A lo largo de mi vida he conocido a gente que usaba la retranca para salir de apuros exhibiendo un sentido del humor digno de admiración. Son esas personas que ante un obstáculo difícil de salvar sentencian con un «¡venga, no será para tanto!» o « ... tampoco vamos a pelearnos por cosas así». Pero lo de Eduardo Franco no era retranca, sino coña sana. Durante cuatro años coincidí con él en la Diputación de Valladolid, donde ejercía como alcalde de Medina de Rioseco y representante provincial de la zona. Jamás le oí levantar la voz, incluso si el oponente se ponía borde; ni recuerdo haberlo visto agobiado por ningún acontecimiento mundano, aunque estoy seguro de que la procesión iba por dentro, ya que su currículum personal justificaba cualquier amargura.

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Jamás le vi alterarse: ni siquiera cuando una tormenta torrencial parecía amenazar la seguridad de Rioseco y que le pilló viajando a Valladolid. En ese tiempo en el que todavía no existían los móviles, recibí en menos de una hora media docena de llamadas de la Guardia Civil del pueblo preguntando por el alcalde, al que necesitaban localizar urgentemente para informarle de los efectos del temporal sobre las calles y las casas. Cuando estábamos a punto de entrar en modo histeria apareció y le solté: ¡Joder, Eduardo, que se está inundando tu pueblo!, a lo que contestó: tranquilo, que eso se arregla cuando deje de llover. Coña de la buena.

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