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Carmen Valle es una firme convencida del papel crucial que desempeña la red de oficinas de farmacia en el medio rural. No solo a nivel sanitario, sino también en aspectos que tienen que ver con la cohesión social, la lucha contra la despoblación o la equidad. Más ahora, en época de pandemia. Ella es la farmacéutica de Wamba, municipio de 338 vecinos, y la responsable del botiquín de Castrodeza, con 161 empadronados. Lleva dos meses expuesta, trabajando cara al público para dar un servicio imprescindible, siendo ella el único agente sanitario presente en ambas poblaciones durante esta crisis. Y lo hace con la satisfacción de seguir garantizando la universalidad en el acceso a los medicamentos. Todo un ejemplo de vocación de servicio al paciente.
Le avalan 20 años de experiencia en la distribución farmacéutica, un sector que le ha dado muchas satisfacciones. Desde hace cuatro años regenta la farmacia wambeña. «Siempre me atrajo trabajar en el medio rural, por el plus añadido que supone el mayor contacto con los pacientes y los médicos. Eso es muy enriquecedor. Es una gozada trabajar en una farmacia de pueblo. La sensación de que estás ayudando y dando lo mejor de tus conocimientos es lo mejor que hay. La farmacia rural es un privilegio del sistema sanitario español, que permite a muchas personas de lugares pequeños y alejados acceder a los medicamentos», dice convencida esta profesional.
Carmen Valle Robles
En su opinión, la crisis de la covid-19 ha puesto en valor a la farmacia rural. «Se han dado situaciones muy complicadas y ahí hemos estado las farmacias para dar un buen servicio, llevando a los mayores la medicación a domicilio, controlándosela y viendo lo que se tomaban. La farmacia rural es un gran pilar que asegura el sistema sanitario de España y durante la pandemia la labor que está desarrollando está siendo fundamental. El coronavirus ha servido para darnos cuenta de lo importante que es tener una farmacia en nuestro pueblo», cuenta Carmen, que en estos años ha creado un fuerte vínculo con sus clientes.
La farmacéutica Carmen Valle observa «cierta relajación» y un cambio de actitud según han ido avanzando las semanas desde el inicio del estado de alarma. Asegura que «poco a poco se ha ido perdiendo el miedo» y eso «puede llegar a ser un problema». «Al principio todos estábamos noqueados. La gente no salía para nada, nadie venía al pueblo, no iban a ver a sus mayores por miedo al contagio… pero con el inicio de la desescalada nos hemos ido confiando. Todos deberíamos usar mascarilla para estar más protegidos, pero la mayor parte de la gente no la utiliza», dice esta boticaria, que no piensa relajar las medidas de seguridad y de distancia en su establecimiento durante los meses venideros. «Según se vayan aprobando las fases iremos volviendo a la normalidad. En verano la virulencia del virus será menor, pero el otoño y sobre todo el invierno me dan mucho miedo. La mascarilla pasará a formar parte de nuestro vestuario habitual. Vamos a tener que aprender a vivir con ello. Dudo que algún día quite la mampara del mostrador, es una barrera muy eficaz. Durante los próximos meses los clientes seguirán entrando en mi farmacia de uno en uno. Es por su bien y por el mío», concluye.
«Nuestra profesión es muy respetada por la sociedad. Y en estos pueblos, además hacemos una labor que va más allá de lo farmacéutico. A mi botica acuden muchos mayores que estos días están solos y como no hay médico, me consultan todo a mí. Ese es el gran valor que aporta la farmacia rural. Estoy en contacto permanente con los sanitarios y nos ponemos al corriente de cada caso. Con el botiquín de Castrodeza ocurre parecido. Acudo tres veces a la semana y siento que la gente está agradecida, sobre todo los mayores, por tener su medicación a mano. Hay que luchar para que esto no desaparezca», desea Carmen, quien también atiende los botiquines de las residencias de la tercera edad de Zaratán, a los que estas semanas ha dedicado muchos esfuerzos. «Es fundamental llevarles la medicación necesaria a tiempo. Además del pueblo, las residencias han sido mi prioridad, donde los profesionales y sanitarios han hecho un gran trabajo de prevención», indica.
Reconoce que ha pasado días «muy tristes y estresantes», pero que poco a poco se ha adaptado a la nueva situación. Explica que los que peor lo han pasado son los más mayores, por ser más vulnerables. «Tienen miedo al patógeno. Los profesionales nos hemos tenido que proteger para evitar el contagio ya que eso suponía cerrar la farmacia. Enseguida instalé una mampara de metacrilato, el colegio de farmacéuticos nos suministró mascarillas y 'Renault al rescate' nos hizo llegar pantallas de protección. En mi farmacia es obligatorio que todos lleven mascarilla y que entren de uno en uno. Todos lo han respetado y seguiremos así durante un tiempo, porque esto va para largo», informa Carmen.
Carmen Valle Robles
Adquirir mascarillas para la venta al público ha sido más complicado. Mientras muchos de sus compañeros compraron a precios altos para atender la demanda, Carmen prefirió esperar para acceder a un producto más asequible. Por parte de la Administración se siente muy apoyada. «Durante semanas solo estaba activa la atención telefónica sanitaria, que ha funcionado muy bien, igual que la prescripción electrónica no presencial, que ha evitado desplazamientos innecesarios. En muchos casos, sobre todo con los más mayores, he hecho de mediadora telefónica entre médico y paciente. La receta electrónica también ha facilitado las cosas, debido a la ampliación de la ventana terapéutica que ha permitido que el paciente acuda menos veces a la farmacia. La Administración ha puesto medios para que la farmacia tenga agilidad y la gente su medicación», relata esta profesional, que señala que los fármacos más vendidos han sido los ansiolíticos, las pastillas para dormir y la azitromicina para la covid-19.
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