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«Vente a España», le dijo una amiga de la infancia. «Vente, que acá vas a tener trabajo, que vas a ganar dinero, que te ... va a ir muy bien, ya verás». «Vente», le repitió esa mujer en la que confiaba. «Vente y no viajes con mucho equipaje. No te traigas ropa, tampoco demasiada plata, que no la vas a necesitar. Vente ligera, que acá vas a poder comprar lo que quieras con todo lo que vas a ganar». «Vente», le insistió. Y ella se vino. Desde Colombia. Con 21 años y una hija de 7. Con la esperanza de una vida mejor y sin apenas maletas. Con la idea engañosa de un trabajo digno que nunca se llegó a concretar. Porque lo que aquí le esperaba era un camastro y un cerrojo. Un futuro sin libertad.
«Cuando esta mujer llegó de Colombia a Madrid, su amiga ya la estaba esperando en el aeropuerto. La llevó a su casa y, sin apenas darle un respiro, le dijo que al día siguiente empezaría a ejercer la prostitución», cuenta Belén García, psicóloga y coordinadora del programa Oblatas-Centro Albor, un proyecto de la congregación de hermanas oblatas del Santísimo Redentor que acompaña en Valladolid a mujeres prostitutas o en riesgo de trata y explotación sexual. Belén recuerda el caso de María (podemos llamarla así con un nombre figurado) y cómo, por los pelos, escapó del horror.
Porque María tuvo la rápida reacción de decirle a esa supuesta amiga que ya lo hablarían, que estaba agotada del viaje, que necesitaba descansar. En un descuido, consiguió salir de la casa junto a su hija. Durmió esa noche en un parque madrileño. Al día siguiente, cogió un tren con destino a Valladolid. Aquí, en el Campo Grande, sentada en un banco, con su hija a un lado y un pequeño macuto al otro, se encontró con un desconocido, un compatriota que se interesó por su situación. «Fue así como contactó primero con Cáritas y luego con nosotras». María se salvó de caer en un mercado de sexo y explotación. Otras no han tenido tanta suerte.
El programa Oblatas-Centro Albor atendió el año pasado a 794 mujeres. De ellas, cerca de 500 ejercen la prostitución. El resto está en una situación vulnerable que puede empujarlas a ello. En torno a 300 presentan indicios de que están siendo explotadas sexualmente o son víctimas de trata. Tan solo cuatro tramitaron una denuncia ante la Policía y la Guardia Civil. «No es fácil hacerlo. No quieren problemas, que su familia se entere…», reconoce García. Por eso, resaltan, es tan importante su labor de acompañamiento, acogida y asistencia, que prestan en Valladolid desde 1998, también en colaboración con otras entidades.
Con Red Íncola mantienen activo desde 2023 el proyecto Kleos, para identificar a mujeres que, por su situación precaria, pudieran ver en la prostitución una engañosa solución a sus problemas. Esta colaboración entre el Centro Albor y Red Íncola, una entidad que presta atención a personas migrantes, es especialmente relevante porque el 96% de las mujeres con las que trabajan y ejercen la prostitución en Valladolid proceden de otros países.
Mujeres que llegan sin trabajo, a veces sin papeles, y que no encuentran un empleo. Mujeres que han contraído una deuda para llegar hasta aquí (por ejemplo, al pagar a las mafias que les ayudan a pasar el Estrecho). Mujeres que tienen hijos y pocos ingresos para ofrecerles un techo y un frigorífico que no esté vacío. «Mujeres que te dicen: tengo que calentar camas para poder comer y vivir». Habla Guizlane Darkaoui, mediadora de Red Íncola, quien atiende a diario a personas extranjeras que buscan diversos tipos de apoyo en Valladolid. Y este programa Kleos les ayuda a identificar a mujeres que, por su vulnerabilidad, podrían acabar ejerciendo la prostitución o atrapadas en una red de trata o explotación sexual. Estas situaciones no siempre van de la mano.
«La trata es la captación, traslado y transporte de una mujer (por coacción o engaño), casi siempre con esa finalidad de explotación sexual, que es cuando hay una tercera persona que se lucra», explica Noemí Lara, trabajadora social de Oblatas-Centro Albor. A veces hay situaciones de trata que no terminan en explotación sexual (como el caso de María). También hay casos de explotación sin trata. Pero casi siempre son situaciones en las que concurren ambas circunstancias.
«Y esta captación no tiene que darse en otros países o por redes. Hay mujeres que son captadas aquí. A veces, por amigos y personas de confianza. Incluso familiares. Les dicen: 'Vas a tener trabajo rápidamente, vas a ganar dinero con facilidad'». Noemí pronuncia una frase que incluso duele escuchar. «Es raro que a una mujer migrante no le ofrezcan alguna vez ejercer la prostitución». Tal vez no de forma directa, pero sí con insinuaciones (en un locutorio, por ejemplo) sobre el dinero que, si quisieran, podrían ganar. «Y si la única alternativa que tienen es la prostitución o vivir en la calle, es que no tienen libertad para elegir». Por eso, insisten, es tan importante contar con una red tupida y estable de apoyo. «Porque si una mujer entra en la prostitución…».
