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Francisco Treceño muestra dos imágenes de aventadoras en su taller. L. N.
Valladolid

Aventadoras, una industria a la antigua usanza y sin rival

Casasola de Arión fue el referente en la fabricación de esta máquina agrícola en los años 50 y 60 del siglo pasado, con más de 20 talleres. Este ingenio fue el precursor de la mecanización del campo

Laura Negro

Casasola de Arión

Lunes, 21 de febrero 2022, 00:15

'La preferida', 'La titán', 'La competidora', 'La deseada', 'La poderosa'… Son sugerentes marcas comerciales que para los vecinos de Casasola de Arión tienen un significado especial. Les traslada a otra época. Concretamente, a las primeras décadas del siglo pasado, en las cuales el municipio ... vivió un auge insólito gracias a la fabricación de aventadoras. Estas máquinas, que todavía se ven en muchas eras del medio rural como reliquias del pasado, llevaron el nombre de Casasola de Arión por toda España y el extranjero. Facilitaban la tediosa tarea de separar el grano de la paja cuando todavía no existían las cosechadoras. En aquel entonces, que una aventadora llevara el sello de «de Casasola», era señal de garantía.

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En 1892, cuando la filoxera arrasó con los viñedos de este municipio que vivía principalmente del vino, los vecinos tuvieron que ingeniárselas para salir adelante. La visión empresarial de José Vidal consiguió el milagro. Él montó el primer taller-fundición y viendo la alta rentabilidad de las aventadoras, animó a otros vecinos a que siguieran su ejemplo. En los años sucesivos, se crearon hasta veinte talleres, que fabricaban también segadoras, sembradoras, gavilladoras y norias de riego. «Esta industria dio trabajo a más de 200 oficiales de Casasola y alrededores. Es difícil entender cómo podían salir, cada año, más de 2.000 aventadoras de un pueblo con carreteras blancas, con mala comunicación y sin ferrocarril», explica José Rodríguez, documentalista local.

Uno de los talleres más boyantes fue el de Liborio Villar. Su marca 'Villar sin rival' era una de las más conocidas. Para él trabajaban ocho personas, comerciales aparte, que fabricaron decenas de aventadoras a lo largo de los años. Este taller es el único que se conserva en la actualidad. Todo gracias a Francisco Treceño, marido de la nieta de su fundador. Él es arqueólogo de profesión y hace años decidió cambiar la piqueta por el torno. Recuperó este lugar lleno de encanto y viejas herramientas, para crear su propio negocio, 'Artmadera'. El antiquísimo motor de tres caballos y un sistema de transmisiones con poleas y correas, que Liborio Villar instaló a finales del siglo XIX y que dejó de funcionar en 1962, le sirve ahora a Francisco para poner en movimiento su torno, la cepilladora y la sierra de disco y con ello elaborar encargos artesanales con destino a los cinco continentes. «Es el único taller que se conserva. Aquí vienen muchos alumnos de ingeniería industrial para ver el funcionamiento. Que yo sepa, ningún otro taller mantiene este sistema tan antiguo que yo uso en mi día a día para tornear», indica Treceño.

Una fabricación que se extendió en la comarca

Desde Casasola, capital de las aventadoras, esta industria se extendió a otros pueblos limítrofes como Vega, Villabarba, Pedrosa y Tiedra. En Mota del Marqués hubo dos marcas de prestigio, 'Justo Martínez', en los años 20, y 'La estrella polar', que un antiguo oficial de Casasola abrió en los años 50. De la primera marca, Luis Ángel Laguna, coleccionista del municipio, conserva una aventadora que, más de 90 años después, funciona a la perfección. «Eran manuales, pero los últimos modelos ya llevaban un motor que movía el ventilador y las cribas. El grano salía por un lado y la paja por otro», dice haciendo una demostración.

Guarda con mimo viejos planos del taller, fotolitos, sellos y las chapas de esta marca comercial, que era una de las más demandadas por los agricultores de la época. «Las últimas aventadoras llevaban un motor de la marca 'Campeón'. Aquí hay verdaderas joyas y para mí, que soy arqueólogo, es una maravilla», explica este tornero. Lo más curioso de este taller es una maqueta de aventadora, que se utilizaba como muestra comercial y que construyó el padre de Liborio Villar. «Otros utilizaban catálogos, pero la maqueta permitía que los clientes se hicieran una mejor idea de lo que estaban comprando. La subían a un carro para ir a los pueblos. Los clientes elegían el tipo de tolva, si la querían más alta o más baja, de 6 u 8 aspas y de 3 ó 4 cribas y por qué lado querían que saliera la granza, dependiendo de donde se fuera a colocar en la era», cuenta Treceño. Una red de comerciales llevó durante décadas este producto 'made in Casasola' por toda España. «Mi abuelo y mi padre fueron viajantes de 'La Preferida'. Al principio iban en caballo. Luego pasaron a viajar en tren y cargaban con la bicicleta, para luego moverse con más facilidad. Al final acabaron yendo en moto», cuenta José Rodríguez.

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El antecedente de las aventadoras fue la tarara. Más tarde, llegó la trilladora, que trillaba y a su vez limpiaba. En los años 60, con la cosechadora americana, esta floreciente industria vivió su ocaso. Treceño no deja de sorprenderse cuando en los lugares más insospechados se encuentra alguna de las máquinas que hicieron los antepasados de su familia. «Hace tiempo, en Granada, iba a visitar un yacimiento de la edad del Bronce, y me encontré una aventadora de 'Villar sin Rival'. Estaban repartidas por medio mundo. Para mí es entrañable mantener el legado histórico que dejó el abuelo Liborio, su producción y su memoria», señala.

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