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El silencio en San Martín de Valvení solo se rompe con el penetrante sonido del claxon de la furgoneta de venta ambulante de Emeterio Gaona. Desde que se decretara el estado de alarma no hay ni un alma por las calles de este pequeño municipio vallisoletano. El único atisbo de vida en vía pública brota con la llegada de los vendedores a domicilio: el panadero, cada mañana, y Gaona, pescadero y frutero, únicamente los jueves. La crisis del coronavirus ha confinado en sus domicilios a los cerca de ochenta vecinos –aunque en invierno, asegura el alcalde, Antonio Ibáñez, «no vivirán más de cincuenta»– que a diario dan vida a sus calles.
Ha paralizado un pueblo que, a pesar de estar «acostumbrado» a un silencio condenado por la falta de oportunidades, dice no haber conocido «nada parecido». «No estamos acostumbrados a este silencio; no es lo mismo la soledad que existe porque sí que cuando te la imponen», sostiene el regidor, al tiempo que revela que «lo más difícil es mantener el ánimo, pero hay que ser prudentes y mantener la tranquilidad».
En esa burbuja de casas adosadas enclavada en la Campiña del Pisuerga, a poco más de veinte kilómetros de la capital, ya no queda casi nadie. Una de sus vecinas más longevas, Maura Nieto –89 años, camisón rosa fucsia, zapatillas de estar por casa azul marino y bufanda sobre los hombros del mismo color–, ha sido testigo de la sangría demográfica que ha experimentado San Martín en las últimas décadas. Tarda unos minutos en responder a la llamada del pescadero para que salga a la puerta de su domicilio a comprar género porque, dice, no oye «bien». Asoma la cabeza de forma tímida y se santigua. «Es algo que hago siempre que salgo a la calle», asevera. Cuenta que a ella, eso de estar todo el día encerrada en casa, le «cuesta un poco». Aunque reconoce que no se ha saltado el encierro domiciliario obligatorio. «No, no, ni hablar. Solo salgo a por pan o para comprar pescado».
Las frases
antonio ibáñez, alcalde
plácida álvarez, vecina
salvador rodríguez, vecino
Un paseo por las arterias de su «querido» San Martín, el municipio que le ha visto nacer y crecer, era su principal ejercicio de distracción. Ahora, afirma, «limpiar y hacer la comidita» copa la gran parte de su tiempo. «Echo de menos salir a caminar; así estamos, tirando para adelante por lo menos. A saber hacia dónde iremos», apostilla. A Nieto, además, le cuesta creerse «todo lo que se ha montado por una enfermedad». «Nunca jamás había visto nada igual, ni por un virus ni por nada», añade.
Unos metros más adelante, en la Plaza Mayor, vive Plácida Álvarez, que tiene 65 años y es la alguacila de la localidad. Les separa una distancia reducida, pero llevan sin verse «lo menos quince días». Ni tan siquiera coinciden a la hora de llenar la despensa porque los vendedores ambulantes acuden casa por casa. «Pues sabemos los unos de los otros lo que oímos de casualidad por el pueblo si coincides con alguien, pero vernos no nos vemos».
Con quien sí mantiene contacto Álvarez, que ha «tirado de ingenio» y se ha elaborado una mascarilla casera con dos gomas y «un par» de hojas de papel de cocina para sentirse «segura» cada vez que tiene que salir de su vivienda, es con las «de mi quinta». El grupo de WhatsApp 'Chicas de San Martín' es la única vía de comunicación existente entre este grupo de mujeres que, antes de la pandemia, compartían clases de gimnasia, ensayos del coro de la iglesia y el Aula Cultural de la Diputación Provincial. «Si no fuera por el móvil no sabríamos nada las unas de las otras, y eso que estamos en un pueblo pequeño, que esto no es Valladolid», incide. «Se echa de menos la partida, el bar, tomar el vermú después de misa... Eran pequeñas cosas que teníamos y que nos hacían felices, pero que no aprendes a valorar hasta que dejas de hacerlo», continúa.
A Plácida Álvarez, como al alcalde, le «sorprende» el silencio «abrumador» que predomina en las calles. Asegura estar habituada a «ver poco jaleo, pero tampoco tanto». «Somos poca gente y quieras que no te acostumbras, pero no había visto algo igual a lo de ahora, está todo el pueblo vacío y desierto», indica.
Otro vecino, Salvador Rodríguez, agricultor de 68 años, revela que antes de que se activara el estado de alarma «salía de casa lo justo». La razón, justifica, es su patio. Allí pierde la noción del tiempo. Se pasa «media vida haciendo apaños». «Me vengo por las tardes y hasta que se hace de noche;alguna vez tengo que ir a la era para mantener las tierras, pero es cosa del trabajo», expone. A él, lo que le da «más miedo son las muertes que anuncian por la televisión». «En invierno solemos acatarrarnos todo el pueblo, pero de muertes nada, esto genera mucha más incertidumbre», prosigue.
Lidia Juárez, por su parte, dice que «no cambiaría por nada del mundo» el pueblo por la ciudad. Que allí, en San Martín de Valvení, es «muy feliz». Sus hijos, Eduardo y Paula, de 17 y 15 años, respectivamente, también lo son. «Están bien, felices. Nunca les ha faltado de nada a pesar de ser un sitio pequeño. Tenemos una casa amplia con jardín y ahora estos días lo agradecen», apunta.
Ella es, desde enero, la gerente del único bar. Abría solo los fines de semana, pero estaba habituada a estar «todo el rato charlando con gente», por lo que ahora solo piensa en volver. «Normalmente va gente mayor y decidimos cerrar antes del estado de alerta porque nos daba miedo que pudiera pasar algo», comenta.
San Martín de Valvení está plantando cara al Covid-19. Están aislados. Es un pequeño refugio en medio de la nada que emana paz, aunque está a menos de diez minutos en coche de localidades como Cabezón de Pisuerga. Hasta el momento «y toquemos madera», explica Antonio Ibáñez, han sorteado los contagios por este virus. «Ya lo que nos faltaba en pueblos con gente mayor como este, que llegara el coronavirus», lamenta. El Ayuntamiento está haciendo «todo lo que está en su mano» para tratar de mantener en las «mejores condiciones» los espacios públicos. Prueba de ello es que todo aquel vecino que lo precise, puede acudir al Consistorio a por lejía, guantes de látex y gel clorado. «Está ahí y es para el uso de todos los vecinos que lo necesiten;cuando se acabe, traeremos más», anticipa el alcalde.
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