Su aspecto desangelado, con muchos de los espacios destinados a negocios clausurados, esa predominancia de colores grises o una escasa iluminación son la carta de presentación que a diario reciben cientos de personas que transitan por la estación de autobuses de Valladolid.
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De hecho, los ... propios trabajadores hablan de «unas instalaciones obsoletas», de arreglos que «nunca llegan» y de una situación de «abandono general» frente a la que parecen haberse resignado, muchos llevan décadas al frente de pequeños negocios y han convivido todo ese tiempo con la promesa de que terminarían su trayectoria laboral en unas nuevas instalaciones, que se espera sean construidas en un futuro en los viejos talleres de Renfe.
A lo que no se muestran tan resignados es a la decisión que han tomado desde finales de junio las empresas que gestionan la estación (Linecar y La Regional) de reducir el horario del servicio de seguridad privada en las instalaciones, algo que ha causado recelo y cierta preocupación entre la mayoría de empleados. Temen que vuelva la situación de inseguridad «como la que teníamos hace años, cuando esto se convertía en hogar de personas sin techo del todo problemáticas», explica uno de los trabajadores de la estación que rehúsa dar su nombre.
Ya no cuentan con ese respaldo de autoridad que les brindaba la confianza de sentirse más seguros, porque el servicio ha pasado de estar presente en las instalaciones en horario de mañana y tarde a solo hacerlo de 19:00 a 22:30 horas, pese a que la estación permanece abierta desde las 5:20 de la mañana hasta las once de la noche.
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«Ni siquiera nos han avisado de la reducción de la presencia de seguridad ni nos han dicho nada sobre el por qué de esa decisión», señala la dependienta de una mercería con solera, Modas Dorlen, mientras atiende a un par de clientas. «Lo normal es que a los que trabajamos aquí nos lo hubieran explicado y aunque molesta que se reduzca el horario es peor la sensación de inseguridad que crea», argumenta quien lleva 38 años al otro lado del mostrador.
Frente a esta veterana trabajadora se ubica el pequeño negocio en el que vende dulces, frutos secos y aperitivos José María Calleja en un negocio que se ubicó en el pasillo central de la estación allá por el año 1985.
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Con el tiempo se había mejorado algo, pero me temo que pueda empezar a venir aquí gente de la calle y que hagan de esto su salón» finaliza antes de despachar a un viajero. «Agradeceríamos más vigilancia y por lo menos que la que han dejado que sea eficaz si se produce alguna situación comprometida», argumenta otro empleado que prefiere mantenerse anónimo.
En el pequeño punto de información de la estación en la que atiende a diario en horario de mañana Ana Palacio, la reacción es similar a la de sus compañeros. «Entiendo que a los que están de tarde o a los conductores que vienen a dejar autobús no les haga gracia que haya menos presencia de vigilancia porque en general no somos cívicos y aquí se viven todo tipo de situaciones», dice la empleada, que aprovecha para explicar que echa de menos, por ejemplo, la existencia de un cajero automático, un punto de información digital que funcione las 24 horas o contar con servicio de prensa. «Es cierto que de vez en cuando pasea la policía con perros y se dan una vuelta por aquí pero la sensación general que tenemos todos es de que no hay apenas vigilancia», lamenta Palacios.
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beatriz gonzález
Dependienta de la estación de autobuses
Por su parte, la empresa que gestiona el servicio, ha explicado a la Dirección General de Transportes y Logística de la Junta (propietaria de la estación) que «se garantiza la seguridad en las condiciones más adecuadas con los servicios establecidos desde junio», es decir, con el nuevo y reducido horario de vigilancia.
Esa explicación parece no convencer del todo a los que a diario suben la persiana de alguno de los negocios como hace Beatriz González en su puesto de dulces, una de las primeras personas que ve llegar a los viajeros que se apean del autobús. «No es difícil ver a carteristas que intentan apropiarse de lo ajeno y sinceramente estábamos mejor con más vigilancia, que al menos aunque sea con su presencia pues se evitan ciertas situaciones, aunque hace décadas había mucho más tránsito de viajeros, ya no es ni parecido», explica a la vez que hace hincapié en el estado de las instalaciones donde tiene su negocio.
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«Es terrible el abandono que hay de todo, el aspecto y el estado general de la estación para una ciudad como Valladolid, pero al final te acostumbras», señala González.
Se resigna, al igual que el resto de la plantilla, y apenas confía en que la nueva estación -ese proyecto prometido desde hace más de dos décadas- se convierta en realidad antes de que llegue su jubilación. «Llevamos esperando a la estación nueva toda la vida, pero al final son todo promesas incumplidas», apostilla al otro lado del pequeño mostrador.
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