Así que su labor no se limita a la prevención, sino también a la atención de mujeres que ya están «en contexto de prostitución». El año pasado acompañaron a cerca de 500 en Valladolid. «Nos acercamos a ellas para que nos conozcan, sepan de nuestros servicios y que en cualquier momento las podemos ayudar». La prostitución callejera ha desaparecido casi por completo en Valladolid. Un reciente informe del Ministerio de Igualdad (publicado en octubre) también insiste en ello. El principal foco de los últimos años, en la carretera de Renedo, ha quedado prácticamente desmantelado. En 2018 se contabilizó a 22 mujeres que ejercían allí la prostitución. Hoy, su presencia es meramente testimonial. Trabajan ahora en clubes (hay siete en la provincia, también cuatro en Palencia «y ninguno nos ha denegado el acceso») y pisos.
Las trabajadoras y voluntarios de Albor tienen acceso a 31 de estas viviendas donde se ofrecen servicios sexuales. Y aquí los hay de dos grandes tipos. Están los pisos 'de plaza', donde las mujeres pagan por el uso de una habitación (en torno a los 350 euros por semana) y donde hay gran rotación: «Suelen estar de una semana a 21 días». Y por otro lado están los pisos regentados por una persona, «que se queda con el 50% de los servicios de la mujer». Así es como pagan la habitación: con el dinero que consiguen de los clientes. «Al margen, tienen que pagarse la comida…».
En casi todos los casos, la habitación donde reciben, con su cama de matrimonio, no es donde ellas duermen. «Es habitual que en ese mismo piso haya un cuarto, con tres literas (media docena de camas), donde duermen amontonadas las seis mujeres». Y eso ocurre en Valladolid. «Como las visitamos y hablamos con ellas, sabemos lo que hay, pero asusta», indica Belén García, la psicóloga de Oblatas-Centro Albor. El contacto se establece con visitas a sus puestos de trabajo, en ocasiones llaman al teléfono que ofrecen a sus clientes. «Y hay también mucha comunicación entre ellas, se cuentan cómo trabajamos y que las podemos ayudar».
El programa cuenta con asistencia psicológica, orientación jurídica, colaboración con otras entidades para ofrecer alternativas formativas y programas de empleo. Las hermanas oblatas dispone de catorce proyectos y once servicios residenciales en otros puntos del país, que pueden servir como cobijo a mujeres que escapan de situaciones terribles. Recuerdan el caso de tres que consiguieron, de madrugada, escapar de un club. «Salieron corriendo sin nada, tan solo con el pasaporte en el bolsillo de la cazadora. Sin nada más. A las dos de la madrugada. A la mañana siguiente, les tuvimos que ofrecer ropa para que se pudieran cambiar», recuerdan.
Hay más casos. Como el de esa mujer que vino también engañada a Valladolid. «Vente, que vas a encontrar trabajo, que vas a ganar dinero», le dijeron a ella también. «Aquí se encontró en un piso con cámaras en el que estaba controlada las 24 horas del día. No podía salir ni al supermercado». Esta mujer, aseguran, tuvo suerte. «En un descuido, cuando el control se relajó, consiguió escapar. Presentó denuncia. Y hoy tiene una vida totalmente normalizada». Lejos de las extorsiones. Lejos de la prostitución.
«El problema es que a veces algunas de estas mujeres no son conscientes de que están en una situación de trata o explotación. Hay algunas que ven como algo normal que tengan que ceder parte de su libertad o dar un tanto por ciento de lo que consiguen para pagar una supuesta deuda. Porque a veces son deudas increíbles. Hemos conocido casos en los que les pedían 5.000 euros por un billete de avión. Y no necesariamente una gran mafia, a veces eran amigos de sus países de origen», cuentan. «Y les informamos de que lo que van a hacer, normalmente termina en más deudas», asegura María Gutiérrez, trabajadora social de Red Íncola.
«Lo importante es la decisión que ellas quieran tomar. Si denuncian, las acompañamos. Si no lo hacen, también, para que puedan iniciar cuanto antes el proceso de recuperación fuera de ese mundo», concluyen.
La Sala Borja acogerá el próximo 14 de marzo, a las 20:00 horas, la representación de 'Aquí nunca pasa nada', un montaje de la compañía Teatro sin papeles que parte de una investigación sobre el 'caso Carioca', uno de los más importantes sobre trata de mujeres con fines de explotación sexual en España. La puesta en escena «permite una aproximación a la realidad de miles de mujeres de nuestro país», gracias al encuentro de dos mujeres (una jueza y una mujer prostituida). El guion y la dirección de la obra son de Moisés Mato.
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