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Alejandro alcanza un siglo de edad: «El mejor regalo es seguir cumpliendo años»Sentado en un imponente trono, como si de un rey se tratara, con multitud de globos y una banda donde podía leerse 'feliz cumpleaños', este 20 de marzo, Alejandro González soplaba las velas de una gran tarta de chocolate. Era un día muy especial, pues ... el medinense alcanzaba un siglo de edad acompañado de todos los trabajadores del Asilo Hermanitas Ancianos Desamparados y de algunos componentes de su familia. «Hasta ahora he vivido cien años, pero bien trabajados», comenta el centenario, que forma parte de un grupo de edad creciente en el padrón de Castilla y León.
Aunque nació en el municipio asturiano de Pajares, con catorce o quince años, se desplazó a Medina del Campo después de que trasladaran a su padre de destino; ya que era ferroviario. «Le cambiaban de un sitio a otro cuando menos lo pensaba», explica Alejandro. Aunque fueran siete hermanos, y vivieran en una época complicada, asegura no haberlo «pasado mal» gracias a que su padre trabajaba mucho para llevar comida a casa.
A los catorce años entró como aprendiz en una empresa dedicada al chocolate, y tras ello le siguieron otros empleos como maestro del caramelo y aceitero, hasta que finalmente se jubiló en un supermercado en el centro comercial Las Francesas de Valladolid. Alejandro recuerda su infancia «trabajando mucho y no gastando nada», pues «eran tiempos difíciles y había que comer».
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Aunque la irrupción de la Guerra Civil Española la recuerda como «un tiempo muy difícil», asegura no haber pasado hambre gracias a su empleo en el gremio de la alimentación. «Siempre se llenaba uno el buche. Cuando no comía chocolate, eran cacahuetes y cuando, no avellanas», menciona.
Al trasladarse a Medina del Campo, Alejandro conoció a su mujer, con quien por desgracia no pudo tener hijos. «Tuvo dos abortos», explica. «El momento más bonito ha sido cuando he estado casado», añade. Lamentablemente, Tomasa falleció hace una década a los noventa años de edad. «Era una mujer muy buena y le echo de menos», menciona. Cuando enfermó permaneció cerca de cincuenta días ingresada en el hospital. Un periodo en el cual estuvo acompañada en todo momento por su marido. «Dormía allí y me relevaba con un familiar», comenta.
A causa del estado de salud de Tomasa, el matrimonio tomó la decisión de trasladarse a la residencia. «Aquí estoy muy bien, me tratan de lujo», asevera Alejandro. El medinense ostenta una salud envidiable y una gran vitalidad. Se vale por si mismo - «yo me ducho y me visto solo», menciona - e incluso da paseos por la calle y ayuda a sus compañeros a hacer recados en el centro de salud. En su tiempo libre, juega al dominó y a las cartas, y le gusta mucho charlar con los demás residentes de la vida de antes.
Una memoria envidiable aguarda sus recuerdos. Muchos de ellos bonitos y especiales, pero otros con tristeza. La pandemia por el coronovarius azotó fuertemente las residencias de ancianos en nuestro país, y Alejandro rememora haberlo pasado «bastante regular». «No podíamos recibir visitas y era complicado», añade.
No cualquiera supera su cifra de edad. Aunque el medinense menciona ser «una cosa muy extraña», asegura sentir una «alegría muy grande» por cumplir cien años. «Me gusta ver las amistades que tengo y lo que me quieren aquí», puntúa. A lo largo de este tiempo ha recibido multitud de obsequios por este día tan señalado. No obstante, se emociona al decir que ahora «el mayor regalo es seguir cumpliendo años».
Sonriente, natural, hablador y una enorme vitalidad son algunos aspectos que definen a Alejandro González. Su emoción por este día tan señalado ha llenado de vida, jolgorio e ilusión cada rincón del asilo. Tanto el centro, como el centenario, ya están pensando en soplar los 101 años. Y en su rostro, puede leerse la palabra felicidad.
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