilio Gómez, alcalde del municipio y quien de vez en cuando echa una mano a su mujer, Yolanda, tras la barra del bar.

Resu Merino y Carmen de Vega de San Cebrián de Mazote son fieles a su cita diaria con su bar de la asociación R.J

Además de Barruelo, San Pelayo o San Cebrián, hay muchos otros municipios en la provincia, como Velilla, Villasexmir o Robladillo entre otros, en los que los vecinos han asumido la gestión de estos centros sociales, que son el corazón de aquellos pueblos que se niegan a desaparecer. Son también la muestra de que un café y un vino en buena compañía, son un arma poderosa para luchar contra la pérdida de población.

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