Un cáncer se llevó la vida de Luminita Rabu el pasado 19 de septiembre en el Hospital Río Hortega. Esta rumana de 59 años había pasado los últimos seis años interna en la prisión de Alcalá Meco, donde cumplía condena por homicidio. Su delicado estado ... de salud se agravó tanto que se le acabó concediendo el tercer grado para que afrontara sus últimos días junto a sus seres queridos, pero Luminita no tenía familia ni recursos para costear los cuidados que necesitaba. Ante esta situación, fue trasladada a la casa de la Fundación Prolibertas en Madrid, en la que no tienen las comodidades necesarias para que resida un enfermo terminal, por lo que finalmente acabó en la casa de acogida de la ONG Remar en Laguna de Duero. Allí pasó sus últimos días antes de recalar en el hospital, donde falleció, para acabar después en una fosa común del Cementerio de El Carmen, en la que descansan los cadáveres de aquellos que no se pueden costear un sepelio.
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No. Luminita no tenía familia ni recursos, por lo que bien podría haber engrosado la lista de personas que fallecen en Valladolid en soledad. No obstante, esta reclusa encontró el calor de muchas personas en sus últimos días, tal y como relatan desde la ONG que la acogió. «Nuestro trabajo se centra en que los hogares sean familiares. Vivimos de forma comunitaria y eso ayudó para que ella se sintiera muy acogida en este momento tan delicado de su vida. Vivió en la misma casita con una mujer que se llama Gema, con sus dos hijos y con la persona encargada, Mamen. Estuvo allí dos semanas, pero se sintió tan bien tratada que, en sus últimos momentos, decía que se quería ir del hospital para estar con Gema y con Mamen», relatan en Remar.
Casos de muerte en soledad en Valladolid
Luminita no pudo salir del Río Hortega para ver a sus recientes amistades, pero en el hospital recibió la esperada visita de Mamen y también fue tratada con especial cariño por el personal sanitario, que era conocedor de su situación, tal y como señala el propio gerente del hospital, José Miguel García Vela. «La compañía en el final se ha proporcionado dentro del hospital, en la Unidad de Paliativos, por parte de los médicos y, especialmente, por el personal de enfermería, que es el que ha dado sustento a esta mujer en sus últimos momentos como si fuera su familia», explica García Vela.
Otras personas que conoció en la cárcel también le visitaron en el Río Hortega. Allí fue Clara, una exreclusa con la que compartió módulo. «Tenía un temperamento muy fuerte, pero al final nos consideró como si fuéramos de su familia y pudimos acompañarla. Mi esposo y yo la llevamos en coche cuando le dieron el traslado a Valladolid y también pudimos estar con ella dos días antes de su muerte», explica Clara, que visitó a Luminita junto a María del Puerto, una capellana evangélica que realiza labores religiosas en Alcalá Meco. «Nosotros nunca preguntamos la razón por la que cada una ha acabado en la cárcel y Luminita no nos contó que fue condenada por homicidio hasta que ha estado fuera. Lo tuvo que sacar para que su corazón descansara», asegura la capellana.
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Y de esta manera, la vida de esta reclusa sin familiares se fue apagando hasta que murió el día 19 de septiembre. Con su muerte se planteó un problema, ya que no tenía recursos ni seguro para pagarse el entierro y carecía de familiares directos que se pudieran hacer cargo de los gastos del sepelio. «Tenemos servicios gratuitos de carácter social y el Ayuntamiento tiene la responsabilidad de enterrar a las personas que no tienen medios. Favorecemos la tramitación para darles sepultura lo antes posible», explica Fernando Fernández, gerente de la Funeraria Municipal, Nevasa.
Una vez que se tramitó todo el papeleo, Luminita fue enterrada el 23 de septiembre a las 13:30 horas en una fosa común del cementerio de El Carmen, donde descansan otras personas con historias similares a la suya de fallecidos sin recursos y sin familia que no pueden pagarse el entierro. «Casos como estos hay muy pocos, pero se dan y son tristísimos», incide el gerente del Hospital Río Hortega.
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Tristeza es una palabra recurrente para aquellos que han seguido el caso de Luminita, pero la capellana evangélica María del Puerto saca algo positivo de este cruda experiencia. «Al menos hemos podido acompañar a alguien que nos necesitaba en sus últimos momentos. El día antes de que muriera hablé con ella y me dijo que estaba contenta porque había visto que no estaba sola y se sentía querida y arropada», concluye esta mujer, que fue un apoyo en el ocaso de la vida de una reclusa que nació en Rumanía y que «jamás llegó a pensar que acabaría en una fosa común en Valladolid».
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